Tortillería El Roble: tradición familiar por más de 50 años

El sabor del hogar. Con un negocio ubicado en el centro de la ciudad, la familia Rodríguez Loera ha acompañado a miles de personas en sus comidas, ya sea en casa o negocios de la calle Colegio Civil

Doña Ofelia y don Javier atendieron por años el negocio del centro de la ciudad. ESPECIAL
Norma Garza
Monterrey /

Así, en pleno centro de la capital nuevoleonesa, empezó una historia que hoy llena de orgullo a la familia Rodríguez Loera.

La tortillería El Roble, que en sus inicios surtía a las familias que vivían en las calles aledañas y luego agregó a su clientela a los taqueros del área, hoy cumple 50 años de brindar una deliciosa tortilla hecha con nixtamal en forma artesanal, como lo hicieron sus ancestros.

En la receta no solo está la cal como conservador natural, sino el cariño y la dedicación de toda una familia, la de su fundadora, doña Ofelia Loera de Rodríguez, que le sobreviven en la calle Colegio Civil, a solo media cuadra de la calle Juan Ignacio Ramón.

Originaria del ejido La Caballada, en Aramberri, al sur de Nuevo León, doña Ofelia fue una mujer emprendedora que se adelantó a los tiempos: a fines de los años 60, cuando el rol esperado de la mujer era solo la crianza de los hijos, decidió contribuir al ingreso familiar haciendo tortillas de maíz en casa para venderlas a sus vecinos en la colonia Independencia.

Para sus tortillas hechas a mano, ella seguía el proceso aprendido de su madre y abuelas: cocer y remojar durante varias horas los granos de maíz en agua y cal antes de molerlos y crear la masa.

Una vez que el éxito de su producto empezó a rebasar su propia capacidad, doña Ofelia soñó con la apertura de una tortillería en el centro de Monterrey para ayudar a su marido, don Javier Rodríguez Alanís, y sacar adelante a sus tres hijos pequeños: Francisco Javier, José Juan y Alejandro.

Con los ahorros y un préstamo familiar logró rentar un local en la calle Colegio Civil y adquirir su primera máquina de tortillas. Don Pedro Montemayor era el propietario del local y quedó complacido con el giro del negocio y la llegada de la familia Rodríguez Loera, que ya había crecido con el nacimiento de los cuates Rosa Ofelia y Víctor Hugo, a principios de 1970.

El 12 de junio de 1971 es la fecha que marca la licencia del municipio de Monterrey —en apego al Reglamento de Molinos de Nixtamal, Expendios de Masa y Tortillerías— para autorizar la operación de la tortillería El Roble, bautizada así en honor de la Basílica del Roble, situada a tres cuadras del naciente negocio.

Doña Ofelia combinaba la supervisión de la producción de la tortilla con el cuidado de sus cinco hijos, mientras don Javier hacía las funciones de repartidor y llevaba las tortillas al Mesón Estrella, el gran mercado de alimentos del centro regiomontano.

El delicioso olor a tortilla de maíz envolvió a un buen número de familias y preparadores de alimentos que motivaron a producir hasta una tonelada al día en esta pequeña empresa familiar, donde han madrugado desde el primer día los Rodríguez Loera, otros sobrinos Loera y los trabajadores que se integraron.

La filosofía de trabajo de la tía Ofelia se ha caracterizado por dar prioridad a la familia, reconocer el esfuerzo de todos, buscar siempre la calidad y apoyar la superación de cada persona. Ella fue siempre una firme creyente en la educación.

La unión en torno a la tortillería El Roble les permitió sortear las dificultades, como un incendio en 2005, que por fortuna no pasó a mayores y el trabajar en medio de los puestos semifijos que invadieron la calle Colegio Civil por 28 años, desde la década de los 80, y que impedían el acceso no solo de los clientes, sino de los insumos, pues todo ese tiempo se tuvieron que cargar los bultos de maíz desde la esquina de la calle Allende, a 50 metros de la entrada del negocio.

Pero las alegrías también han sido muchas, como la que dio a la familia don Pedro Montemayor, propietario original del local, cuando un día expresó su deseo de que la familia lo comprara y, consciente de que el negocio no generaba todavía lo suficiente para esa inversión, ofreció convertir cada mes de renta en un abono. Así, en la década de los 90, los Rodríguez Loera lograron ser dueños de la propiedad.

Doña Ofelia y don Javier fallecieron en 2014, dejando un legado de trabajo que hasta hoy se vive con el cariño de siempre, pues operan desde las 04:00 hasta las 18:00.