La primera palabra que leí en el resultado de la prueba fue POSITIVO. Venía así, en mayúsculas, para que no quedaran dudas. Acusé el impacto en el nacimiento del pecho. Positivo a covid-19.
Mi hermano sostenía entre las manos el sobre con el resultado. Unos instantes de confusión afuera del laboratorio nos hicieron creer que era negativo. Fue un martes, el 17 de agosto, cerca de las nueve de la mañana. Una hora antes le habían realizado la prueba.
“Ya me había espantado”, dijo al creer que había salido negativo. Subimos a la camioneta, yo era el conductor. Él iba en el asiento trasero, leyó de nuevo el resultado y desde ahí escuché su voz. “Hermano es positivo”, me dijo y la realidad se instaló de golpe. El virus estaba en su cuerpo.
Le dieron ganas de llorar. El miedo abrazó su cuerpo. Pensó en su esposa, en sus hijos, en nuestros padres, en mí, en el riesgo a contagiarnos. El silencio inundó la camioneta y ahogó las palabras.
Tras asimilarlo le dije que no se preocupara, que sus síntomas no eran graves y que ahora había que seguir las medidas para su cuidado. En el naufragio del silencio le pidió a Dios que lo ayudara a salir adelante.
Antes de volver a casa pasamos con el médico que le había ordenado realizarse la prueba un día antes. Le dio las indicaciones que tenía que seguir de ahora en adelante y lo recetó.
Todo comenzó el domingo. Teo empezó con flujo nasal, ojos llorosos y tos, al día siguiente tenía fiebre, el termómetro marcó 38 grados de temperatura. El virus daba muestras de vida.
Salimos del consultorio y llegamos a casa. Mi papá abrió el zaguán. Yo fui el primero en bajar de la camioneta y enseguida mi hermano. Mi papá preguntó cómo nos había ido y mi hermano le dio la noticia con un nudo en la garganta, a punto del llanto y la voz entrecortada. “Salí positivo”, le dijo.
Mi papá se acercó a abrazarlo y mi hermano le dijo que no porque estaba enfermo, dio un paso atrás pero aún así lo estrechó en sus brazos. Le dijo que todo iba a estar bien. Mi padre se apartó y lloró.
Salieron mi madre, mi cuñada y mis sobrinos. Les di el resultado de la prueba y las medidas que teníamos que seguir para cuidarlo. La voz me flaqueó por un momento.
Las lágrimas rodaron por el rostro de mi cuñada. Mi madre trató de ser fuerte pero el llanto de mi sobrina la quebró. Lloraron juntas mientras mi madre la consolaba. Acondicionamos la carpintería de mi padre para el aislamiento de mi hermano a unos metros de la casa.
Minutos después de las dos de la tarde mi hermano y yo salimos en la camioneta al Seguro Social para que lo revisaran y le dieran la incapacidad para el trabajo. Viajamos como lo hicimos por la mañana hacia la prueba: él en el asiento trasero, yo de conductor y el virus en su cuerpo.
Llegamos a las tres al Seguro. Mi hermano salió de la camioneta y yo junto con él, le dije que lo esperaba junto a una jacaranda al otro lado de la carretera y él se perdió en la entrada al hospital.
Pasaron 30 minutos, luego otra media hora, todo me pareció normal, la atención en el Seguro siempre ha sido así, tardada. Transcurrió una hora y media más y mi hermano no salía.
Las nubes ocultaron el sol. Media hora más tarde cruzó una de las puertas del Seguro. Le confirmaron el diagnóstico, positivo a covid-19 con síntomas leves. Le dieron 12 días de incapacidad. El reloj en mi mano izquierda marcaba diez minutos después de las cinco de la tarde. Encendí la camioneta y comenzó a llover.
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Regresamos a casa. El ambiente estaba más tranquilo después de la noticia por la mañana. Teo se aisló en la carpintería. Cenamos sin mi hermano. La noche había caído.
Mi padre se fue al trabajo, esta vez no salí a despedirlo, lo miré desde la ventana, me dijo que viera a mi hermano antes de dormir. No salí a verlo porque él me hizo una videollamada después de bañarme, preguntó cómo estábamos, me dijo que él estaba bien y que la siguiente pastilla del tratamiento le tocaba a la media noche.
Antes de dormirse mi hermano nos encomendó a Dios, a sus hijos, a su esposa, a mis padres y a mí para no contagiarnos de covid y le volvió a pedir que lo ayudara a salir adelante de la enfermedad.
Minutos antes de la media noche dejé el libro que leía, había avanzado bastante, tomé el celular y le marqué a mi hermano. Lo desperté antes de que sonara su alarma.
Le recordé que le tocaba la pastilla. Me dijo que se tomaría el paracetamol y colgamos. Tenía 38 grados de temperatura. Un escalofrío le clavó los dientes al amparo de la noche. El virus llevaba en su cuerpo ya tres días.