¡No veo cuándo lleguen las vacaciones!

EL ÁNGEL EXTERMINADOR/CRÓNICAS A OSCURAS

En esta época de vacaciones, las personas con discapacidad visual también viajamos, aunque la gente comúnmente piense: “¿Cómo le harán? Seguro ha de ser una bronca… o ni viajan”. ¡Pero claro que lo hacemos, y a todas partes!

Siempre es muy útil que haya conocido antes de perder la vista el lugar al que voy. (Especial)
Katya Vega
México /

En estos años que he viajado como “nueva ciega”, pues la mía es ceguera adquirida, he podido vivir cosas que podría escribir en un anecdotario, experiencias tanto buenas como malas.

A veces la aventura comienza desde el aeropuerto, pues todo lo que implica salidas y llegadas hacia el destino y el regreso, si no las planeo con muchísima organización (incluso con obsesión), pueden ser un dolor de cabeza.

Lo bueno es que, en lo referente a los aeropuertos, ya he podido desarrollar “mañas” para facilitarme la vida. El bastón, por ejemplo, es como mi varita mágica: muchas veces es mi mejor arma para pedir ayuda, ya que el personal del aeropuerto y las aerolíneas se acerca para asesorarme al imprimir el pase de abordar, documentar maletas y hacer cualquier trámite. Otra de mis “mañas” consiste en siempre, al documentarme, pedir una silla de ruedas para abordar y también otra que me espere justo en la puerta del avión al llegar a mi destino.

Lo anterior podría decir que resuelve mi vida al facilitarme todos mis recorridos por los aeropuertos, ya que evito hacerme bolas cargando la maleta, el bastón y traer los documentos en la mano, además de que puedo dar rienda suelta a mi flojera para caminar entre todas las salas de espera, abordar y recoger maletas, pero siempre surgen cosas que no planeo, como en una ocasión en el aeropuerto de Los Cabos. Estaba muy tranquila a bordo de mi súper silla de ruedas, pero para llegar al área de restaurantes no había elevador, solo una escalera eléctrica que estaba apagada; las personas subían caminando, por lo cual tuve que bajarme de la silla de ruedas, agarrar mi maleta y cargarla por toda la escalera mientras dos amigos me seguían cargando la silla de ruedas.

En otra ocasión, para abandonar el avión no había forma de que la silla de ruedas llegara hasta la puerta del mismo, así que fue toda una aventura ya que me bajaron en una camilla como de rescate.

Siempre es muy útil que haya conocido antes de perder la vista el lugar al que voy, pero se complica cuando es un lugar totalmente desconocido, no importa si estaré en hotel o en la casa de algún amigo.

Una vez me estaba quedando con una amiga que tiene una casa que en el segundo y tercer piso tiene exactamente la misma distribución: a ambos llegas por la misma escalera de caracol y hay un cuarto en cada extremo. Yo estaba quedándome en el cuarto del extremo izquierdo en el segundo piso, pero un día me perdí completamente, entraba y salía del cuarto buscando mis cosas, no identificaba nada; según yo, seguía tocando el mismo barandal y ventana, pero ¡no sabía en donde estaba! Así que grité para que fuera a mi rescate. De alguna forma, sin darme cuenta, había subido un piso de más y todo ese tiempo busqué mis cosas en el cuarto y piso equivocados.

En otra ocasión que fui a un festival, al reservar el hotel pedí un cuarto que estuviera en la torre principal, cerca de recepción. Al llegar, una señorita me acompañó para darme un tour por todo el cuarto, el problema fue cuando quise reunirme con los demás. Teníamos un grupo de Whats, así que rápidamente pedí que si alguien podía pasar por mi para ir a donde todos estarían. Pronto, un amigo me respondió: “Sí, ¿cuál es tu habitación?”: En ese momento me di cuenta de que no tenía idea; me había asegurado de todo menos de ese pequeño detalle.

Una cosa que no puedo negar es que en México la gente suele ser muy protectora. A veces me quitan el bastón con el afán de ellos guiarme, pero lo más común es que se acerquen para ofrecerme ayuda. Esto es muy diferente en otros países, no sé si es por cuestión cultural o por respeto a la individualidad o francamente porque les vale gorro.

Una vez en un hotel de Estados Unidos, me desperté muy temprano y con hambre, así que quería bajar a donde servían el desayuno, pero mi compañera no despertaba, así que decidí ir a la aventura de la búsqueda de mi desayuno. Salí del cuarto, empecé a caminar sin orientarme por los pasillos, con mi bastón. Oía que la gente pasaba e incluso algunos me decían “morning”, pero apresuradamente tomaban su camino. Nadie se detuvo para ofrecerme ayuda; después de varios minutos, conseguí llegar al desayunador y una de las meseras era latina. De inmediato se acercó a mí y me ayudo con el desayuno y me leyó el sabor de cada jugo. Un trato muy diferente. Un año después regresé al mismo hotel y la mesera aún se acordaba de mí.