El videoclub de la pelea

En el tono del Tona

En los viejos tiempos uno disfrutaba recorrer los pasillos del videoclub, buscando, explorando y todo para que al final uno se llevara la misma película que se ha visto cien veces.

Blockbuster ya tiene solo una sucursal, en Bend, Oregón, Estados Unidos (Ilustración: Karina Vargas)
Rafael Tonatiuh
Ciudad de México /

“Hasta la vista, baby”.
Arnold Schwarzenegger.
Terminator II.


El abogado

Moreno, de anteojos, amable y simpático. Tenía su puesto de discos compactos sobre Balderas, casi llegando a la Avenida Juárez, a unos metros de la Alameda Central, en mi adorado Centro Histórico de México Distrito Federal (que no CdMx, como rebautizara Miguel Ángel Mancera, con la tramposa intención de pasar a la posteridad, pues más bien todos lo recordaremos por demoler edificios históricos para construir centros comerciales).

Nos llamaba abogado a los que nos deteníamos allí, para adquirir o escuchar discos de jazz, blues, música clásica, o simplemente para charlar.

Hace pocos días se desplazó a la Avenida Morelos, casi enfrente de la redacción de MILENIO. Ahora vende sándwiches, chapatas, hot-dogs y chilaquiles; todo delicioso. Su mujer me comentó: “Nos desplazó la tecnología”.

En la actualidad nadie compra discos compactos, la gente baja música de internet (yo mismo la busco y reproduzco en YouTube; ni siquiera en iTunes, SoundCloud y Spotyfi, pues soy un conservador dentro de la modernidad).

Las tiendas Mixup, antaño especializadas en discos, se fueron desplazando hacia los remates de CD, DVD y películas en blu-ray (“todo a 99 pesos”).

Con la piratería y la bajada de música, videos y series en streaming, ya ni siquiera sale esa mercancía, por clásica que sea.

Mientras devoro unos chilaquiles, el Abogado y yo recordamos los tiempos del Arca Perdida, cuando en las fiestas hacías schatch con los discos de vinilo.

Steven Spielberg no ha muerto

Blockbuster, famosa empresa internacional dedicada a la renta de películas, ya tiene solo una sucursal, en Bend, Oregón, Estados Unidos; una ciudad con nutrias, montañas y un volcán.

Me pregunto cómo será la clientela de este último videoclub. Seguramente viejitos y hipsters (pues estos últimos tienen un exótico gusto por las antigüedades, que llaman vintage y retro).

Quizás hayan planificado desarrollar el turismo con el slogan: “Visite el Jurassic Park de Volver al Futuro”, atrayendo a quienes vieron la película Ready Player One.

Paciencia, prudencia, verbal contingencia

La cuarta transformación debería incluir la conservación y fomento de los videoclubs, pues Javidú (con todo y sus pillerías) tuvo razón al exaltar la paciencia como un valor importante.

Muchos accidentes, tratos desafortunados, bodas y divorcios son producto de una decisión apresurada, pues la sociedad actual está malacostumbrada a hacerlo todo de prisa (y lo peor, creen que ese defecto es una virtud, pues confunden lo dinámico con hacer las cosas a lo pendejo).

Hoy se quiere todo peladito y en la boca y para ahorita. Basta con apretar un botón para tener la canción, la película o la serie de televisión en un segundo (y si se tarda dos, la gente entra en pánico).

En los viejos tiempos uno disfrutaba recorrer los pasillos del videoclub, buscando, explorando y todo para que al final uno se llevara la misma película que se ha visto cien veces.

Había muchos anaqueles con categorías diversas: Acción, Comedia, Drama, Románticas, etc. Solo les faltó la categoría videos para gatitos (que sí tiene YouTube), donde podrían caber las películas de Andy Warhol, Carlos Reygadas y el cine experimental checoslovaco, pues los mininos se entretienen viendo una araña o un pez dando vueltas por el monitor durante tres horas.

La idea mercadotécnica de Netflix se apoya en ofrecerle al espectador lo más novedoso del mercado, en los videoclubes se hacía más énfasis en las películas que salían de cartelera y se conservaban allí, como piezas de museo.

El tiempo en un videoclub nunca era desperdiciado, pues uno se divertía tanto husmeando, como viendo una película.

Los nazis del surf deben vivir

Además de los Videocentros, Blockbusters y otras grandes cadenas, los chidos eran los videoclubes caseros y patitos.

Las películas que se exhibían en los videoclubes comerciales se limitaban a lo legalmente correcto, los otros te rentaban películas piratas, grabadas de la tele y de origen desconocido; de esa oferta podía brincar una película extraña o de culto, que sabrá Dios cómo llegaron allí; títulos que no están en los catálogos comunes y corrientes ni pasan en cineclubes universitarios, como Los surfistas nazis deben morir, El ataque de los tomates asesinos, Santa Claus conquista a los marcianos o la película porno donde actuó Sylvester Stallone.

Videoclub que me brindaste la oportunidad de disfrutar las peores películas: “Hasta la vista, baby”.

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