“¿Quién habrá inventado las fundas peludas para inodoro? ¿Quién alzó la tapa y pensó: eso necesita un sombrero?” -Rita Rudner
El baño decide
No sé a quien se le ocurrió decir que los baños que hacen las cosas por ti, son “baños inteligentes”. Sus lavabos no tienen llaves, tienes que poner la mano bajo el grifo y esperar a que el “lavabo inteligente” entienda que pusiste ahí la mano para que deje fluir el agua. Nunca entiende, y además de quedarte con las manos enjabonadas, pasas por imbécil. Luego te diriges a la “papelera inteligente” que te da los papelitos para que te seques, colocando la mano sobre un censor que jamás se enterará de que quieres un papelito para quitarte el jabón que no te pudiste quitar con el agua.
Si esos baños no son tontos, al menos son culeros (o una combinación de ambos). Quien programó esos baños, algún día será presidente.
Una especie de perverso
Lo peor es cuando la luz se enciende y apaga automáticamente, percibiendo los movimientos de quien ingresó al baño. Nada más ridículo que pararte del escusado a bailar para que se prenda la luz.
Algunos “baños inteligentes jóvenes” podrán encender la luz cuando levantas un brazo, pero si son “baños inteligentes seniles”, tienes que aventar la puerta de una patada para que despierte y encienda la luz. Esos “baños inteligentes seniles” deben demolerse y darle paso a una nueva generación de “baños inteligentes despiertos”.
Una vez pateé la puerta y nada; con los calzones a media hasta, tuve salir a bailar frente a los lavabos, cuando se prendió la luz y alguien me vio, como si fuera una especie de perverso. Le dije: “Por favor, muévete lo más que puedas, para que la maldita luz entienda que debe estar prendida”. Salió huyendo.
Por supuesto, también tienes derecho a permanecer a oscuras en el baño, pero si entra alguien y escucha tus movimientos y respiración, se preguntará: “¿Qué estará haciendo a oscuras, y en el baño, esa especie de perverso?
Tormenta de pasiones
Hace muchos años, en casa de mi difunta Tía Marina, en el Callejón del Diamante, en Xalapa, Veracruz, recuerdo que estaba sentado en el escusado bajo una lluvia torrencial (era una casa antigua y el baño estaba separado de la casa). Había allí algunas revistas, que cumplían la función de brindar entretenimiento, información, cultura y hojas por si se acaba el papel higiénico. Después de permanecer más de una hora sentado, mis ojos se toparon con un artículo: “Permanecer más de una hora sentado puede provocar várices”. Así fue la primera vez que baile en un baño, bajo una tormenta de pasiones, cual Tongolele.
El celular
Las funciones de las revistas en el baño, ahora las suplen los teléfonos celulares (con la salvedad de que no puedes limpiarte con ellos). No solo te mantienen ocupado mientras haces tus necesidades (con nuevos aditamentos como las redes sociales) sino que puedes usar la lucesita por si se apaga la luz súbitamente, y hasta llamar por teléfono a la recepción para decir que, por más que te mueves, la luz no quiere prenderse, que vengan a cambiar el foco. Pero ¿qué tal que ya no tengas pila? O más desesperante, que te estés quedando sin pila y mientras el teléfono está marcando la rayita roja tu intentas, frenéticamente, comunicarte al 911 para decir que no hay papel.
El papel del papel
Conozco tres situaciones en la que se busca desesperadamente un papel: cuando terminas la carrera de Literatura Dramática y Teatro, cuando estás en el escusado y brilla por su ausencia, y cuando tienes marihuana pero sin papel para enrollar. En las dos últimas situaciones, no discriminas Sensacional de Traileros, directorio telefónico, bolsa de pan ni boleto de metro. Sobre la marihuana, recuerdo una chica que le cortaba las orillas de una Biblia, pero sin tocar las letras, porque según ella “era pecado”. Sobre el escusado, recuerdo una frase de Chaf y Queli: “Es preferible la hoja de tamal, porque limpia, peina, rasura y acaricia”.
Que regresen los bañeros
Lo último que necesitamos es un baño que haga las cosas por nosotros. Nuestra sociedad infantiloide y escapista ya tiene suficientes gadgets y chucherías que alientan el confort y la huevonería. Todos tenemos derecho a prender la luz, cortar nuestro propio papel higiénico y abrir las llaves para lavarnos las manos (si es que nos las queremos lavar, pues hasta ahora no he conocido un solo caso de muerte por no lavarse las manos). Y si alguien nos lo va a hacer que no sea una máquina, sino un humano, con el que se pueda razonar, como el empleado que además de darte papelitos, vende chicles y gel para el cabello.