Todos quieren entrar y poco importa lo que deseen los otros

CRÓNICA. Desde el transporte público

Descanso bajo uno de los pocos árboles que hay en Plaza Independencia. (Alejandro Evaristo)
Alejandro Evaristo
Pachuca /

Las calles son imposibles, aún a la sombra. Las altas temperaturas hacen de las suyas y ningún ser vivo escapa a la ola de calor en esta naciente primavera.

La mayor parte de las personas camina buscando las sombras de casas y edificios y otros, como nuestro buen amigo en la imagen, ha detenido un momento su cotidiano andar, sin agua, pero bien a gusto, al cobijo de uno de los poquísimos árboles que hay en Plaza Independencia y al parecer sin hambre. De cualquier forma no está de más la encarecida petición a usted que lee estas líneas: por favor, coloque un contenedor con agua y un poco de alimento para nuestros amigos peludos, créame que, al igual que nosotros, las necesitan… 

Hacia Téllez

Desde el centro de esta nuestra calurosa y sucia capital, llegar al sur de la ciudad no representa gran problema, solo es necesario abordar el Tuzobús y ya está. En la estación Centro Histórico hay mucho movimiento, tanto de usuarios como del personal que ahí labora, como don Faustino, quien está adscrito al área de limpieza y está concentrado tratando de quitar los rayones y dibujos hechos por terceros en las paredes y vidrios de la estación, mientras un elemento femenino de la Policía Industrial Bancaria del estado recorre el pasillo interno y los exteriores del sitio.

Hay avisos por todos lados y en todas partes sobre las estaciones, las recomendaciones al usuario, las formas de pago y demás.

En las pantallas que cuelgan del techo se informa sobre la unidad, la ruta y el tiempo de llegada. Las personas se acercan a las puertas automatizadas cuando el camión arriba y ahí es donde la cosa empieza a complicarse porque algo es evidente: no hay cultura para el uso del transporte. Todos quieren entrar y poco importa lo que deseen los otros, así que tanto el ascenso como el descenso se vuelve un asunto bastante complicado entre semana, cuando todo mundo desea trasladarse.

Al ser la primera estación de toda la ruta hay oportunidad de alcanzar un asiento, pero no de los rosas, esos son exclusivos para mujeres, menores y adultos mayores. Uno de estos últimos llama poderosamente la atención. Ha elegido un asiento cercano a la puerta pero junto a la ventanilla y mientras acomoda su morral negro en las piernas mira a los demás sin observar nada en particular a través de sus lentes.

Son las 11 de la mañana con 10 minutos y el recorrido empieza.

Tres minutos después y gracias a que no hay obras, manifestaciones o algo que obstaculice el tránsito, la unidad llega a la estación Niños Héroes y se repite la historia. El señor del sombrero ve a través del cristal y luego hacia el interior, ¿qué estará pensando?

El Tuzobús arranca y él mira con singular interés a la señora de pantalón negro que se ha sentado de frente a unos tres asientos de distancia. Ha sacado de su bolsa un pequeño ventilador de esos que se venden en las tiendas chinas y lo usa para tratar de refrescarse, pero no hace nada por deshacerse de la chamarra plateada que cubre la parte superior de su cuerpo, “primero muerta que sencilla”.

El aire que entra por las ventanillas abiertas, incluso, se siente caliente con estos 22 grados que, según la aplicación del móvil, hay a esta hora.

El señor del sombrero regresa a su no mirar el exterior y el adusto del gesto desaparece por un momento cuando, al llegar a Plaza Juárez, una caravana de autos con ventanillas y cajuelas abiertas transporta a un montón de chiquillos de un colegio de idiomas, todos disfrazados, sonrientes y saludando a diestra y siniestra. Él no les saludó, pero les sonrió franco, amable. Feliz por ellos, aunque con cierto dejo de nostalgia en la mirada para luego llevar una mano a su boca y regresar a su postura original viendo sin observar a nadie, a nada en particular. ¿Qué estará pensando?

Alguien dijo que la vida es un recorrido y como tal siempre habrá un final, cerca o lejos pero, con toda certeza, inevitable…


Visiones

La unidad continúa su recorrido. Para los usuarios, tratar de avanzar y descender se vuelve una verdadera proeza porque las personas de pie quieren ir cerca de la puerta y no importa cuánto estorben, ahí se quedarán hasta llegar a su destino. Parque del Maestro, Bioparque, Prepa 1 y todas las estaciones subsecuentes han quedado atrás, por la ventanilla se ve la de zona plateada y, al otro lado de la avenida, el inicio del tianguis de Venta Prieta, un enorme hormiguero de productos, personas, puestos. 

Dicen que es uno de los más grandes de la ciudad y no hay duda: las lonas y toldos llegan un poco más allá de la estación Bicentenario, donde la Diosa de los Vientos enfrenta con arrojo y valentía a Ehécatl, el dios tolteca responsable de esos aires, mientras soporta estoica el abrazo de los rayos solares, los mismos que obligan a algunos a buscar resguardo bajo el puente vehicular .  

Hay una bicicleta tirada junto a uno de los enormes pilotes, pareciera abandonada, pero conforme avanza el vehículo y se descubre la realidad oculta, hay una mujer sentada observando a su pequeño jugar luciendo una sudadera del hombre araña. Ambos bajo la aguda y vigilante mirada de un cuadrúpedo mestizo negro. Es hermoso.

Por el oleaje humano provocado por quienes desean salir y quienes lo impiden, la mirada de otro adulto mayor se encuentra con la del señor del sombrero por apenas unos segundos, suficientes para un discreto gesto a manera de saludo que, por supuesto, es correspondido. Luego se incorpora porque ha llegado su turno para enfrentar al montón de personas en la puerta. El Tuzobús está a punto de llegar a la estación Hospitales donde desciende no sin pocos obstáculos...

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