Poco antes de enterarse de que le quedaban algunos meses de vida, Daniel Leyva (1949-2019) decidió ultimar la vida de “Luciano”. Con 47 años a cuesta y la satisfacción de haberle otorgado a su progenitor el nada despreciable Premio Xavier Villaurrutia, la existencia de ese personaje nacido con Crispal entre 1970 y 1972, llegaba a su fin con Divertimento.
Divertimento (Ediciones Sin Nombre, 2020) sería la última obra escrita pero no pensada por Daniel, un hombre a quien la vida le seducía tanto como las letras.
Sabiendo que el último de sus respiros pendía del infortunio de la enfermedad, encaminó sus últimos años a vivir y a viajar, a sorprenderse de una vida que podía ser leída por muchos, pero releída por pocos.
Amelia Becerra Acosta, su viuda, lo recuerda como un escritor lúdico y un hombre incansable, ansioso de descifrar los pentagramas ocultos en la travesía de la vida.
Aquel hombre a quien tan apasionadamente la vida le atrajo, no dudó en reescribir la sentencia que habría de iniciar Crispal (Premio Xavier Villaurrutia, 1976): “Pensé en suicidarme esta mañana/ Pero cuando salí y sentí el frío/Decidí esperar una semana más”.
¿Qué tenía que pasar en la vida de un hombre, en la vida de “Luciano”, para que éste postergara su suicidio al contacto con el frío?
Daniel sabía que lo único que podía pasar era la vida.
Más poeta que funcionario
Entre los 21 y los 24 años, Daniel escribió Crispal, era la época en la que también ese joven ambicioso estiraba sus pasos a París, donde terminaría por vivir 11 años.
Regresó a México en 1983 para verse convertido en un funcionario de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE).
En los laberintos de la institucionalidad fue donde conoció a Amelia, durante 36 años, la lectora más fiel de cada verso suyo publicado en Uno Más Uno, fue su amiga, su “editora” y también su amor.
Ella, 13 años menor que él, prometió ante la consumación de su muerte publicar Divertimento en los seis meses posteriores al deceso.
La muerte le jugaba a aquella pareja una broma negra como las que Daniel sabía amaestrar en sus historias.
Custodiado por el hetorónomo de “Santiago Escobar”, pasados los 80, Daniel continuó escribiendo, ahora, desde Bélgica y luego desde Portugal.
A decir de Amelia, la obra de Daniel, entre las que se encuentran Administración del duelo (2018), El cementerio de los placeres (2000) o ¿ABCDErio o AbeCeDamo? (1980), es un entramado de humor y sorpresa.
La misma sorpresa con la que un niño descubre el mundo, con la que ella descubrió que su poeta favorito era el mismo que trabajaba en la oficina de la SRE a la que ella estaba obligada a acudir, el mismo con el que, a pesar del enojo de su padre, se iría a vivir y el mismo con el que se casaría, también, por deseo de su padre.
“Yo pensaba que era un tipo muy grande; un día me invitó a una lectura que iba a hacer Octavio Paz pero no fui y al poco tiempo me mandó todos sus libros, ahí me di cuenta que era el poeta que me fascinaba, que jugaba no sólo con las palabras y los pentagramas, sino con el lenguaje de la vida.
"Existen tantas novelas como lectores, tantas pinturas como espectadores y volver a ellas después de haberlas leído o visto, cada vez, es diferente.
"Es diferente extrañar desde la alegria de haber vivido con él durante 36 años que extrañarlo con luto”, recuerda.
El 20 de octubre de 2019, Daniel murió, “Luciano", también.
Ambos, en cada una de sus travesías, dejaron claro que morir es nacer, que la vida es procedencia y descendencia, que la vida es como la literatura y que no hay más razones que ella misma para ser leída, para ser vivida.
Que nosotros, ustedes, ellos Somos un piñata llena de memoria.
“Luciano no sabía, por aquellos
años, que viviría mucho más
de lo que ni siquiera imaginaba
entonces pues estaba persuadido,
como dicataban los falsos preceptos
del romanticismo y de los poetas
del siglo diecinueve, que la suya,
una existencia efímera sería."