Si pudiéramos encontrar a un hombre cuyas virtudes son las ciencias, la historia y el arte, pero también para la geometría, la arquitectura y las matemáticas, sin dejar de lado sus habilidades astronómicas, geológicas e inventivas, no sería otro que Leonardo Da Vinci.
Leonardo es considerado además padre de la paleontología, amén de ser considerado el pintor más celebre y grande de todos los tiempos.
La Mona Lisa, la Última Cena o aquel célebre dibujo del Hombre de Vitruvio, ese famoso que él dibujó, que está escrito con pluma y tinta sobre papel, representa a un hombre en dos posiciones superpuestas con sus brazos y piernas separados e inscritos en un círculo y un cuadrado.
Pues este mismo hombre tiene una historia llena de ciencia espacial cuando en 1510 dio a conocer, lo que requería una imaginación desbordante, que el resplandor ceniciento de la Luna proviene del reflejo de luz de la Tierra, misma que su reflejo en la superficie lunar representa unas 50 veces lo que la Luna llena nos regala de luz.
Él anotó en su código Leicester, una colección de escritos científicos de Leonardo da Vinci. El Codex lleva el nombre de Thomas Coke, más tarde creado Earl of Leicester, que lo compró en 1719. El manuscrito actualmente tiene el récord del segundo precio más alto de venta de cualquier libro, ya que fue vendido a Bill Gates en la casa de subastas Christie’s el 11 de noviembre 1994 en Nueva York por US $ 30,802,500.
El Codex proporciona una visión de la mente inquisitiva del artista, científico y pensador renacentista definitivo, así como una ilustración excepcional del vínculo entre el arte y la ciencia y la creatividad del proceso científico.
Para Leonardo ese “resplandor fantasmal”, escribió, es debido a la luz del Sol rebotando en los océanos de la Tierra y, a su vez, golpeando la Luna.
Él estaba equivocado en dos cosas:
La primera, la Luna no tiene océanos. Los “mares” lunares están hechos de antigua lava endurecida, no de agua.
Lo segundo, los océanos de la Tierra no son el origen principal del brillo terrestre. La Tierra brilla porque refleja la luz solar, y las nubes reflejan la mayor parte.
Pero esto son minucias. Leonardo comprendió lo básico bastante bien.
Si en el futuro algún país envía astronautas a la Luna en misiones que duren más de los 29 días terrestres que representan apenas un día lunar, pero que ellos vean la superficie lunar gracias a la luz reflejada por la Tierra, tal vez, como supone la NASA, alguno de los astronautas bien puede escribir en la arena lunar un: “Leonardo estuvo aquí”.
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