Padre e hijo mexicanos escalan juntos hacia la cima del Everest

Tormentas de nieve, falta de oxígeno, enfermedades, congelamientos y muertes fueron obstáculos que este padre e hijo tuvieron que superar en equipo en su ascenso al Everest

El orgullo mexicano y la importancia de la familia son los valores que destacan a esta empresa mexicana Tajín. (Cortesía)
Gerardo Contreras
Ciudad de México /

La cima del Everest estaba más cerca que nunca para el padre e hijo mexicanos, Andrés Pérez Martínez y Andrés Pérez Maillard, cuando llegaron a la ciudad de Katmandú, en Nepal. El ascenso sería de los más difíciles de su vida, pero estaban listos, pues se tenían el uno al otro para enfrentar cualquier adversidad.

Los habitantes de la ciudad asiática los veían como unos turistas más que arribaban a la capital nepalí, pero para llegar a ese momento, ambos alpinistas tuvieron que prepararse cerca de cinco años en montañas de todo el mundo.

Además, los Pérez tuvieron que conseguir los recursos necesarios para estar en las faldas del Himalaya y cumplir su objetivo de ser los primeros padre e hijo mexicanos en subir juntos la montaña más grande del mundo. Afortunadamente, su proyecto recibió el respaldo de la marca mexicana Tajín a partir de su iniciativa Más de lo bueno, que hizo posible la conquista de la cima y los motivó a no dejar las cosas para después, dar lo mejor de sí mismos hasta conseguir la hazaña.

“En Katmandú adquieres los equipos que te faltan para subir montañas de más de 8 mil metros que solamente están en los Himalayas. Cuando teníamos lo que nos faltaba iniciamos el trekking que va de Lukla, una población cercana al Everest, y caminamos 65 km en 8 días hasta llegar al Campo Base que está a cinco mil 400 metros de altura”, comentó Andrés hijo.

Mientras subían, el clima y el terreno iban cambiando hasta convertirse en un paisaje de pura nieve y roca. Los alpinistas del mundo aprovechan el mes de mayo para subir, pues el clima permite una escalada más segura. En este 2023, según contaron los escaladores, hubo tres ventanas de oportunidad que fueron del 19 al 26 de mayo, pero en los primeros días el clima cambió, lo que dificultó el ascenso de los primeros alpinistas.

“Es una caminata que es la más demandada del mundo para senderismo, van alrededor de 80 mil personas al año. Campo Base es una especie de pueblo que se monta cada abril y mayo con cerca de dos mil personas, tiene más o menos una longitud de 1.5 kilómetros y está junto al glaciar Khumbu, que es el glaciar más alto del mundo y esa fue nuestra casa durante siete semanas”, puntualizó Andrés padre.

Tormenta y enfermedad

Para poder escalar la cumbre del Everest es necesario que cualquier persona se aclimate a la altura durante algunos días, pues la falta de oxígeno es un peligro latente. El camino a la cima se conforma de un campo base y cuatro intermedios que son necesarios para que los escaladores descansen, coman y renueven sus tanques de oxígeno.

En el caso de los Pérez, decidieron hacer el primer proceso de aclimatación o rotaciones en una montaña de más de 6 mil metros. Ahí se deslumbraron con los paisajes de los Himalayas y aprendieron técnicas de escalada con una herramienta llamada yumar que facilita subir en este tipo de terrenos. La rotación duró tres días y volvieron al campo base para descansar, pero no se esperaban lo que les aguardaba en su segunda rotación.

“La segunda la hicimos ahí mismo en el Everest. Subimos a campo uno; al día siguiente subimos a campo dos y ahí dormimos; al día siguiente tratamos de llegar a campo tres y bajar otra vez al dos para el día siguiente bajar hasta campo base, pero nos tocó una tormenta tremenda que duró tres días. Empezó a nevar y había viento así cañonsísimo, de hecho, nos perdimos. Los vientos eran tan fuertes que no pudimos subir, tuvimos que regresar. Era una tormenta de película, no veías nada, te movía el viento, era muy peligroso”, narró Adrés hijo.

Cabe señalar que para escalar el Everest es necesario llevar a un guía, conocidos como sherpas debido a que la mayoría pertenecen al pueblo originario del mismo nombre. Ellos son los encargados de guiar y apoyar en todo lo necesario a los escaladores.

Cuando pasó la tormenta pudieron bajar a campo base, pero se encontraron que había un virus local que había infectado a más de la mitad de la población y no perdonó al padre e hijo mexicanos, por lo que tuvieron que bajar a la localidad de Pheriche y recuperarse. La expedición quedó en vilo.

“Si te enfermas a esas alturas es muy difícil que te cures, o si te curas, te vas a tardar mucho tiempo, de tal forma que se recomienda siempre bajar a poblaciones de menor altura. Nosotros seleccionamos Pheriche, que está a cuatro mil 200 metros, para ahí estar ocho días sin salir de un pequeño hotel”, contó Andrés padre.

