Cannabis: entre la evidencia científica y el debate social

El cannabis combina un amplio potencial terapéutico con riesgos que aún se estudian; su uso sigue en debate por la falta de evidencia concluyente.

Cannabis | Especial
Diego Martínez Bourget
Ciudad de México /

Pocas plantas han generado un debate tan amplio como el cannabis, conocido en Latinoamérica como marihuana. Su legalización, sus usos recreativos, medicinales y posibles efectos en la salud han estado en el centro de discusiones sociales y políticas. Pero ¿qué tanto de lo que se dice es cierto y cuál es la evidencia científica que lo respalda?

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Una planta con mucha historia

La relación entre la humanidad y el cannabis se remonta a más de 4,000 años. En la antigua China se usaba el tallo para fabricar textiles, cuerdas y papel, además de aprovecharse con fines medicinales, como quedó registrado en el pen-ts’ao ching, un compendio basado en tradiciones que datan del 2700 a. C., donde se recomendaba para tratar el dolor reumatoide, la constipación o la malaria. En la India, hacia el 1000 a. C., se utilizaba en rituales religiosos y como analgésico, antiinflamatorio o afrodisiaco

La versatilidad de la planta favoreció que se expandiera al Medio Oriente y África, y más tarde a Europa, donde se empleó, en primera instancia, como fibra textil. A América llegó en el siglo XVI por Brasil, de la mano de esclavos africanos. Durante siglos se exploraron sus efectos terapéuticos y narcóticos, pero en el siglo XIX decayó su relevancia con la aparición de fármacos más efectivos, como la aspirina, o el desarrollo de las vacunas. No fue sino hasta el siglo XX que la planta adquirió un estatus de peligrosa; por ejemplo, en Estados Unidos fue prohibida y estigmatizada como droga de “barrios bajos”, asociada a comunidades afrodescendientes y latinas. A pesar de la ilegalidad, resurgió en los años sesenta como símbolo juvenil y contracultural.

La prohibición frenó la investigación científica, pero a inicios de los noventa volvió el interés con el descubrimiento de receptores específicos para cannabinoides en el sistema nervioso y el hallazgo de la anandamida, un compuesto endógeno que evidenció la existencia de un sistema natural de regulación en el cuerpo humano. La marihuana contiene cientos de compuestos, de los cuales destacan los cannabinoides, moléculas que tienen una estructura química similar e interactúan con el sistema endocannabinoide del cuerpo. 

Dentro de estos, hay dos que sobresalen por su abundancia: el ácido delta-9-tetrahidrocannabinólico (THCA) y el ácido cannabidiólico (CBDA), que, al ser sometidos a calor intenso (por ejemplo, al quemar o cocinar la planta), sufren una reacción llamada descarboxilación, dando lugar al tetrahidrocannabinol (THC) y al cannabidiol (CBD), los cuales son, respectivamente, las formas activas de estos ácidos. Mientras el THC es la sustancia responsable de los efectos psicoactivos típicos por su consumo (euforia, alteración en la percepción del tiempo, aumento del apetito), el CBD no provoca estos cambios y ha despertado el interés de la industria farmacéutica por sus posibles propiedades ansiolíticas, anticonvulsivas y antiinflamatorias, las cuales siguen siendo tema de investigación actualmente. A pesar de su semejanza estructural, el THC y el CBD interactúan de forma distinta con el sistema endocannabinoide, que es una red de receptores en el cerebro y en otros órganos que regulan funciones diversas como el dolor, el apetito y el sueño.

¿Medicina o veneno?

Hoy en día, uno de los principales usos médicos de la marihuana es como paliativo para pacientes con cáncer, aliviando síntomas comunes durante las terapias anticáncer, como vómito, ansiedad e insomnio. También se ha empleado para reducir dolor neuropático, mejorar el sueño en personas con estrés postraumático, aliviar complicaciones asociadas al VIH/SIDA, reducir la espasticidad en pacientes con la enfermedad de Parkinson y calmar malestares relacionados con epilepsias persistentes y pacientes con esclerosis múltiple, por mencionar algunos.

Estos beneficios han impulsado una fuerte investigación en este campo y, al mismo tiempo, han servido como uno de los argumentos más fuertes para su legalización en distintos países. Sin embargo, su popularización ha despertado preocupaciones sobre sus riesgos. Entre ellos destacan la producción de compuestos tóxicos al fumar la planta, alteraciones cognitivas como la afectación de la memoria de trabajo, mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, cambios en el epigenoma (el sistema que regula la expresión de los genes) e incluso se ha asociado con un mayor riesgo de psicosis, que en ciertos casos puede progresar a esquizofrenia.

Es importante reconocer que la marihuana no es una panacea capaz de curar todos los males, pero tampoco una planta a la que debamos temer por completo. Sus compuestos pueden ofrecer beneficios terapéuticos a muchas personas, aunque los efectos dependen de factores como la dosis, la forma y la frecuencia de consumo. Además, más allá del THC y el CBD, el cannabis contiene otros componentes cuyo potencial aún no está muy explorado, lo que hace indispensable continuar con los estudios de estas sustancias.

Lo que sigue…

En años recientes, el cannabis ha despertado un enorme interés científico y social, aunque aún enfrenta retos: muchos estudios son pequeños y hacen falta investigaciones más amplias para definir dosis seguras, vías de administración y efectos a largo plazo. El panorama se complica en regiones donde la planta sigue siendo ilegal y estigmatizada.

El desafío es avanzar en el estudio de la planta para aprovechar sus beneficios sin minimizar sus riesgos. Tal vez en el futuro se hable de la marihuana con la misma naturalidad que de la morfina o la aspirina. Por ahora, sigue siendo un tema de frontera, donde la ciencia, la cultura y la sociedad se cruzan en un debate que apenas comienza.

Editores científicos: Dr. Iván D. Rojas-Montoya, Dra. Sandra M. Rojas-Montoya

jk

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