María Elena revisa que el altar esté bien: la veladora encendida, las rosas, la foto de su esposo, sus cenizas y las imágenes de la Virgen de Guadalupe, la Virgen de San Juan de los Lagos y San Judas Tadeo.
Alberto, su hijo, se conecta en una laptop a Zoom y enfoca la cámara de la computadora hacia el altar en la sala de su casa. Tíos, primos, hermanos, la familia, poco más de 30 personas se conectan también. Es domingo y pasan de las siete de la noche.
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A María Elena, que viste de luto, la acompañan su hija Citlali Alejandra, su hijo y sus papás: Leonor y Alejandro.
Mira la computadora y agradece a la familia que la acompañen en el primer rosario de su esposo, Julio Lázaro Flores. Dos días antes murió de covid-19 y sus cenizas descansan en el altar en una caja café madera con una cruz dorada que tiene en el centro el rostro de Jesucristo.
Inicia el rosario virtual. María Elena y su familia se persignan. Padre nuestro que estás en el cielo.
Julio era trabajador de la Comisión Federal de Electricidad en la Ciudad de México. Tras iniciar la contingencia sanitaria, al padecer diabetes e hipertensión, lo enviaron a descansar a casa. Regresó a Mineral de la Reforma. Tenía 42 años.
Permaneció el mes de abril con su esposa e hijos. Sus únicas actividades eran estar con su familia, salir a continuar la construcción de una casa nueva, cobrar sus catorcenas en el banco y acompañar a María Elena por la despensa.
El 7 de mayo comenzó con dolor de garganta. Acudió con un médico particular. Terminó el tratamiento e inició con temperatura. El termómetro marcó 38.5 grados centígrados y empezaron los dolores fuertes de cabeza. Así estuvo durante dos días.
El médico le recetó paracetamol. Julio se negó a ir a un hospital. Tenía miedo de entrar y no volver a salir. El doctor ordenó que se realizara un tele tórax, el estudio arrojó covid-19, neumonía, principios de influenza y daño en los pulmones en un 70 por ciento.
Entonces vino la agitación y una tos fuerte que le impedía estar acostado, la garganta se le secaba rápidamente. María Elena estuvo todo el tiempo a su lado, cuidaba de él, le decía que fueran a un hospital pero él se resistía, tenía miedo de que lo intubaran.
El azúcar de Julio se elevó y el doctor ordenó que lo trasladaran a un hospital. María Elena llamó al 911 y le dijeron que las ambulancias estaban saturadas. Lo llevó en su auto a la Clínica 1 del Instituto Mexicano del Seguro Social.
Julio estuvo cuatro días en el hospital. Le colocaron oxígeno. Estuvo inestable. Lo intubaron. Su mayor miedo era ése y sucedió. El ventilador estuvo trabajando a su máxima capacidad. El daño en los pulmones pasó a un cien por ciento. Su estado de salud era grave.
El viernes 15 de mayo, cerca de las ocho de la noche, en una cama del Seguro Social los signos vitales de Julio se detuvieron por completo.
María Elena, quien presenciaba en ese momento junto a sus hijos una misa virtual que le había mandado a hacer a su esposo, fue informada por teléfono del deceso.
Justo antes de contestar la llamada del médico del Seguro presintió que algo grave había pasado y comenzó a llorar. Su llanto se hizo más fuerte al recibir la mala noticia.
El dolor con sus dientes afilados mordió por todas partes el cuerpo de su hijo, sus gritos llegaron a la calle y alarmaron a los vecinos. Su hija le lloró a su padre dos días seguidos.
La última vez que María Elena vio a su esposo con vida fue el día que lo dejó en el hospital. Se abrazaron. Ella le dijo que lo esperaba en casa. No se despidieron con un beso porque ambos traían cubrebocas.
Antes de que lo llevaran al Seguro Social a Citlali Alejandra no le importó que su padre tuviera covid-19 y lo abrazó fuerte. Alberto le dijo: “Dios te acompañe, papá”.
María Elena recuerda a su esposo como un hombre ejemplar, responsable como pareja, padre y trabajador.
Julio platicaba con sus hijos, jugaba con ellos, los abrazaba. Veían películas y series. Se lavaban los dientes juntos y dormían hasta tarde.
Citlali Alejandra estaba por cumplir sus 15 años. Su padre tenía preparado todo, el salón, la iglesia, el vestido, la sesión de fotos, la comida. Julio ensayaba el vals con su hija. No hubo fiesta.
Para María Elena su esposo era su “gordito precioso” y dice que mil veces habría dado la vida por él.
No sabe cómo es que su esposo se contagió de covid-19, aunque estuvo todo el tiempo con él, ella no se enfermó. A su hija le dio temperatura. Ella y sus hijos se pusieron en cuarentena, no resultaron infectados.
Un mes antes de que Julio enfermera, el esposo de una hermana de María Elena había fallecido de diabetes.
Julio, su esposa y sus hijos, sin saber en todo lo que se vendría más adelante, platicaron una tarde en la sala de su casa sobre ese deceso y de cómo quería partir de este mundo el día que llegara a morir.
-A mí no me gustaría que me sepulten, no quiero que me coman los gusanos, no me imagino que me estén comiendo los gusanos-, les dijo.-¿Entonces qué te gustaría, papi?-, le preguntó su hija.
-A mí me gustaría que me cremen y en el jardín de la casa planten un árbol frutal y esparzan mis cenizas en él.
-No, papi, me voy a comer una fruta del árbol y voy a estar pensando que te estoy comiendo un brazo-, dijo Citlali Alejandra en broma.
-Bueno, está bien, que sea un rosal rojo y cuando tu mamá llegue a morir plantan un rosal blanco y esparcen ahí sus cenizas en él para que estemos juntos.