A finales de octubre, las familias se preparan para recibir a sus difuntos. Con un altar lleno de flores, fotografías, papel picado, agua, comida e incienso, esperan que las almas de quienes ya no están los visiten. Aunque los elementos que contenga el altar puede varias por las creencias de cada persona, existe un elemento que no puede faltar: las velas.
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Según la Real Academia Española, uno de los significados de luz es: agente físico que hace visibles los objetos. Para Platón, importante filósofo griego, es también el entendimiento de las ideas, de la razón.
La luz en el altar de muertos es la esperanza, el deseo del reencuentro entre quienes continúan en el plano terrenal y quienes partieron dejando vacío su cuerpo. La flama de las veladoras le permitirá a las almas encontrar el camino de regreso al que alguna vez fue su hogar y, a su vez, retornar a la que actualmente es su morada.
Ya sea en velas, cirios o veladoras, es un elemento que no puede faltar en el altar de muertos porque será lo que ilumine la travesía de nuestros seres queridos que vienen a visitarnos. Un anclaje que los acompañe y guíe, que les permita hacer vislumbrar su antiguo hogar y lo que tendrán que atravesar para llegar a él, que los llene de fe.
En el pasado, los antiguos mexicanos utilizaban rajas de ocote, según el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas. Explica que en varias comunidades indígenas cada vela representa un difunto, por lo tanto, el número de veladoras que tenga el altar es la cantidad de almas que la familia quiere recibir. Además, si los cirios o los candeleros son morados, es señal de duelo; y si se ponen cuatro de éstos en cruz, representan los cuatro puntos cardinales, de manera que el ánima pueda orientarse hasta encontrar su camino y su casa.
¿Cuándo se encienden?
Cada familia tiene su propio ritual, pero según la creencia colectiva el altar debe estar listo el 28 de octubre, porque ese día llegarán las ánimas que vienen solas. Ese día, se enciende una vela.
El 29 de octubre se enciende otra veladora, para acompañar a las almas desamparadas u olvidadas, aquellas que no resolvieron conflictos con sus familiares antes de partir. El 30 de octubre se coloca la tercera vela, que estará dedicada a quienes fallecieron sin comer o sufrieron un trágico accidente.
La cuarto vela se enciende el 31 de octubre, dirigida a nuestros ancestros: bisabuelos y abuelos. Se dice que el 1 de noviembre llegan las almas de los más pequeños, mientras que el 2 de noviembre nos visitan los adultos. Durante esos días también se encienden velas, o si no se sigue dicho ritual, se puede optar por solamente encenderlas el 2 de noviembre.
En cualquier caso, el 3 de noviembre se enciende una última vela, se realiza un ritual de despedida para que las ánimas regresen a su actual morada. Las velas pueden permanecer encendidas para que iluminen el camino de regreso, ya sea por unos cuantos días más o, incluso, hasta fin de mes.
No importa el tamaño del altar de muertos, sea grande o pequeño, con pocos elementos o muchos, la relevancia de la ofrenda es honrar la vida de nuestros difuntos, celebrar su recuerdo y compartir como comunidad la riqueza de la memoria y el convivio. La luz que emane de las veladoras es pieza primordial para que eso ocurra.