‘Stand up’ clandestino

EL ÁNGEL EXTERMINADOR

La ola de lo políticamente correcto se convirtió en un tsunami, que en una sociedad culpígena como la mexicana, codependiente de la buenas formas, la aprobación y la aceptación, los standuperos se han visto intimidados.

Humor manchado en tiempos de corrección y linchamiento. (Especial)
México /

“No hay bronca. Tú escribe la crónica, no te detengas, solo no sueltes coordenadas exactas ni forma de contacto. Con los que somos y estamos es suficiente. No queremos redentores sociales que vengan a arruinarnos la fiesta con sus llamadas de atención y su indignación de Twitter. Si quieren hacer de este un mundo mejor censurando palabras y expresiones, que lo hagan. Muy su pedo si anhelan vivir en una hermosa y segura habitación acolchada como la de los psiquiátricos, donde nadie se haga daño. Que se pongan camisas de fuerza por voluntad propia y todos contentos. Es mi casa y se chingan. Ahora si, suéltate”, me dijo uno de los organizadores, guapo él, para mis fetiches pues, canosón, con barba y ese look sencillo de empresario de bajo perfil, Dockers y zapatos cómodos bien boleados. Soltero, según su turno al micrófono, heterosexualmente encantador. Llegué por su primo al que conocí en un sauna. Los dos únicos gays de la tertulia. El ambiente es mayoritariamente buga.

Y como soy puto pero norteño y preso de las construcciones sociales heredadas de mi abuelo paterno, cumpliré mi palabra: solo diré que se encuentra al sur de la Ciudad de México y que la casa me recordó algún set en el que Gabriel Retes grabó sus películas más depravadas.

Aunque en realidad, la acción sucede en un patio muy mono, con periqueras —estas sí muy hípster— de acero y colores industriales, un montón de sillas para exterior modelo Acapulco en colores chillones, acomodadas casi en el mismo orden que la bandera de arcoíris. Por nuestras cabezas flotan guirnaldas con sombrillitas hawaianas, en tiempos de lluvia se coloca una lona. De las paredes cuelgan enredaderas y series de luces navideñas de focos, como de huevo. Y al fondo a la izquierda hay un templete semicircular con piso de duela, techo de palma seca sobre reflectores pequeños, micrófono y un muro de piedra detrás. El organizador, o dueño, me cuenta que ese rincón originalmente fue una especie de palapa con varias parrillas para armar carnes asadas, pero al morir su padre (quien era adepto a los Rib Eye) y su madre, fuera y lejos del éxito de sus fiestas, tiró todos los muebles oxidados por desuso y recicló el espacio.

La cuota de recuperación es de 150 pesos y existe sólo un requisito: aguantar vara. También se deben abandonar los smartphones en una Ziploc que te devuelven al final del show, esto con el fin de impedir a toda costa, la tentación de grabar algún chiste que después escape de la privacidad y el secreto mediante Whatsapp, inbox o de plano Youtube. Y que, gracias a las apps capaces de dar con tu identidad por el reconocimiento de rasgos o facciones, seas un candidato a la concientización dada por la bondad inquisitoria que busca erradicar la normalización de la violencia (normalizando la lapidación). Todo esto sucede en una barra en la que venden Coronas y Victorias a 30 pesos y Heineken y Stella Artois a 50, atendida por una chica rubia y sonriente que suelta de esas carcajadas protagonistas que se contagian.

Quien abre la noche es el organizador. Fan, como no podría ser de otra manera, de Seinfeld, pero también de las bromas de series como Moonlighting, la de Bruce Willis con Cybill Shepherd y Murphy Brown, sobre la neurótica conductora de noticias insoportable e incorrecta. La influencia es notoria.

No hay estrellas de la noche o nombres con aspiración a ser parte del catálogo de Comedy Central o Netflix, aunque los parroquianos exigieron a chiflidos la actuación de dos tipos. El primero me parece un discípulo de Louis CK en clave de machismo chilango, para mí forzado, aunque sí hace reír. El segundo es una bomba de risas. Creo que su estrategia es más bien básica, se roba la narrativa de Polo-Polo para contar chistes sobre tuiteros veganos con sobrepeso y cosas por el estilo. Se acaba de aventar la historia buenísima sobre una mamá típica que vomita al novio de su hija por sus postura feministas, ya ni supe en qué terminó porque sentía que me meaba en los calzones. Al bajar ellos dos, suben los que quieran. Cualquiera puede hacer uso del micrófono: los que no tengan pánico escénico, quien lleve un guión o no tenga talento. Lo que me da la sensación de estar más en una terapia de grupo o un cabaret clandestino, de cuando la Segunda Guerra Mundial sometía el entretenimiento. Aquí nadie se salva. Yo salí embarrado cuando los chistes giraron en torno a los calvos y los gays, la mayoría de los asistentes oscila entre los 35 y los 45 años:

“Justo creo que es lo que están pidiendo, sin decirlo, los comediantes; un espacio de autoayuda donde se reconozcan iguales (atormentados) (según ellos, nadie los atormenta). Como que los espacios de comedia se han vuelto un lugar de aplauso entre ellos más que lugares que quiera visitar la gente” me cuenta Alex Díaz, escritor de comedia y director general de Casa Comedy Fest, un festival de stand up que sucederá los próximos 26 y 27 de octubre en el Teatro Metropolitan y contará con nombres como Ricardo O´Farrill, Chumel Torres, entre otros, al pedirle una opinión sobre la existencia de este lugar.

Para el organizador, el stand up al estilo gringo llegó con retraso cultural a México, también lo hizo en el peor momento histórico, justo cuando empezaba a entender las reglas del autoescarnio y la combustión de los estereotipos. La ola de lo políticamente correcto se convirtió en un tsunami, que en una sociedad culpígena como la mexicana, codependiente de la buenas formas, la aprobación y la aceptación, los standuperos se han visto intimidados.

“Con eso de la combustión de estereotipo ya andamos teorizando de más el stand up. Es innegable la herencia de la comedia de finales de los años 80 –no de estilo, sino de percepción– que le hemos pasado al comediante de stand up actual, porque ser comediante en México pocas veces ha sido una herramienta divergente y ha sido más una oportunidad de descrédito: “mira este meme donde un comediante opina esto pero UN ASTRONAUTA opina esto otro, ¿a quién le crees más?”. El stand up no se va a ninguna parte porque es la cotidianidad lo que le seguirá dando vida, la lucha entonces no es del stand up por crecer o sobrevivir, es del comediante por ser respetado y de un par por ser considerados Camus sin haberlo leído. Por cierto, no se roben chistes” concluye Alex Diaz.

  • Wenceslao Bruciaga