Mar, mariscos y un grupo tocando suele ser una experiencia casi obligada si se visita Sinaloa. Sin embargo, no todos están dispuestos a disfrutarla: en Mazatlán, puerto de piratas y lugar de venados, los hoteleros comenzaron a implementar medidas para “regular el ruido” producido por los músicos que recorren el malecón.
Fue a finales de marzo que la bomba explotó: se dio a conocer que empresarios buscaban prohibir la música de banda en algunas zonas de las playas, pues aseguraban que las tamboras, trompetas y timbales aturdía a los turistas.
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“Son muy molestos”, aseguraron. Poco antes se había viralizado un video en el que se podía apreciar como un concierto de música acústica era opacado por la música regional que sonaba de fondo.
”Concierto gringo interrumpido por banda sinaloense”, se lee en algunos de los comentarios, y es que la mayoría de las personas congregadas alrededor del guitarrista en una terraza del hotel Doubletree by Hilton, eran turistas.
“Son un escándalo, son un desastre, no dejan descansar a la gente, tengo una queja de cientos de turistas americanos”, dijo un empresario hotelero en un video.
Muchos tacharon a los músicos de la región de ‘irrespetuosos’, otros incluso los acusaron de provocar contaminación acústica. Los mazatecos optaron por responder a su manera: se organizaron para hacer la tocada más grande de banda sinaloense que se haya visto.
Quién está detrás del escándalo
Ante las tensiones entre músicos y algunos turistas, se llegó a un acuerdo entre empresarios y grupos de banda , lo que dio por concluido el capítulo. Sin embargo, no es la primera vez que historias como esta se presentan en México y otros puntos del mundo, muchas de ellas con finales menos felices.
Si bien para algunos el bullicio es sinónimo de vida, para otros el significado es opuesto. En Puerto Vallarta, Jalisco, algunos extranjeros demandaron a un restaurante por el ruido que producen los grupos de música regional mexicana que se presentan en el establecimiento: argumentaron que estaba afectando su calidad de vida.
En la Ciudad de México, una modelo extranjera se quejó de los organilleros, asegurando que el sonido era horrible.
“Darle dinero a estas personas es como decirles que está bien que sigan contaminando con su ruido, y ni siquiera suena bien”, se leía en una historia que compartió en Instagram.
Para David Navarrete Escobedo, quien realizó su doctorado en el Instituto de Urbanismo de París, más que contaminación auditiva, lo que sucede en México es síntoma de dos procesos distintos pero complementarios: la gentrificación y la turistificación.
La turistificación, en sus palabras, es la adaptación de ciertos espacios para amoldarse a las necesidades de los turistas: por ejemplo, restaurantes, hoteles, equipamientos culturales.
Cuando este espacio se vuelve ‘interesante’, se puede llegar a acompañar por una inversión que vira a la gentrificación, es decir, los espacios empiezan a ser deseables para residir.
“Hay veces que se empieza por un lado, hay veces que se empieza por el otro”, explica en una entrevista para MILENIO.
Aunque son procesos distintos, siempre se da uno después de otro. Por ejemplo, en los 2000, en la Ciudad de México hubo una renovación espacial que pretendía atraer a gente con mayor poder adquisitivo para ocupar el centro de la capital.
“No tuvo éxito porque el centro les resultaba aún muy popular. Esa vida liviana, ruidosa, mezclada, de mucha gente, no terminó por converse”, asegura.
Sin embargo, si bien no se presentó como tal la gentrificación, dio pie a una primera turistificación, por lo que ahora muchos edificios que habían sido pensado para residir se han convertido en Airbnb. De acuerdo con el urbanista —quien además tuvo la oportunidad de ver de cerca un fenómeno similar cuando vivía en París— en México, ambos procesos han sido iniciados principalmente por una inversión por parte de los gobiernos para “estimular la economía”, centrándose en ciertos perfiles.
En el caso de Mazatlán se da una condición particular, debido a sus paisajes, clima y cercanía con Estados Unidos, ocurre un proceso más traslacional, los visitantes e incluso nuevos pobladores, no son ni locales ni nacionales, por lo que al llegar a México hay un contraste con su cultura.
“Hay un sesgo transnacional, eso hace que la dinámica de convivencia en formas de vida, en usos del espacio público, manifestaciones culturales, sea más tensa”, explica.
