Nuestros padres, sin proponérselo, nos enseñaron la forma en la que tendemos a resolver problemas y corregir situaciones. Así que si tuviste padres que acostumbraban castigarte para que cumplieras tus obligaciones, es muy probable que repitas ese patrón con tus hijos. ¿Te has puesto a pensar en las consecuencias?
Ya sea verbal o físico, un castigo tiene como base el uso de la fuerza, y aunque en muchos países está penado golpear a los menores de edad, la verdad es que las palabras pueden ser igual de hirientes y dejar efectos que todavía se sienten al llegar a la edad adulta.
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Algunos de los efectos de crecer en un ambiente donde los castigos son frecuentes pueden ser:
Ser víctima. Un niño que se acostumbra a los castigos, los acepta sin cuestionar nada. Al crecer, aceptará las normas establecidas con una actitud sumisa, tendrá problemas de autoestima y sus niveles de ansiedad y estrés serán altos.
No razonar. Cuando el objetivo principal es no ser regañado, se pierde de vista el motivo por el que ese comportamiento es incorrecto. El niño no aprende la lección, sólo quiere evitar el castigo, así que volverá a esa conducta en cuanto no lo vean.
Repetir el patrón de violencia. Si los padres validan el uso de la violencia física o verbal, los niños podrían desahogar su frustración con otros niños o animales cuando sus padres no los ven. Al crecer, tendrían tendencia a repetir estas conductas con sus parejas o hijos.
Vínculos emocionales débiles. Ya que el niño obedece por miedo, la relación con sus padres se ve afectada por el aislamiento, falta de empatía y desconfianza.
Si creciste en un ambiente de castigos y deseas educar a tus hijos de una forma más equilibrada y sana, puedes lograr tu meta con amor y respeto por los sentimientos de tu familia. El apoyo de un profesional en psicología puede serte útil para sanar el vínculo con tus padres y establecer uno fuerte y sano con tus hijos.
RL