“Me pregunto si hay vida después de la muerte, y si la hay ¿le cambiarán a uno un billete de veinte dólares?” -Woody Allen
Malos pensamientos
Toda persona parece muy decente a simple vista. Y probablemente lo sea, hasta que se encuentra un billete roto en su cartera. Allí aflora el demonio de los malos pensamientos. El primero que surge: “¿Quién me lo dio? Seguramente el de los tacos de canasta, y yo que lo creí mi amigo ¡ahora voy a comprarle tamales a la señora de enfrente! Quizás me lo dio la señora de la tienda; pinche vieja, parece muy dulce pero alberga un alma diabólica, seguro le pone los cuernos a su viejo. O quizás me lo dio mi mamá, cuando me dio el cambio de cuando fue a pagar mi renta, eso no se le hace a quien le dio el ser, ¡bastante me hizo sufrir mandándome a la escuela!”. El segundo mal pensamiento consiste en el plan para deshacerse del billete, de la misma manera como uno lo recibió: disimuladamente, sin que el que lo reciba se de cuenta, pagando con él mientras conversas trivialidades con el vendedor, mientras entregas el billete doblado, y cuando crees que ya la hiciste y te alejas caminando, te llaman: “¡Perdón, este billete está roto! Así no me lo reciben”.
Clientes preferenciales
Lo civilizado sería acudir a un banco y cambiarlo por uno sin roturas, pero a la mayoría le da hueva entrar a una sucursal y hacer cola para realizar el trámite.
Hacer cola en el Oxxo para pagar unos chicles es desesperante, por la cantidad de gente haciendo recargas, depósitos o sacando actas de nacimiento, sobre todo porque siempre hay una caja cerrada tras la cual, varios empleados cotorrean el punto. Bueno, hacer cola en el banco es peor, pues hay cinco escritorios y diez cajas y únicamente funcionan dos.
Luego están los bancos que le agregan letras a los números y nunca avanzas. Por ejemplo, te toca la Ñ14, y ves que van pasando la K28, la R07, la W125 y así. Cada media hora avanza la Ñ, que va en el turno 03. Desesperado vas con el policía de la entrada y le preguntas que porqué no avanza la Ñ y sí la K, y te responden “Es que la K es para clientes preferenciales y la Ñ para los que ni son clientes del banco”.
El Anillo Único de Frodo
El billete se vuelve así en un objeto mágico del que no puedes desprenderte, como el anillo ese de esa película dividida en tres partes (de dos horas cada una) donde un pendejo es incapaz de desprenderse de un anillo, mientras se lo cabulea un enano enclenque llamado Gollum.
Una vez quise deshacerme de uno de a cincuenta, metiéndolo en una máquina para pagar el estacionamiento ¡y la máquina me devolvió dos billetes de a veinte… rotos!
Mal vecino
Una vez me dije: “Puedo dárselo de propina a los que recogen la basura que dejo en la puerta, junto con su propina; llegan a las diez de la mañana. Lo peor que pueden hacer es tocarme para reclamarme (pero no les abriré, para que crean que ya me fui). Quizás piensen que soy un culero, quizás crean que no me fijé. De todos modos se merecen un billete de cincuenta pesos, aunque esté roto, pues normalmente les dejo solo cinco pesos”.
En la siguiente junta de vecinos, me dijeron que los de la basura tocaron todos los timbres para acusarme de darles un billete roto; por ello, y como represalia a mi maldad, tuve que pagar una pipa de agua.
El círculo de la maldad
El billete encarna todo el karma negro de la sociedad, representa las devaluaciones, la Estafa Maestra, las invasiones de Trump, la Casa Blanca, el “no traigo cash”, de Zedillo, por ello, un billete roto es una maldición gitana.
Los de la basura se llevaron mi billete, con que le pagaron al ciego que vende dulces, quien pagó con él su consulta con una doctora de una farmacia de genéricos (quien siente ternura por el ciego). La doctora pagó con él, un vestido de oferta en una conocida tienda departamental (a cuyas cajeras les da lo mismo recibir billetes rotos, pues no son las dueñas), el contador de la tienda departamental, le cambió el billete a los limosneros del barrio, por morralla (monedas, que más usan) los limosneros acudieron al banco (donde son clientes preferenciales) y nuevamente lo cambiaron por morralla.
Finalmente, hago un retiro de un cajero automático y ¡oh, calamidades del destino! El billete roto de cincuenta pesos regresa a mis manos, cual maldad financiera convertida en boomerang vengador.
Para sacarle provecho al papel moneda inútil, invito a la población que tenga billetes rotos, a quemarlos frente a la Casa de Bolsa, como una protesta contra la pésima distribución mundial de la riqueza.