Poca gente y muchas preguntas. Era el murmullo que envolvía el vestíbulo principal del Palacio de Bellas Artes, en cuyo centro había un estuche con las cenizas de José Luis Cuevas, el artista plástico, el escultor, el dibujante, el epicentro de la llamada Generación de la Ruptura, quien había sido una especie de rock star y ahora, en una tarde gris y lluviosa, con preguntas que revoloteaban a cada rato, música clásica de fondo y una fugaz escandalera, ni siquiera había desfile de funcionarios.
Las preguntas habían surgido desde que el cortejo salió de una casa funeraria situada en Eje Sur Río Magdalena, límites con Jardines del Pedregal y San Ángel, en la delegación Álvaro Obregón. Había mucho tráfico vehicular. De modo que la carroza se movía lenta. No estaba escoltada por policías; ni agentes de tránsito le abrían el paso, como ha sucedido con otros personajes fallecidos, incluso del espectáculo.
Aquí no.
Como cualquier mortal.
Las cenizas de Gato macho, como se le conocía, eran transportadas sin la parafernalia que rodeó a otros difuntos famosos. Un conflicto familiar lo había rodeado en los últimos años, y ahora sus hijas se quejaban de que la segunda esposa no les permitía ver a su padre. Atrás había quedado el recuerdo de los años felices del pintor, junto a Bertha Riestra, ya fallecida, y sus hijas, que llorarían en el Palacio de Mármol.
El cortejo fúnebre cruzó por la avenida Miguel Ángel de Quevedo, torció hacia Río Churubusco y giró sobre Eje 8 Sur. Rodó por División del Norte y enfiló sobre Eje Lázaro Cárdenas, para después doblar hacia el Palacio de Bellas Artes, donde amigos y conocidos personaje, pocos, aguardaban para hacer guardia de honor, como los secretarios de Educación federal y de la CdMx, Cristina Cepeda y Eduardo Vázquez.
La ceremonia oficial estaba por terminar, pasadas las 18:00, cuando a unos metros del vestíbulo, del lado derecho, empezó a formarse una pelotera en torno a una de las hijas del artista. Las guardias de honor continuaban. De multitud salió el escritor Juan Villoro, quien por poco queda atrapado entre reporteros que acercaban sus micrófonos y camarógrafos que deseaban captar imágenes.
La música clásica continuaba. De pronto se escucharon dos, tres, cuatro golpes secos, como los de una regla que golpea el maestro sobre una mesa, que parecía un llamado de atención para exigir silencio.
Pero no.
Todo el bullicio, ante algunas miradas incrédulas, era escenificado muy cerca de la urna que contenía las cenizas del que también fue conocido como el 'enfant terrible', quien tiempo atrás había pintado su raya y cuestionado a los grandes muralistas; y ahora, con la noticia de que no era un homenaje de cuerpo presente, como se esperaba, las preguntas aumentaban y las hijas se quejaban de no se les había permitido verlo en vida.
—¿Es Ximena?– preguntó alguien.
—No sé.
—María José es la que está hablando ahorita– comentó otro, mientras observaba el tumulto de reporteros que se disputaban un espacio para escuchar o fotografiar.
Solo faltó que pronunciaran el nombre de Mariana, la otra hija, y en eso estaban cuando, entre empujones, salió la figura y voz de una mujer: vestía de luto y traía sombrero de ala ancha color negro. Bajaba las escaleras. Atrás dejaba una nube de reporteros, fotógrafos, camarógrafos y curiosos que habían llegado al Palacio de Bellas Artes, donde rendían homenaje al padre que había muerto a los 86 años.
La acompañaba una perturbada Wanda Seux, ex vedette y bailarina, quien había participado en el documental Bellas de noche, dirigido precisamente por María José Cuevas –una de las hijas del artista–, quien seguía recibiendo el pésame de amigos. Cerca de ahí, Homero Aridjis, poeta y activista ambientalista, había desatado una tormenta al insinuar que el pintor, su amigo, durante mucho tiempo había sido secuestrado.
Y las preguntas volvían a revolotear en el interior del Palacio de Mármol, mientras Aridjis era asediado por hombres y mujeres que, grabadoras y teléfonos en mano, inquirían sobre el asunto. "Era el Goya mexicano", decía Aridjis, refiriéndose a Cuevas.
"Era muy generoso", repetía el poeta, para luego recordar que el homenaje de ahora ni siquiera era la sombra de los recibidos por sus también amigos Octavio Paz, Rufino Tamayo, Garbriel García Márquez y Pedro Armendáriz.
"Era un hombre muy creativo, muy espontáneo y con sentido del humor", opinaba. "Yo vine porque era amigo mío".
—¿Cuándo fue la última vez que lo vio?
—Hace unos años; estaba ausente, apagado, era un fantasma de lo que había sido. Para su ego, a él, que le gustaba tomarse fotografías.
—¿Y qué le parece el homenaje?
—Para el ego de José Luis Cuevas, éste era el lugar apropiado para un gran homenaje; con otros, como Pedro Armendáris, no hubo problemas: aquí estaban sus tres viudas –dijo Aridjis mientras sonreía.
AER