Ahí va, con saco moderno, con la camisa blanca impecable, abierta hasta el pecho. Quien lo vea caminar por las calles de la Narvarte en CdMx, nunca se imaginaría que ese joven de lentes gigantes fue un promotor de las terapias de conversión para “curar” a otros de la homosexualidad. Nunca se imaginaría tampoco lo que padeció él mismo.
Su nombre es Iván Tagle y creció en un mundo del tamaño de un clóset, donde se doméstica para tener miedo, para temer al infierno, y para odiarte a ti mismo por ser “diferente”.
Iván fue víctima de las terapias de conversión y con el tiempo se convirtió… en victimario.
Quiso creer, engañarse para sentir que el tratamiento tendría el resultado que deseaba, se volvió militante, adicto y rehén de las terapias de conversión, también conocidas como Esfuerzos para Corregir la Orientación Sexual e Identidad de Género (Ecosig).
“Yo fui una de las personas que le decía a otros jóvenes que se podía cambiar y, desafortunadamente, hice mucho daño, porque en realidad no puedes curar algo que no es una enfermedad. Yo me odiaba”, me dijo Iván la noche que me contó por qué comenzó a ir al Grupo de Apoyo San Agustín donde, a los 15 años, lo sometieron a situaciones de estrés, presión psicológica, emocional y espiritual que formaban parte de las terapias de conversión que prometían quitarle su homosexualidad.
Una tortura: dejar de ser quien eres. Iván no quería ser gay porque pensaba que moriría de sida, que acabaría solo pero, sobre todo, que perdería el paraíso prometido en el reino de Dios.
“Crecí dentro del clóset, no quería aceptarme porque quién en su sano juicio quiere tener una vida en donde se te va a discriminar, donde se te va a correr de casa por ser gay, donde vas a poder perder tu trabajo o donde puedan asesinarte por mostrar afecto hacia tu pareja. Nadie”.
Las terapias de conversión que tomó por dos años resultaron en pensamientos suicidas. “La lógica me decía: ‘Si me suicido, me voy a al purgatorio y no a ir al infierno’”.
Las vejaciones
Estamos en el departamento de Iván, él sentado frente a mí, mientras la cámara de video graba. Le pido que recuerde, que vaya hasta aquella hacienda en ruinas, donde lo tuvieron encerrado durante uno de los episodios más duros que sufrió en las terapias de conversión.
“Nos privaron de la libertad. No nos dejaron dormir durante tres días, no nos dejaron comer, no nos daban de tomar agua y constantemente estábamos escuchando desde rezos hasta los testimonios de las personas que se supone que ya habían cambiado. Lo que hacen es básicamente romperte”.
Para Iván ese episodio fue como una pesadilla, que ocurrió a otro cuerpo que no es el de él.
Esa no era la primera vez que alguien quiso hacer trizas el alma de Iván. Cuando era un niño, mientras sus amigos pasaban el tiempo con los juguetes, él trataba de esconder su verdadero yo; después en la adolescencia tuvo que sobreponerse a años de bullying en la preparatoria por sus movimientos amanerados y al estudiar ingeniería en el Poli, su suerte fue la misma.
Las terapias de conversión se realizan en todo el mundo desde principios del siglo XX, cuando se consideraba que la homosexualidad era una enfermedad mental. A través de diversos métodos —considerados por organismos internacionales, como la ONU, de tortura— se busca que el “paciente” se sienta culpable y se intenta crear animadversión hacia las prácticas homosexuales.
En el caso de Iván para que terminaras los tres días sin comer ni beber, tenía que pedirle perdón a Dios por ser quien era.
“Te someten a mucho estrés y cuando dices lo que ellos quieren, encuentras grandes demostraciones de amor. Lo que hacían es hacerte dependiente a este tipo de grupos. Yo quería cambiar y estuve militando en éstos. Cada vez que recaía me sentía muy avergonzado y ahí en el grupo te hacen sentir la peor persona del mundo”.
Jacqueline L’Hoist, presidenta del Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación en CdMx, describe que como parte de las terapias de conversión los “obligan a modificarse a través de ejercicios brutales como violaciones a mujeres o con electrochoques en los genitales”.
El horror: hasta el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación (Copred) llegó una mujer que hace tiempo fue víctima de una cirugía en el cerebro para “curar” su lesbianismo.
En México hay pocas denuncias respecto a estos casos porque las víctimas generalmente son menores de edad, niños y adolescentes que sienten vergüenza de la experiencia que vivieron. No denuncian porque suelen ser sus familias las que los someten a estos tratamientos.
“Las terapias de conversión constituyen prácticas discriminatorias y violencia hacia las personas de la diversidad sexual”, señala Enrique Ventura, director de Admisibilidad Orientación e Información del Conapred.
¿Para qué a mí?
Un día Iván caminaba por la calle cuando se topó con un poste en el que había un letrero que decía: “Se requieren voluntarios para la respuesta contra VIH/sida en México”. Recuerda el momento, ríe, dice que fue como una señal divina típica de cualquier película.
Entonces Iván modificó los cuestionamientos sobre su sexualidad.
“Cambie la pregunta. Ya no fue ¿por qué a mí?, sino ¿para qué a mí?”, dijo el activista, que hoy tiene 29 años de edad y quien ha logrado liberarse, aceptarse y vivir sin culpas.
Así, hace 10 años, creó YAAJ, Transformando tu vida, una organización que lucha por los derechos de las personas Lgbttti y porque no existan víctimas de los tratos degradantes en terapias de conversión.
Al inicio un grupo de jóvenes se reunían en un café a platicar, a plantear soluciones sobre los problemas de la comunidad, hasta que se constituyeron legalmente y hace poco ayudaron a redactar una iniciativa de ley que toma en cuenta los testimonios de las víctimas y que pretende castigar hasta con cárcel a quien busque cambiar la orientación sexual de las personas.
La iniciativa fue presentada el jueves pasado en el Senado por Morena, Movimiento Ciudadano y Partido Verde, ahora se analiza en comisiones.
“Para mí esta es la deuda que tengo conmigo mismo, con las personas que en algún momento les hice algún daño y es como nuestra vendetta sobre esta sociedad opresora y homofóbica. Es decir, aquí estamos y lo vamos a lograr y no vamos a escondernos ni a reprimirnos, sino a gozarnos y a vivirnos”, concluyó Iván. Se marcha caminando con sus amigos. Van felices por la calle, donde ya no perciben sitios estrechos como los clósets.
Pero hay más: las mujeres también han padecido estas barbaridades. Esa historia, mañana.
Terapias de "conversión": torturar el alma del hombre
“Crecí dentro del clóset, no quería aceptarme porque quién en su sano juicio quiere una vida en donde se te discrimina o corren de casa por ser gay”.
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