Disminuir la velocidad a la que comemos, además de recortar los refrigerios después de la cena y no comer dentro de las dos horas previas a irnos a dormir, son comportamientos que pueden ayudar a perder peso, sugiere un estudio publicado en la revista digital 'BMJ Open'. Los científicos encontraron que los cambios en estos hábitos alimentarios se asociaron fuertemente con una menor obesidad y peso (índice de masa corporal --IMC--) y una menor circunferencia de la cintura.
Estos investigadores basaron sus hallazgos en los datos del seguro de salud de casi 60.000 personas con diabetes de Japón que presentaron quejas y se sometieron a chequeos de salud regulares entre 2008 y 2013. Los datos de las reclamaciones incluían información sobre las fechas de las consultas y los tratamientos, mientras que los controles incluían medidas de peso (IMC) y circunferencia de la cintura, y los resultados de las pruebas de química sanguínea, orina y función hepática.
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Durante los chequeos, se preguntó a los participantes sobre su estilo de vida, incluidos sus hábitos alimenticios y de sueño, así como el consumo de alcohol y tabaco. Se les preguntó específicamente sobre su velocidad de alimentación, que se clasificó como rápida, normal o lenta y si hacían algo de lo siguiente tres o más veces a la semana: cenar dentro de las dos horas anteriores a irse a dormir; tomar algo después de la cena; y saltarse el desayuno.
Más de un tercio (36,5 por ciento) de los participantes se hizo un chequeo durante los seis años, mientras que un tercio (29,5 por ciento) tuvo dos. Uno de cada cinco (20 por ciento) se había hecho tres. Al comienzo del estudio, unas 22.070 personas devoraron rutinariamente sus alimentos; 33.455 comieron a una velocidad normal; y 4.192 se demoraban en cada bocado. Los que comen lentamente tienden a ser más saludables y tener un estilo de vida más saludable que los que comen rápido o normal.
Alrededor de la mitad de la muestra total (poco menos del 52 por ciento) cambió su velocidad de consumo en el transcurso de los seis años. Todos los aspectos de los hábitos alimenticios y de sueño estudiados, así como el consumo de alcohol y la obesidad previa, definida como un IMC de 25 kg/m2 se asociaron significativamente con la obesidad.
Después de tener en cuenta los factores potencialmente influyentes, los resultados mostraron que, en comparación con aquellos que tendían a engullir sus alimentos, los que comían a una velocidad normal registraban un 29 por ciento menos de probabilidades de ser obesos, aumentando al 42 por ciento para los que comían lentamente.
Y a pesar de que las reducciones absolutas en la circunferencia de la cintura --un indicador de un abultamiento del estómago medio potencialmente dañino--, eran pequeñas, fueron mayores entre los participantes en el estudio que comían a velocidad lenta y normal. Comer piscolabis después de cenar y comer dentro de las dos horas de irse a la cama tres o más veces a la semana también estuvieron estrechamente relacionados con cambios en el IMC. Pero saltarse el desayuno no lo estaba.
Este es un estudio observacional, por lo que no se pueden extraer conclusiones firmes sobre causa y efecto, y la velocidad de la alimentación se basó en una evaluación subjetiva, y los científicos tampoco evaluaron la ingesta de energía o los niveles de actividad física, que pueden haber sido influyentes.
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Sin embargo, comer rápidamente se ha vinculado con la tolerancia a la glucosa y la resistencia a la insulina. Posiblemente, esto se deba a que los que comen rápido pueden tardar más tiempo en sentirse llenos, mientras que esto podría ocurrir más rápido para los que comen lentamente, lo que ayuda a frenar su ingesta de calorías, sugieren los investigadores.
Y concluyen: "Los cambios en los hábitos alimenticios pueden afectar a la obesidad, el IMC y la circunferencia de la cintura. Las intervenciones destinadas a reducir la velocidad de la alimentación pueden ser eficaces para prevenir la obesidad y reducir los riesgos de salud asociados".
CR