La ola de muertes que hace 10 años enlutó a México inició en Oaxaca. Fue aquí donde el virus AH1N1 se registró por primera vez.
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El verdadero paciente cero de la pandemia vivió en la comunidad oaxaqueña de Santa Lucía del Camino, de acuerdo con registros epidemiológicos de la Secretaría de Salud a los que MILENIO tuvo acceso. Era Adela María Gutiérrez Cruz, una mujer que enfermó de manera misteriosa a principios de abril, a los 38 años de edad, justo el grupo de mayor mortandad.
En la tumba de Gutiérrez Cruz (21 de agosto de 1970-13 de abril de 2009) se grabó el epitafio “esposa, madre y amiga”, y justo el pasado sábado 13 de abril su hija Sandra y otros familiares fueron a dejar al Panteón Jardín, de la localidad de San Andrés Huayapam, un ramo de flores en su memoria.
Hoy, a 10 años de distancia, la familia de Adela Gutiérrez se resistió a recordar el tema. Sandra, su hija, habló del episodio como una pesadilla: después de que murió, el pueblo entero tendió una especie de cerco sanitario en torno a los familiares.
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En Santa Lucía solo algunos reconocieron la marginación a la que se sometió a la familia, que fue obligada a recluirse en una vivienda modesta. A los directivos escolares se les ordenó expulsar a las niñas de la escuela y algunos deudos debieron huir, con excepción del esposo de Adela, José Luis.
“No sé por qué actuaron así”, comentó la hermana de José Luis. “Evitaban entrar en contacto con nosotros, nos trataron muy mal, como apestados, fue un infierno”. Aún ahora pide omitir su nombre.
La parentela también sufrió por el trato de autoridades sanitarias. Durante varios días, fueron entrevistados por científicos enviados desde China para estudiar el nuevo virus. Las mismas autoridades oaxaqueñas intentaron rastrear el paso de Adela María para saber cómo se infectó, misterio que tal vez nunca se aclare.
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En el Hospital General Doctor Aurelio Valdivieso, donde Adela ingresó el 9 de abril de 2009 con fiebre elevada, tos, dolor de garganta, falta de aire, labios y dedos morados por la falta de oxigenación, ya no existe el historial clínico. Todo desapareció. Solo quedó su tumba y también ésta quedó en el exilio, en San Andrés. El gobierno municipal no permitió que fuera enterrada en Santa Lucía.
Al menos no quedó sola: su lápida está al lado de otras víctimas de la pandemia, como unos gemelos que murieron el 15 de abril.
Carlos, otro de los parientes, recordó la experiencia terrible que fue recibir el cuerpo. Los médicos que entregaron los restos se colocaron equipos de protección personal (EPP), estilo astronauta.
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“Nosotros la cuidamos cuando estaba enferma, estuvimos con ella sin protección, incluso la velamos en la casa familiar y nadie se contagió”, afirmó Carlos.
En el caso del paciente cero un personaje clave fue el infectólogo Yuri Roldán. Este médico, entonces adscrito a la Secretaría de Salud estatal, se encargó de tomar muestras de secreción en vías respiratorias de Adela, las cuales fueron enviadas a un laboratorio privado.
Poco después de la muerte de Adela, recibió la noticia: los resultados del laboratorio privado sobre las muestras eran compatibles a “un coronavirus asociado al Sars (síndrome respiratorio agudo grave)”, identificado por primera vez en Asia en 2003 y catalogada entre las enfermedades altamente infecciosas y mortales.
Por ello, Roldán informó al entonces secretario de Salud de Oaxaca, Martín Vásquez, y éste, a su vez, se comunicó con Mauricio Hernández, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, sobre el atípico caso de neumonía de la paciente y de su deceso el 13 de abril.
Las biopsias del pulmón de Adela María, junto con otras muestras, se enviaron al Laboratorio Nacional de Microbiología de Canadá. Ahí vino la noticia que dio la vuelta al mundo: la presencia de una nueva cepa del virus de influenza, mismo que la OMS clasificó como AH1N1.