El camino a la cima

Los Pérez ya habían superado muchos obstáculos para llegar a donde estaban y no iba a dejar que una enfermedad los venciera. Una vez sanos, regresaron al campo base e iniciaron el ascenso a la cima que en condiciones normales dura cinco días y de uno a tres de bajada.

Cada día, el padre e hijo realizaron ascensos de poco más de nueve horas en los que sortearon cascadas de hielo, terrenos irregulares, formaciones de hielo y nieve sumamente frágiles, el viento congelante y la falta de oxígeno.

El segundo día subieron a campo tres, que se encuentra a siete mil 300 metros, fue necesario utilizar los tanques de oxígeno constantemente y las pocas amenidades como una tienda personal ya no existían.

“Lo que hacen los sherpas ahí es crear unas terrazas con palas para que se puedan establecer las tiendas de campaña y se tardan más o menos como cuatro horas y cuatro personas para poner una sola tienda. Fue la primera noche que dormimos con oxígeno porque ya es una altura considerable”, agregó Andrés padre.

Al tercer día inició el ascenso al campo cuatro, ya a estas alturas los tanques de oxígeno eran un requisito y su correcta administración se volvió una prioridad, pues de eso dependía la supervivencia de los escaladores.

“Estás en campo cuatro nada más para descansar unas horas y te sigues a la cumbre y durante esas horas estuvimos cinco personas en la misma tienda. Era chiquitita, de dos personas, y estábamos cinco porque subir una tienda es muy difícil, entonces hay limitadas”, narró Andrés hijo.

El tramo entre la cima y el campo cuatro se le conoce como la zona de la muerte, debido a que es un área sumamente empinada y en la que el cuerpo se empieza a desgastar en demasía por las condiciones climáticas y la falta de oxígeno.

“Cuando empezamos a caminar, justo cuando empiezo la subida, venían unos sherpas bajando un cuerpo, un cadáver que murió creo que el día anterior y ver esa escena y seguir subiendo sí afecta un poco la mente, entonces es muy importante mantenerte concentrado y no dejar que te afecten este tipo tragedias”, comentó el menor de los Pérez.

A un paso del cielo

Después de la noche oscura donde el frío y la muerte rondaron el Everest el amanecer llegó. “El amanecer ha sido lo más impresionante que he visto en mi vida, tienes puras nubes y kilómetros de montañas debajo de ti y una montaña que se llama el Makalu enfrente, precioso, precioso”, recordó Andrés hijo.

Al llegar al South Summit, la parte final de ascenso, Andrés hijo se sentó a descansar un momento debido al desgaste de nueve horas de actividad constante. Al hacerlo, una piedra movió el regulador de su tanque de oxígeno y se vació por completo.

“De repente ya no podía respirar, es como si estás buceando y se te acaba el oxígeno. Le traté de gritar a mi sherpa, pero no me salía la voz, hago todo mi esfuerzo para pararme, pero caí casi desmayado en la nieve. Empecé a ver negro, borroso, porque con poquitos minutos que tengas sin oxígeno se te puede ir la vida. Empiezo a ver borroso y, de repente, llega mi sherpa y me cambia mi tanque, yo sentía cosquilleo en todo el cuerpo y por poco no la cuento. Entonces me conecta al oxígeno y fue como si me inyectaran vida y justo ahí llegó mi papá”, narró el joven alpinista.

A metros de llegar a la cima, Andrés hijo se recuperaba del mal rato que pasó, mientras un sherpa le comentaba a Andrés padre que ya no había oxígeno para que él subiera, pues debido al cambio de clima en los primeros días de las ventanas de oportunidad los alpinistas habían usado los tanques que estaban de reserva para ellos y subir con el oxígeno que le quedaba era un riesgo.

“Ya estando a 90 metros de la cumbre no había un tanque para mí. Tuve que buscar uno desesperadamente pero ya fue imposible y tuve necesariamente que bajar. Me dijo mi sherpa, si tú sigues vas a morir porque se te va a acabar el tanque en 20 minutos y si llegas a la cima vas a morir ahí. Yo todavía tenía energía y la determinación para subir esos 90 metros, pero tuve que dejar ir la cima para garantizar mi vida. Fue muy doloroso, así hay momentos en la vida importantísimos en donde las cosas no se dan conforme a lo planeado y tuve que descender”, platicó con tristeza Andrés papá.

Pese a la decepción de no subir con su papá a la punta, Andrés hijo continuó por los dos en una caminata en extremo demandante debido a que el suministro de oxígeno había sido reducido a la mitad y al esfuerzo acumulado, además de llevar sobre sus hombros las historias de alpinismo con su padre que había comenzado 16 años atrás.

“Cuando llegué empecé a llorar del logro y del alivio, de la felicidad, de la vista, de todo empecé a llorar porque realmente fue un momento espectacular. Estuvo increíble, estuve ahí 45 minutos, le marqué a mi mamá con un teléfono satelital y le dediqué mi cumbre a nuestro patrocinador Tajín que fue de gran apoyo para este proyecto”, concluyó con una sonrisa Andrés hijo.




RRR

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