Todos los discos del mundo

Ciudad de México /

Uno siempre recuerda sus primeros discos. Y los que batalló por conseguir. Y aquellos que sonaron cientos, miles de veces, tanto que se adueñaron de esos años y no es posible oírlos sin tropezar en la mitomanía de la nostalgia. Discos que uno escuchaba a modo de ritual, con la totalidad de su atención, como una actividad intensa, soberana e incompatible con las distracciones.

“Siempre quise tener una gran colección de acetatos”. EFE

Siempre quise tener una gran colección de acetatos, mas conforme engordaron mis acervos fue asimismo enflacando mi entusiasmo. A partir de mil discos, no sabes lo que tienes. Una vez hice cuentas y concluí, avergonzado, que buena parte de ellos me era desconocida. Cuando al fin rematé los acetatos en el tianguis del Chopo —hay que ser implacable con la nostalgia— ya tenía una buena cantidad de discos compactos, misma que con el tiempo creció hasta convertirme otra vez en rehén de aquel vicio acopiador.

Varias veces volví de tierras brasileñas con las maletas rebosantes de CDs, pleno del entusiasmo cuantitativo que apenas si dejaba tiempo para rituales. Si entre los acetatos había poseído varias piezas preciosas, mismas que almacenaba en un nicho apartado, muy rara vez los discos compactos me han parecido objetos venerables. A cambio, compré varias cajas de ellos con las obras hasta entonces completas de Caetano Veloso, Nara Leão y Chico Buarque, entre otros de los cuales lo quería yo todo, como un niño goloso y consentido. Valga decir, como un coleccionista.

Hace tiempo que no oigo mis compactos. Ya se sabe, la fuerza de la pereza es aún más potente que la de gravedad. Si tengo en el teléfono una aplicación donde hay millones de álbumes a mi alcance, con toda la música imaginable y por imaginar, misma que ni en cien vidas alcanzaría a oír, ¿qué voy a hacer hurgando entre mi colección, que no llega a dos mil cajas de plástico y encima está en desorden alfabético? Verdad es que a distancia no suenan igual, pero tampoco mis audífonos inalámbricos consiguen alcanzar la calidad del cable, y hace ya más de un año que no lo encuentro. Vamos, ni lo he buscado (aquí entre nos me estorba).

Comprar un disco era como hacer una apuesta. Ponía uno la mejor voluntad al estrenarlo, con tal de no sentir que había tirado su dinero a la calle. Y así se encariñaba con la música, tras lo cual le era fiel semana tras semana, con suerte mes tras mes, hasta otorgarle un sitio entre sus joyas. Había un compromiso con tus discos, a menudo también con sus autores, y era siempre un deleite rapiñar tu cartera por extender la banda sonora de tu vida.

Nada de eso sucede con las plataformas —Apple, Spotify, Tidal— donde la inagotable tentación de cambiar de tonada termina haciendo trizas la lealtad del escucha. Ante tamaño cosmos de alternativas, me queda poco tiempo para repetir. Cierto es que tengo listas de favoritos, y que hay algunos álbumes que inevitablemente forman parte de la dieta de mi alma, pero fuera de ahí me he vuelto un cinicazo. Si alguna vez los discos fueron entes de culto, hoy que esos mismos álbumes caben en mi teléfono funcionan como meros cortesanos sujetos al vaivén de mi capricho. Alexa, tráeme a Bowie.

No quisiera aceptar que este sueño dorado —hacerse acompañar por todos los discos del mundo, sin tener que cargarlos ni guardarlos— ha acabado por abaratar la música, y de paso a quienes la reverenciábamos, porque también he podido apreciar infinidad de discos por los que quizás nunca habría apostado. Ahora mismo acompaño estas líneas con un álbum glorioso de Akiko Yano, a quien hasta ayer mismo no tenía el gustazo de conocer. Me temo, sin embargo, que la olvidaré pronto. Soy, como tantos hoy, un melómano totalmente corrompido. Ya hasta me duele el codo cuando compro un compacto, pero sospecho que es el signo de los tiempos.

El mundo es desechable, qué le vamos a hacer. _


  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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