La fascinación por el diálogo se remonta hasta los antiguos griegos y hoy parece extinguirse.

En nuestros tiempos mediáticos no caería mal dejar los juicios rotundos y abrazar la duda.

Los grupos humanos tienen en común aquello que los enfrenta: la tendencia a creerse mejores.

Los espacios públicos empujan cada vez más al individualismo y menos al encuentro y la compañía.

Las historias son el vehículo más apropiado para entender a los demás y salvarnos a nosotros mismos.

Una disonancia moral lleva a repartir las culpas en los demás y nunca en nosotros mismos.

Modelar la historia según los vientos del presente puede convertirse en antología legendaria.

Atender a los que sufren nos enfrenta a un dilema: cuántos sacrificios asumimos para salvar a los demás.

Que las mujeres caminen libres por las calles ha sido fruto de una larga lucha contra el encierro.

Según la leyenda, el combativo Prometeo fue capaz de resistir a toda costa, pero acudió al grito de su amigo devorado por una herida sin alivio. No abandonar a nadie significa escuchar a todos.