Tras la captura de El Chapo Guzmán, habrá quien quiera saber más de esos narcotraficantes poderosos. Ningún involucrado dará mayores datos. Pero en el terreno literario todo puede suceder. De ahí la pertinencia de leer a Don Winslow.
El poder del perro es uno de sus best seller, con datos comprobables en otras fuentes periodísticas (Proceso, por ejemplo). La trama: un agente de la DEA entra en la guerra gringa contra el narco para toparse con un párroco con visión social, la esperable mujer fatal y mucha historia. Don nos lleva a los setenta en la configuración de los cárteles que sobreviven hasta la fecha, con los esperables cambios derivados del reacomodo de poder que se da cada captura o muerte de los jefes. La intromisión de la DEA en la vida mexicana es evidente: la complicidad de las autoridades y de los delincuentes, también.
En muchos lugares el narco es la única opción para sobrevivir (la ganadería o la siembra no dan lo suficiente). Incluso se establece cómo ha sido propiciado por los propios gringos. Y eso que la novela está situada en los 70, cuando los narcos tenían por consigna no tocar a la población civil no involucrada en el negocio, Añádase la posibilidad de ser afectado (secuestrado, extorsionado, etc.) y el narco resultará refugio: a menos que se participe en los autodefensas o, de plano, sea parte de la “migración dorada”: toma el dinero que puedas (o que te dejen tomar: en algunas ciudades de la frontera los narcos vigilan que no se te ocurra hacer mudanza porque te caen con notario para que les regales el inmueble, tus joyitas y dinero) y vete a vivir al lado gringo. El poder del perro anticipa ese clima de descomposición nacional y muestra la situación rural donde los narcos son una peculiar realeza que apenas será tocada por sus semejantes, pero nunca por los policías sojuzgados: la violencia manda por no tener poder opositor. Don no evita evidenciar que la descomposición está de los dos lados de la frontera: que el negocio está en la lucha misma, no en ganarla. Pero, sobre todo, que es una lucha inútil, pues el mercado consumidor jamás desaparecerá, allá; y en México hemos pasado de ser productores y distribuidores a ser consumidores.
Winslow documenta las negociaciones entre los narcos y explica sus consecuencias. El poder del perro resume parte de la historia de los cárteles mexicanos del norte del país, cuna de las principales organizaciones ilícitas que hoy siguen gobernando en forma paralela en muchas regiones. Se mencionan nombres reales y otros identificables, se habla del PRI, se dan datos geográficos, se estudian las circunstancias históricas (se habla del terremoto del 85 como distractor gubernamental para hacer tratos con el narco, de los zapatistas de Chiapas, del EPR, del ejército metido en el narco, y más) y todo con un ritmo marcado, que lleva al lector hasta el final del libro sin cansancio.
Winslow también analiza cómo viven los traficantes del lado gringo. En la ya filmada Salvajes, hay un par de productores de mariguana que cumplen el sueño americano: ser ricos trabajando poco. Más si están en las playas de Laguna Beach, California, donde hay sexo, consumismo y dinero. Es perfecto hasta que llama la atención del cártel de Baja. Los narcos que llegan a arrasar son los salvajes, pero también lo son los dos personajes centrales dispuestos a todo, para no dejarse ganar por esos mexicanos locos, capaces de matar y torturar a sus paisanos o coasociados si se requiere: hay un orgullo gringo de superioridad sobre esos mexicanos primitivos. En Salvajes vemos varios clichés mediáticos, en su momento bien aprovechados por el muy eficaz Oliver Stone para su versión cinematográfica de la novela: la mujer que domina a los narcos (Elena La reina) y a los típicos narcos de cadenas colgadas y maneras poco pulidas por la educación o a los de segunda generación que se visten bien, hablan bien, pero ello no les impide sacar el lado salvaje y, por supuesto, las escenas de balazos y de tortura. El esperable policía corrupto de la DEA aparece.
Si bien la novela Salvajes no está tan documentada como El poder del perro, deja entrever una problemática real: la expansión de los cárteles al lado gringo del negocio, documentada desde hace décadas. En la novela se destaca el sexo y se habla de las carencias de los narcos (Elena sufre la soledad y por eso piensa en perdonarle la vida a la amante común de los dos gringos, secuestrada para presionar la rendición), pero muestra que atrás de la “guerra contra el narco”, los gringos alojan a la élite de varias organizaciones ilegales para dejarles vivir una vida sin problemas, visto que tienen de sobra el dinero necesario para pagar todos los servicios que impliquen estar allá, DEA incluida.
Winslow no pasa de moda. La reciente captura de El Chapo Guzmán muestra que sus obras siguen describiendo la realidad mexicana y gringa, por incómodo que ello resulte para quienes quieren creer que la sangre ha dejado de llegar al río.
Ricardo Guzmán Wolffer