Con el objetivo de mitigar el estrés hídrico que enfrentan los habitantes de las zonas áridas o de las grandes concentraciones urbanas, un grupo de universitarios de la Dirección General de Atención a la Comunidad (DGACO), perteneciente a la UNAM, coordinado por Mireya Imaz Gispert, impulsa un programa de cosecha de agua de lluvia denominado Jugo de nube.
Esto debido a que en la Ciudad de México aproximadamente 300 mil personas no tienen acceso al recurso hídrico para consumo humano seguro o la reciben de baja calidad, según Luis Gutiérrez Padilla, subdirector de Proyectos para Comunidades Seguras y Sustentables de la DGACO.
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Aunque la cosecha de agua es una técnica utilizada en diversos países desde hace tiempo, lo novedoso del proyecto universitario consiste en que capta agua recolectada en una atmósfera contaminada como la de la CdMx.
Para alcanzar esta meta, informó el subdirector, se planteó un experimento en el que participaron el Instituto de Geofísica, la entonces Dirección General de Servicios Médicos, actual Dirección General de Atención a la Salud, durante más de un año (agosto de 2014-noviembre de 2015) para analizar parámetros físico-químicos y biológicos y compararlos con la norma de calidad del agua mexicana (NOM-127-SSA) y dos criterios internacionales. Por un lado los parámetros de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y, por otro, los de calidad de agua de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés).
Una de las primeras conclusiones del experimento, continuó, es tener la certeza de procesar el agua de forma segura, aun en una atmósfera contaminada. “Para ello se analizaron los niveles de concentración de metales pesados (zinc, arsénico, plomo, cobre, mercurio, entre otros 30 elementos) con resultados óptimos.
Un Tlaloque obtiene el jugo
Los investigadores instalaron el sistema de captación de agua de lluvia en el techo del edificio de Programas Universitarios, atrás de la biblioteca de la Facultad de Ciencias. “Es una superficie de 193 m2 de vidrio, adecuada, porque este material no tiene las porosidades que almacenan elementos. Ahí se capta el agua y se conduce mediante tuberías de polipropileno a un tanque”.
El sistema, llamado Tlaloque, fue creado y probado por una pequeña empresa, Isla Urbana, integrada por un grupo de emprendedores universitarios quienes obtuvieron un premio por su eficiencia. Se trata de un conjunto de recipientes que van filtrando el agua de los compuestos de la atmósfera que arrastra la lluvia.
Después de una tormenta puede captar hasta 400 litros de agua. Una vez lleno el Tlaloque sin los compuestos y polvo de la atmósfera, el agua se envía a dos tanques de 30 mil litros cada uno.
Cuando el agua entra a los tanques, de manera pausada se depositan más sedimentos. Después, con una pichancha colocada en la superficie se extrae el agua sin agitar los tanques. Más tarde se le agrega una pastilla de cloro en una concentración estandarizada para mantener los parámetros de calidad.
“En ese proceso de drenado se va cerrando cada vez más la posibilidad de que pasen impurezas y compuestos. El flujo se dirige a un filtro de 90 micras, luego a otro de carbón activado. Un tercero filtra partículas de 10 micras y, finalmente, se le agrega ozono para eliminar todo tipo de organismos vivos”, explicó.
Por último, el agua del dren de filtrado pasa a los dispensadores que dan servicio a la comunidad del área de la Facultad de Ciencias. Cada dispensador, a su vez, tiene dos filtros más (uno para cinco y otro para tres micras) y cuentan con desinfectante, abundó el subdirector.
“Después de someterse al proceso, el agua recupera el sabor que tenía antes de las cloraciones, y puede beberse de forma segura, por eso la comunidad la busca. En los dispensadores rellenan sus botellas cuantas veces lo desean”, añadió.
Un jugo seguro
Cuando empezó a operar, el proyecto Jugo de nube abastecía a poco más de 150 usuarios al día con la cosecha de agua de aproximadamente cinco meses. “Ahora que se agregó un tanque más y con esa misma demanda logramos extender el periodo toda la temporada de estiaje.
“Se le da mantenimiento al final, que consiste en lavar techo y tuberías, contenedores y dispensadores; se cambian los filtros para estar listos en la época de lluvias que esperamos en los meses de junio y julio. Cuando regresa la comunidad todo está organizado” enfatizó Gutiérrez Padilla.
La experiencia que comenzó como un plan académico, podría escalarse a otras dimensiones; de hecho, la DGACO cuenta con proyectos ejecutivos para los cinco planteles del CCH. “La intención es instalarlos a escalas mayores”, dijo el investigador.
El proyecto Jugo de nube fue documentado en el artículo Rainwater Harvesting as a Drinking Water Option for Mexico City, publicado en la revista Sustainability en 2018. “Hasta entonces no teníamos noticia de una experiencia semejante hasta ese nivel; es decir, haber obtenido parámetros para comparar la calidad del agua pluvial con criterios nacionales e internacionales” señaló.
“Sin duda en muchas localidades se consume el agua pluvial, pero el aspecto novedoso de Jugo de nube se fundamenta en que siguió un proceso minucioso, detallado para ofrecer total seguridad a nuestra comunidad de que el agua que ofrecemos es totalmente segura”, reiteró el directivo.
Cabe señalar que se han desarrollado otras técnicas para cosechar agua de la atmósfera y hay equipos de patente para ese propósito. “La CdMx lanzó un programa ambicioso de captación de agua pluvial no para consumo humano directo, pero ya las autoridades están evaluando que esos proyectos podrían ser una solución para mitigar la demanda de agua, por lo que nuestra técnica tiene mucho futuro”.
Finalmente, Gutiérrez Padilla aseguró que este proyecto puma aporta enormes posibilidades ya que “en primer lugar, genera investigación, una de las tareas sustantivas de la Universidad, alienta soluciones creativas para problemas de la sociedad, y a la vez da un servicio a nuestra comunidad”, concluyó.
yhc