Un día como hoy, pero de hace tres años, John Waters intercambió sus coloridos trajes por una toga negra y un birrete a juego, para asistir a la graduación de un numeroso grupo de futuros licenciados de diseño. En la ceremonia, el referente de la “cultura basura” fue nombrado doctor honoris causa en Bellas Artes y le concedieron un espacio para dirigirse a los estudiantes con un mensaje alentador. El director de Pink Flamingos (1972) tomó su lugar detrás del atril, se colocó sus gafas de pasta, acomodó los micrófonos y dio lectura a un sermón honesto y desenfadado con el que, a través de sus fracasos, anécdotas e inquietudes, traspasó los límites del alumnado hasta colarse en los oídos de toda la audiencia: “Yo no he cambiado. La sociedad sí. ¿Quién iba a imaginar que una universidad de primera invitaría a un viejo asqueroso como yo para que sirviera de ejemplo a sus alumnos?”.
Con citas tan irónicas como contundentes, el artista originario de Baltimore, Maryland, expuso la combinación idílica entre madurez y frescura de alguien que ha sobrevivido y se mantiene en el sendero de la escena artística. Derivado de esto, a la par que extendía una invitación concreta a “ponerlo nervioso” con propuestas innovadoras, aclaró la importancia de la disciplina en cualquier materia artística y la necesidad de conocerla a fondo para, después, romper sus reglas. Así lo sentenció: “La labor del arte contemporáneo consiste en destruir lo que había antes. ¿Se puede aspirar a un trabajo mejor?”.
Waters no se contuvo en remarcar las aristas del mundo del arte; también evidenció la trascendencia cultural que puede alcanzar una obra que entiende y evidencia su contexto social, “Hairspray (1988) es la única película realmente astuta que he hecho nunca. El musical basado en ella se representa en casi todos los institutos de Estados Unidos… y nadie parece darse cuenta de que se trata de un espectáculo en el que dos hombres se cantan una canción de amor y que incita a las adolescentes blancas a salir con chicos negros… es un caballo de Troya: se coló en la América profunda y nunca la pillaron. Ustedes pueden hacer lo mismo”. Incluso hizo referencia al panorama económico que rodea al arte y persuadió a los alumnos a estar cerca de aquellos que puedan invertir e impulsar su obra, así como estar atentos y alejarse de los acaudalados, “pobres de espíritu”, que carecen de curiosidad, son dogmáticos e impermeables al cambio. Entonces, se dirigió a los padres de esos graduados y les pidió comprensión para sus hijos, libertad y apoyo incondicional: “La tregua de la madurez llegará a las familias si todos los miembros tienen paciencia.”
Tres sentencias de John Waters para que destrabes tu creatividad
1. Espero que los hayan enseñado a no tener miedo al rechazo en nuestro lugar de trabajo. Recuerden que un “no” es gratis.
2. Una carrera artística es como un viaje de autoestop: lo único que necesitas es que alguien te diga “entra” y ya estás en marcha.
3. Hoy podría ser el final de nuestra delincuencia juvenil, pero también debería ser el primer día de nuestra nueva desobediencia adulta.
Al escritor, nacido el 22 de abril de 1946, le bastaron poco más de 12 minutos para formular una retahíla motivacional que resumiera las herramientas a considerar para cualquiera que imagine su futuro sumergido en el quehacer creativo. Los editores de Algonquin Books of Chapel Hill se dieron cuenta de eso y en 2017 transcribieron las palabras de Waters en el libro Make Trouble. El sello Anagrama hizo lo propio para el público hispano y lanzó Cómo liarla, libro de 74 páginas traducido por Damià Alou, que se desprende de la colección Contraseñas Ilustradas y fue complementado con el trabajo del artista estadunidense Eric Hanson, quien en 2010 ilustró Role Models, un compendio de entrevistas y perfiles de los “héroes” de John Waters.
En Cómo liarla (disponible en México) vale la pena digerir los tradicionales españolismos con los que las ediciones de Anagrama nos llegan y dejarse envolver por las palabras de John Waters para sacudirse las limitaciones propias, los miedos y la idea de lo políticamente correcto. Luego, salir a la calle con la mente ávida de novedad, la imaginación como brújula y disponerse a crear o entender a quienes invierten su vida en ello. Este libro puede colocarse junto al retrete por la naturaleza de la obra de su autor y por la brevedad de sus textos, pero de preferencia debería colocarse en todas las bibliotecas de las escuelas de arte y en los estantes de aquellos artistas temerosos que se limitan a idolatrar a quienes aprenden a “liarla” en el camino de la acción.