En este sentido, el espacio público, calles, plazas, jardines, plazuelas, camellones o en este caso playas, y malecones, son la clave en estas dinámicas y suele comenzar a modificarse acorde a ciertas necesidades.
Por ello, David destaca que el urbanismo no es inocente, siempre va dirigido a alguien. En estos procesos las ‘mejoras’, que el especialista describe como adaptaciones (en términos de proyecto urbano) se enfocan en las demandas de personas con mayor poder adquisitivo o de los turistas.
“Muy frecuentemente se desplazan las actividades locales, pasa mucho alrededor de marcados y de parques, donde usos cotidianos cambian, incluso hay un diseño agresivo específicos para ahuyentar la vida cotidiana popular y ‘limpiar’ el espacio, que se vea ordenado, que esté tranquilo”, detalla.
A veces ni siquiera se tiene que utilizar la fuerza para realizar este tipo de modificaciones, pues existe una acción política por parte del urbanismo con la que se busca dar ciertas condiciones a un grupo y no a otro.
“Si le sumamos la cuestión cultural, es decir, México y Estados Unidos tiene muchas diferencias, eso se puede tornar en episodios muy dramáticos que pueden dar cabida incluso a expresiones xenófobas”, alerta.
El ruido como contaminante o como arma
Las medidas en contra del ruido resultan desafiantes, actualmente la Organización Mundial de la Salud (OMS) cataloga la contaminación acústica como la segunda causa de enfermedad por motivos medioambientales. Sus efectos tienen diversos impactos en la salud y no todos tienen que ver con problemas activos.
Por ejemplo, según Césareo Estrada Rodríguez, académico de la Facultad de Psicología y especialista en el tema que dio una entrevista a Gaceta UNAM, pueden ocasionar alteraciones circulatorias, cardíacas, respiratorias y endocrinas por mencionar algunas.
Actualmente, en muchos países de todo el mundo, incluido México, el límite para que el ruido no comience a perjudicar a las personas se ha fijado en 65 decibeles. En la Ciudad de México ya se han implementado medidas para regular el ruido: de acuerdo con la Ley Ambiental de Protección a la Tierra del Distrito Federal, quienes rebasen los límites permitidos pueden ser acreedores ya sea de una detención o una multa.
Sin embargo, en algunas ocasiones, se han presentado medidas que, más allá de representar una preocupación por la salud, intentan amoldar un espacio a un estilo de vida. Como le explica Emily Thompson en su libro The Soundscape of Modernity, mismo en el que hace un análisis sobre las leyes de este tipo en Estados Unidos.
En Nueva York, por ejemplo, se llegaron a implementar varias medidas para reducir el “ruido incensario”, en 1908 se prohibió a vendedores ambulantes gritar, silbar o tocar campanas para promocionar sus productos.
Las medidas se fueron extendiendo por el país, lo que terminó atentado contra el sustento de vida de los vendedores ambulantes, quienes en su mayoría eran inmigrantes. Sin embargo, existía un contraste latente en la aplicación de leyes en contra de fábricas y transportistas.
El sonido de la turistificación
El urbanista, quien cursó la licenciatura en la Universidad de Guanajuato, también vivió de cerca algo que ocurrió en San Miguel de Allende, Guanajuato, punto que por se convirtió en el ideal de estadounidenses jubilados que buscaban un retiro apacible en un lugar accesible.
Sin embargo, lo que comenzó con una gentrificación, ha virado a una turistificación lo que a su vez ha traído más ruido. Esto debido a que las callejoneadas, centros nocturnos y bares parecen no tener descanso. Según las observaciones del urbanistas, esto ha desembocado en que no solo los locales sino también los que una vez fueron gentrificadores, se desplacen a zonas más periféricas de la región.
“Los jubilados vivían muy tranquilos en el centro histórico de San Miguel de Allende, pero cuando es declarado patrimonio mundial de la UNESCO, la turistificación se acelera y el ruido los ahuyenta, ahora se desplazaron a casas de campo a las afueras de la ciudad”, comenta.
En este sentido, y de acuerdo con Alycia Basquiat, colaboradora en Noise Project, “la contaminación acústica puede ayudar a mantener la gentrificación y la gentrificación puede ayudar a aumentar la contaminación acústica”.
LHM