Una reflexión sobre el acto de mirar a través del cristal: los muros, los árboles, los vecinos y las pantallas como escenario de nuestras historias cotidianas.

El espejo no devuelve el rostro que ven los otros, pero con ese reflejo —familiar y torcido— nos construimos cada día.

Una despedida entrañable que recorre los gatos de Saki, Alberto Ruy Sánchez, Soseki y Doris Lessing en busca de aquel que ya no está. Un homenaje lector y felino.

Recorrer la intimidad ajena —o invitar a otros a la propia— es un gesto de confianza, humor y hospitalidad que revela costumbres, afectos, errores y memorias compartidas.

Hay sueños que se repiten como una maldición, otros que parecen orquestadas por un autor demente. Todos nos enfrentan a una verdad inquietante: hay noches en las que el sueño se vuelve más real que la vigilia.

Un hallazgo casual en la calle desencadena una serie de recuerdos, suposiciones y escenas que cruzan lo cotidiano con las huellas de una violencia indecible.

La autora de esta columna fue reconocida hace unos días en el ciclo Protagonistas de la Literatura Mexicana. A ello obedecen estas palabras.

La relación con esos seres que nos comparten un poco —quizá involuntariamente— de su existencia, se puede ir extendiendo a aquella que tenemos con el barrio, la ciudad, el país.

“El aire que respiramos nos revisa el cuerpo y sale a contarles a los árboles nuestras travesuras”.

“Mi amada Ciudad de México me parece cada vez más horrible, pero estoy segura de que alguien la extrañará en el futuro caótica y crispada como es ahora”.