Expertos de la UNAM trabajan en invernaderos automatizados para optimizar la agricultura de hortalizas mediante el control de variables físicas y nutricionales (temperatura, radiación, pH, humedad relativa, fertirriego), además de utilizar biofertilizantes y biofungicidas desarrollados en esta casa de estudios.
Con esos elementos, en un invernadero con automatización de nivel medio lograron una producción anual de entre 380 y 450 toneladas por hectárea, cuando en uno comercial típico es de 225 a 350 toneladas. También se incrementó la cantidad de jitomate de primera calidad, aumentando así las utilidades para el productor, expuso Enrique Galindo Fentanes, investigador del Instituto de Biotecnología (IBt).
Además, el costo disminuyó de 7.6 pesos por kilogramo a 4.29; el consumo de agua se redujo de 30 a 14 litros; los tiempos de germinación de 28 a 20 días, y la carga química de fertilizantes de 300 gramos por kilogramo producido (datos de campo abierto) a 42 g/kg producido. El control de las variables ambientales, aunado a un buen trabajo cultural, evitó la propagación de plagas y, en consecuencia, el uso de plaguicidas.
Las ventajas
Antonio Juárez, investigador del Instituto de Ciencias Físicas (ICF), resaltó que un invernadero instrumentado incrementa la productividad inocua del jitomate, lo que le permite ajustarse a las medidas internacionales.
El invernadero, detalló, está equipado con una pared húmeda y ventiladores para su humidificación y enfriamiento; cuenta con mallas-sombra para controlar la radiación solar, y nebulizadores para regular la humedad relativa. “En colaboración con la empresa Dussher desarrollamos un sistema de cortinas para regular la temperatura”, detalló.
Estos sistemas dependen de sensores que monitorean variables ambientales como radiación, temperatura, humedad relativa y conductividad/salinidad, entre otras. “Si el cultivo requiere menor radiación, las mallas se cierran automáticamente”, agregó.
Los biofertilizantes y nutrientes se distribuyen a través de un sistema de riego automatizado y la reducción del consumo de agua se logró con un sustrato mejorado, que consiste en una mezcla de tezontle y fibra de coco, diseñada en Fideicomisos Instituidos en Relación con la Agricultura (FIRA).
Control biológico
En noviembre 2012 la empresa de base tecnológica Agro&Biotecnia, en la que participan Leobardo Serrano Carreón y Enrique Galindo, del IBt, lanzaron al mercado Fungifree AB, un biofungicida cuyo ingrediente principal, la bacteria Bacillus subtilis, se activa al contacto con el agua, germina y produce metabolitos que protegen a las hortalizas de un amplio espectro de patógenos que causan enfermedades en al menos 23 cultivos, incluido el jitomate.
Serrano Carreón detalló que el nitrógeno es uno de los nutrientes principales de las plantas; el problema en el campo es que para mejorar las cosechas se usa de manera indiscriminada (en fertilizantes químicos), pero la planta aprovecha solo 30 por ciento y el resto se filtra al suelo y contamina el agua.
Desde 2009 la Unidad de Bioprocesos (UBP) del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM y la empresa mexicana Biofabrica Siglo XXI colaboran para desarrollar Maxifer, un biofertilizante elaborado a base de Azospirillum brasilense, una bacteria que fija el nitrógeno del medio ambiente en la planta.
“Al aplicarla en el sustrato de la semilla del jitomate, la germinación fue más rápida. Pasó de 28 a entre siete y 12 días con nuestro biofertilizante, que estimula el crecimiento de raíces, por lo que la planta absorbe más nutrientes”, destacó Mauricio Trujillo, de la UBP.
Los invernaderos inteligentes están en Tezoyuca, Morelos, y son un trabajo financiado por el programa de Problemas Nacionales del Conacyt.