En las hogueras digitales de las redes, los gurús de la felicidad anuncian que haremos realidad nuestros deseos si creemos intensamente en ellos. La obligación de hacer realidad las aspiraciones nos provoca ansiedad y frustración.

Aunque imaginemos ser criaturas solas, somos enjambres. Si la ley de la selva existiera más allá de nuestras ficciones, uno de sus artículos principales sería la colaboración.

Todos soñamos con abolir las complejidades de la vida. Desearíamos encontrar soluciones milagrosas para cada problema.

En nuestro presente de muros y alambradas, las palabras de Diotima avivan el deseo de fusionarse, la rebeldía ante las murallas de prejuicios que levantan las sociedades divididas.

Al cuidar de alguien vulnerable, las soluciones individuales pueden aliviar, pero hace falta sentido de lo común, y comunidades de sentido.

A lo largo de la historia, las potencias y los individuos se muestran crueles cuando se sienten inestables.

La fascinación por el diálogo se remonta hasta los antiguos griegos y hoy parece extinguirse.

En nuestros tiempos mediáticos no caería mal dejar los juicios rotundos y abrazar la duda.

Los grupos humanos tienen en común aquello que los enfrenta: la tendencia a creerse mejores.

Los espacios públicos empujan cada vez más al individualismo y menos al encuentro y la compañía.