Día de la Memoria Trans: la responsabilidad de los transfeminicidios es de todxs

Ser es resistir

Láurel Miranda

Día de la Memoria Trans 2020: los transfeminicidios son responsabilidad de todxs.
Láurel Miranda
Ciudad de México /

“En promedio las mujeres trans en México viven apenas cerca de 35 años”, le dije a mi hermano a principios de 2018, cuando por entonces yo aún no salía del clóset como mujer trans con nadie. Mi hermano, que no entendía mi fijación por el tema, se sorprendió muchísimo al escuchar el dato: “¿por qué?”, me preguntó desconcertado. “Porque las matan. Porque la sociedad --y sobre todo los hombres heterosexuales-- ve en ellas una amenaza, por los discursos de odio, porque fueron expulsadas de su casa a temprana edad, porque no tienen acceso a educación, porque no cuentan con redes de apoyo, porque se les margina, en fin, porque su vida parece no importar”, le respondí rápido, antes de intentar desmenuzar cada punto.

De acuerdo con el Proyecto de Monitoreo de Asesinatos Trans, que desde 2008 cuantifica a nivel mundial el número de homicidios cometidos contra esta población, entre dicho año y septiembre de 2020 se han registrado 3 mil 664 asesinatos, con Brasil y México a la cabeza como los países con el más alto índice de violencia hacia esta comunidad. 

De dicha cifra, 350 homicidios ocurrieron en el último año, un 6 por ciento más que lo reportado en 2019; es importante mencionar también que el 98 por ciento de dichos asesinatos fueron cometidos contra mujeres trans o personas trans femeninas. En el caso de México, la organización reporta que de septiembre de 2019 a septiembre de 2020 ocurrieron 45 asesinatos contra personas trans.

No está demás decirlo: la abrumadora cifra es apenas un subregistro del número real de estos crímenes de odio (en tanto que no hay cifras oficiales, sino reportadas por grupos activistas; en el caso de México, es el Centro de Apoyo a las Identidades Trans quien aporta los datos). Cabe también subrayar que detrás de estos datos hay un sinfín de historias de mujeres trans marginadas, a las que revelar su identidad les costó la vida, a las que desafiar las reglas del género como algo supuestamente congénito e inamovible, les llevó a la periferia de la sociedad, hasta la vulneración de sus derechos y de sus cuerpos. Por ello, y en el marco del Día de la Memoria Trans, que se celebra el 20 de noviembre, aprovecho este espacio para escribir sobre nuestras hermanas trans que nos fueron arrebatadas por un país transfeminicida.

Y digo país, porque todxs somos responsables de los transfeminicidios. Sería equivocado pensar que lxs únicxs responsables de estos asesinatos son quienes los perpetran de forma directa; como he sostenido antes, los crímenes de odio son apenas la punta de un iceberg sostenida por múltiples prácticas de rechazo, discriminación y burla de las que participamos todxs.¿No me crees? Aún me sorprendo, enojo y entristezco cada vez que reviso los comentarios que la audiencia de MILENIO (y otros medios) coloca en redes sociales debajo de noticias sobre transfeminicidios. En la mayor parte de ellos, la gente no sólo no reconoce el término, sino que se burla de él, y muchas veces responsabiliza a las mujeres trans de sus propios asesinatos: “si ellas no aceptan su cuerpo, ¿cómo alguien más las va a aceptar?”, “fue su culpa, por dedicarse al trabajo sexual”, “¿por qué no se metió a estudiar?, ¿por qué no buscó otro tipo de trabajo?”; en fin, gente que condena el trabajo sexual y que considera que las mujeres trans han gozado y gozan de los mismos privilegios con que ellxs han contado.

Por absurda que a nosotras, las mujeres trans, pueda parecernos una pregunta como la que me hizo mi hermano (“¿por qué viven tan poco?”), creo que vale la pena ponerla sobre la mesa y procurar responderla de la forma más coloquial posible. Por ello iniciaré diciendo que el transfeminicidio se refiere a aquel asesinato de una mujer trans por el simple hecho de serlo. ¿Y por qué somos blanco de la violencia más recalcitrante sólo por ser trans? Bueno, porque vivimos en un sistema cisexista, en el que sólo son sujetas de derecho, válidas y dignas de respeto las personas cisgénero, es decir, aquellas que se identifican con el género que les fue asignado al nacer, en función de sus genitales. Hablar de un hombre trans con vulva, que menstrúa, o de una mujer trans con pene o con barba, resulta para muchxs, y derivado de prejuicios, como hablar de algo abyecto y antinatural y, por tanto, se nos ve como potenciales amenazas para este sistema, como sujetxs a castigar o eliminar.

De ahí que cuando una persona trans sale del clóset a muy temprana edad, corre el riesgo de ser expulsadx de su casa: se trata del primer eslabón en una cadena de violencia que le llevará a continuación a ver reducidas sus posibilidades de acceso a educación y a ejercer una actividad laboral mal pagada. En palabras de la filósofa Siobhan Guerrero y la bióloga Leah Muñoz, esta cadena de violencia es una “gradual pero profunda”, con la que las personas trans “van siendo arrojados fuera de la protección de la ley y colocados como punibles y desechables”.

Es decir, aquí me gustaría lanzar un par de preguntas: ¿cómo reaccionarías y qué harías si alguien en tu familia o círculo de amigxs te dijera que es trans?; si eres empleador(x), ¿has contratado a alguna persona trans?, ¿qué clase de prejuicios o juicios anticipados tienes sobre ellxs? Hago estas preguntas para recalcar, una vez más, que la responsabilidad de los transfeminicidios es de todxs. Incluso lo es el alto porcentaje de personas LGBT que han pensado en el suicidio en México (que asciende al 50 por ciento).

Como bien dice Valeria en la serie española Veneno, las mujeres trans no son peligrosas. “Peligroso es una madre que maltrata, peligroso es tener que huir de tu casa a los 13 años, peligroso es que en cada esquina de tu pueblo te llamen maricón y que tu mayor tortura sea el deseo de que te amen. O sentirte sola porque nadie ve quién eres. Eso es peligroso”.

¿Qué hacer entonces para frenar los transfeminicidios? “No basta con diseñar marcos jurídicos”, nos dicen Guerrero y Muñoz, pues ello no necesariamente cambia las prácticas sociales más allá de la ley. “Desmontar la violencia estructural”, nos dicen, “requiere también intervenirlos”. Y aunque ellas proponen al trabajo social como un aliado para lograr este cometido, como periodista y comunicóloga creo que desde los medios también nos toca hacer algo y lo primero es hablar del tema.

Y de nuevo cito a Valeria: “los medios de comunicación marcan la línea entre lo socialmente aceptado y lo no aceptado, pueden transformar los prejuicios en empatía, la oscuridad en luz, y hacer visible lo invisible”. Pues bien, intentemos dar un poco de luz.



Láurel Miranda es una mujer trans, periodista, licenciada en Ciencias de la comunicación y egresada en Historia del arte por la UNAM. Se desempeña como SEO manager en Grupo Milenio y como profesora de periodismo multimedia en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Ama a su madre, sus gatos y el chocolate caliente.