Volver, volver
El maestro oaxaqueño Abelardo López, especializado en pintar paisaje, dibuja un árbol en el campo de su infancia, inspirado en la canción Volver, volver de Fernando Z. Maldonado. La canción de amor se traslada al amor por la sombra de un huizache que contiene memorias y las raíces de su familia.
Abelardo nos explica la relación del árbol con la canción: “Es un lugar privilegiado para mí, precisamente como dice la canción, de volver. Me recuerda muchas cosas de mi infancia, cuando, llevando la tierra con mi padre, teníamos siempre que volver a esa sombra frondosa de ese huizache, rodeado de agaves, de maizales y de hierbas olorosas. Era nuestro techo del sol abrasante, nuestra área de descanso a la hora del almuerzo, cuando estábamos en las labores de cultivar la tierra, sembrando el maíz, el frijol, calabaza. Es un recuerdo permanente de volver a ese lugar, a la gran generosidad de ese árbol que nos dio durante muchos años de mi infancia y juventud, cuando trabajé al lado de mi padre en el campo. Me vino a la cabeza la idea de pintar algo que me recuerda mucho, con mis hermanos y mi padre en las labores de la tierra. Es volver, volver: siempre vuelvo a esa sombra, a la generosidad de ese árbol que nos daba cobijo en la lluvia, en el sol abrasante.
Volver a esa sombra, al origen, nos revela Abelardo: “Es muy cerca de acá del pueblo de donde vivo, de San Bartolo Coyotepec, a unas pocas cuadras de donde era la casa paterna. Es un terreno heredado por mi abuelo, donde existe ese árbol, ese huizache que aún conservamos como un legado de mi abuelo a mi padre”.
Abelardo, de sembrar la tierra, se fue a sembrar un lienzo, con pigmentos, a sembrar en el papel con sus grabados. Nos habla de esa transformación: “Era algo muy metido desde la infancia el haber trabajado la tierra con los padres, con los tíos, con los hermanos. El que influyó en mi vocación de que yo decidiera pintar naturaleza fue algo que se me dio. En la escuela primaria, recuerdo que me la pasaba haciendo dibujitos de frutos, árboles, casitas y caminos, el ganado que también tuve la tarea de pastorear, las vacas de mi papá, los chivos, los borregos, de llevarlos al paseo. Viví tanto tiempo en contacto con el campo directamente, con los azules, los cielos, los verdes, creo que era muy natural que me dedicara a pintar naturaleza. Pienso que esa savia que comí de las plantas fue la sangre de la naturaleza que me nutrió y que me hizo de una manera directa dedicarme al paisaje, dedicarme a la naturaleza. Porque acá comemos todo lo que sembramos: las verduras, los elotes, los ejotes, las flores de la calabaza, los insectos, los chapulines… Todo lo que comemos es tomado del campo, de la naturaleza. Nuestra savia nos nutrió y me hizo decidirme, sin dudar un minuto, a pintar naturaleza”.
La decisión de pintar continúa con la decisión de estudiar, nos dice Abelardo: “Estudié en la Escuela de Bellas Artes, empecé de trece o catorce años, era obligatorio tener las materias de dibujo, de grabado, de acuarela, de acrílico, de óleo, de restauración”.
El campo fue el inicio de una larga carrera en la pintura y el grabado, ese huizache al que Abelardo le dice volver, volver.