La vida de una enfermera del Hospital General en Pachuca

HISTORIA CORONAVIRUS

Entre la preocupación y la satisfacción de ayudar al prójimo

La oferta de empleo creció 30% para médicos y enfermeras. (Archivo)
Alejandro Reyes
Pachuca /

Tu mamá te dice que cuides, quisiera que dejes de trabajar pero no has pensado en eso. Cada que llegas a casa tu esposo te pregunta cómo está la situación en el hospital, le cuentas, platican. Te sientes estresada pero al mirar a tus hijos te alegras. Tu hijo, el más pequeño, quiere ser médico.

Estudiaste enfermería para ayudar a la sociedad. Te gusta lo que haces y llevas ya más de diez años en el Hospital General de Pachuca.

La pandemia generada por el covid-19 ha cambiado el ritmo de trabajo. Hay un área de pacientes sospechosos y un área destinada específicamente que supera ya los 150 casos y 21 defunciones en Hidalgo hasta el momento.


Tú no estás ahí, estás en la torre de hospitalización, pero sabes que en cualquier momento te pueden enviar al área de covid-19 a atender a pacientes y no tienes ningún problema en ello, eres enfermera y es parte de tu trabajo.

El hospital te ha capacitado a ti y a tus compañeras constantemente, han hecho simulacros de atención y eso te genera estrés, aunque ya lo habías sentido antes por la carga de trabajo pero ahora es diferente, está presente una enfermedad que antes no existía.

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Con la pandemia ahora usas dos uniformes, el clínico, que te identifica como enfermera y antes de subir al piso en el que te toque dar atención te pones tu pijama quirúrgica, guantes de látex, cubrebocas N95, googles, cubrepelo y una mascarilla. No atiendes pacientes con covid-19 pero como si lo hicieras.

Atiendes a personas hospitalizadas por apendicitis, pancreatitis, traumatismos craneoencefálicos, oclusiones intestinales y descompensaciones diabéticas. En las últimas semanas el número de pacientes al que das atención ha descendido, guardan sana distancia entre camas.

Entonces te toca atender a una mujer que tiene una oclusión intestinal, es un trabajo de rutina para ti y un par de días después te dicen que presentó síntomas de covid-19: fiebre y dificultad para respirar. La pasan al área de sospecha.

Te entra la incertidumbre, te baja la autoestima. Sabes que estuviste junto a ella, que tú la atendiste. Comienzas a observar tus síntomas, que no suceda nada fuera de lo normal. Te encomiendas a Dios.

El jefe de servicio del hospital te da la noticia, la paciente que atendiste fue descartada de covid-19, tenía neumonía. Respiras hondo. Te vuelve el alma al cuerpo.

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Sabes que la población no cree en el covid-19, que piensan que se trata de un tema político. Miras a la gente en las calles, no se quedan en casa, no siguen las medidas de seguridad. Piensas que creerán en la enfermedad hasta que se enteren que un vecino murió de ello o quizás un familiar.

Tratas de no platicarle a tu mamá la situación del hospital, si lo hicieras sola se sugestiona. Crees que se espanta más que tú que estás en la atención hospitalaria a diario. Cada que hablas con ella repite que te cuides.

No has sufrido un ataque o agresión de la gente por ser enfermera como ha sucedido en otros estados del país, sin embargo tratas de no andar en la calle con tu uniforme porque te incomoda, sientes que todos te mal miran.

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Llegas a casa, no cruzas la puerta principal, entras por un pasillo, ahí te desvistes, los zapatos los dejas afuera y corres a la regadera. Tu uniforme lo lavas a parte, son tus medidas preventivas tras salir del hospital.

Miras a tus hijos, te llenan de alegría, te desconectas de tu trabajo. Tu hijo el más pequeño te pregunta cómo estás, que si no te da miedo enfermarte, que si el bichito no te ha agarrado (se refiere al covid-19), le dices que no, que el bichito no te ha agarrado. Sonríes. Tu esposo se queda con los niños, te apoya en lo que haces, pero aun así sientes que debes estar al cien para ellos. No tienen clases presenciales, haces manualidades con el niño y la niña, y les preparas postres.

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Estás consciente que corres el riesgo de contagiarte en el hospital. No sabes en qué momento puedes cometer un error. Tus ojos, grandes y redondos, comienzan a humedecerse. Piensas en tus hijos. Tu voz se entrecorta. Es en ellos en lo que más piensas si algo te pudiera a pasar. Lloras.

Y si llegara a sucederte quieres pensar que eres una mujer sana y que tu organismo responderá bien ante la enfermedad, que el hospital no te va a dejar sola porque después de tu hogar es tu segunda casa. Tus lágrimas resbalan por tus mejillas. Tu voz no es la misma.

Sabes que tu institución no te va dejar sola, que tus compañeras enfermeras te darían la mejor atención para salir adelante.

Lo que más te dolería son tus hijos. Los amas. Dejas que tus lágrimas salgan libremente, no las limpias de tus ojos, dejas que la fuerza de gravedad haga lo suyo.

Quien más te preocupa es tu niño, juega a que va a ser médico pero con una pandemia como la del covid-19 no quieres que estudie medicina.

Cuando tienes que inyectar a tu hija o a tu esposo tu hijo te ayuda, agarra el músculo, hace la limpieza. Te dice que va a ser médico y que él te va a trabajar contigo.

Pero ves la contingencia sanitaria, el número de contagios, los decesos, los pacientes del hospital, sus síntomas y prefieres que tu hijo se dedique a otra cosa. No limpias tus lágrimas, solas desaparecen de tus mejillas, tu voz vuelve a ser la misma.

Eres creyente. En las mañanas, después de ponerte el uniforme, antes de irte al hospital le pides a Dios que regreses a casa sin ningún virus que contagie a tus hijos, a tu familia.

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