“Acapulco es la encarnación de un sueño. El de la utopía que nació con Hollywood primero, desde los años 40, y que se difundió a través de películas, entrevistas, notas de sociales, casas, matrimonios y escándalos de artistas. Y el que hemos contribuido a refrendar quienes fuimos después”, dice .
La escritora rindió homenaje al puerto en su libro Acuérdate de Acapulco (2022), que retoma la frase inmortal de Agustín Lara de su canción “María bonita”.
Para ella, el puerto también es la meca del turismo de playa que se hizo a base de contradicciones, el lugar del despojo de las tierras a los campesinos y la construcción de los grandes hoteles, así como el reducto de la imaginación de los jóvenes en los 70, 80 y 90 con antros y discotecas.
“Acapulco es un paraíso para muchos niveles sociales, pero es también la literatura de los contrastes que marcaron muy bien José Agustín, Ricardo Garibay e incluso Julián Herbert en Canción de tumba. Es el lugar de los jóvenes pero también el lugar de la corrupción, la sordidez y la miseria.
“Es el Acapulco de las grandes proezas como los clavadistas, un clásico que ha provocado constante asombro durante decenios. Y el lugar de los grandes mitos: el actor Johnny Weissmuller vivió sus últimos años internado en un psiquiátrico profiriendo su famoso grito de Tarzán. Howard Huges, un hombre rico y faraón del Acapulco Princess, estuvo encerrado sin salir en el hotel con forma de pirámide con médicos, enfermeros y dos camas ortopédicas hasta que murió en él”.
La escritora dice que Acuérdate de Acapulco es una carta de amor a su pasado, presente y futuro: “Deseo que regrese con toda la fuerza y potencia de otros tiempos. El huracán no sólo golpeó a Acapulco, nos ha pegado a todos porque todos tenemos una historia de amor con él. Por eso es urgente la ayuda de cada uno y del país en su conjunto para que la devastación de Otis quede atrás cuanto antes”.
La idealización y la realidad
Uno de los narradores contemporáneos más importantes de la literatura mexicana es Julián Herbert, nacido en Acapulco. Él ha escrito sobre el puerto en libros como Ahora imagino cosas (2019), en el que además de plasmar sus obsesiones, emprende un viaje personal desde los excesos etílicos hasta la sobriedad. También es autor de Canción de tumba (2011), una obra maestra.
“Acapulco tiene una presencia fuerte en la literatura mexicana por distintas razones, comenzado por la idealización del Acapulco clásico, pero sobre todo representa una parte del anhelo en el inconsciente en la sociedad mexicana y está vinculado con diferentes variantes de la movilidad social y también con la idea de un paraíso accesible.
“Creo que esa fantasía le dio un peso muy importante a Acapulco, como de glamour para la sociedad capitalina, de casi poder tocar a Elvis Presley o a los Kennedy, tiene estas múltiples capas”.
Pero el escritor también comenta: “Más allá de los claroscuros de Acapulco, pienso que es un lugar que hay que rescatar. Esa consideración de lugar mágico oculta la otra vuelta. Acapulco es una ciudad que ha ayudado mucho a la proyección del sueño popular y es una sociedad que ha sido sumamente castigada, con personas concretas en espera de aliento, de conexión humana y solución de problemáticas muy concretas. Acapulco es un sueño que está a la mano”.
La escritora guerrerense Brenda Ríos cuenta que dos de sus libros favoritos son “el de Ricardo Garibay (Acapulco), el de José Agustín (Dos horas de sol) pero mi favorito es quizá Las formas del silencio (1987), de María Luisa Puga. Hermosísimo”.
La entrevistada dice que tiene un libro inédito con crónicas de la vida cotidiana en el puerto que en los últimos años tuvo que luchar con distintos problemas relacionados con la violencia y el crimen.
“Es una de las bahías más hermosas del mundo y en su inicio un idílico puerto de pescadores, pero ahora ves una ciudad mal diseñada, con mucho tráfico, con un transporte público insuficiente, muchos problemas, sin empleo, dejan que la gente viva del turismo, lo cual limita bastante.
“La ciudad no se levanta desde el covid y ahora menos. Se necesitará magia para que se regenere, sin duda. Debería haber algo más que vivir para el turismo”.
Los clásicos
Uno de los primeros libros dedicados al puerto es Acapulco en el sueño (1951), de Francisco Tario, con fotografías de Lola Álvarez Bravo. Se trató de un trabajo por encargo del presidente Miguel Alemán, que gobernó de 1946 a 1952, justo cuando el puerto comenzaba a recibir inversiones millonarias y ya se le consideraba un sitio paradisiaco.
José Agustín, acapulqueño de nacimiento, escribió Dos horas de sol (1994), novela en la que un editor yupi y su socio viajan a Acapulco para hacer un reportaje y pasar un buen rato, pero un huracán trastoca sus planes y modifica su manera de ver la realidad.
Otras novela de él es Se está haciendo tarde (final en laguna), de 1973, ambientada en Acapulco a inicios de los 70 que narra el viaje interminable de un lector de cartas de tarot y un dealer acapulqueño.
Muy en su estilo periodístico, Ricardo Garibay publicó Bellísima bahía (1968) y Acapulco (1979).
El periodista Rafael Áviña escribió Orson Welles en Acapulco (y el misterio de la Dalia Negra). A principios de 1947 el cineasta concluía su obra maestra del cine negro La dama de Shanghái, cuyos exteriores se filmaron en San Francisco y el puerto de Acapulco.
Álvaro Enrigue publicó Un samurái ve el amanecer en Acapulco (2013) en el que habla de Itakura no Goro, quien llegó a la Nueva España para cuidar las mercancías que había que transportar de costa a costa.
Carlos Fuentes escribió Chac Mool, sobre Filiberto, un burócrata que cada Semana Santa viaja al puerto:
“Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en Semana Santa. Aunque había sido despedido de su empleo en la Secretaría, Filiberto no pudo resistir la tentación burocrática de ir, como todos los años, a la pensión alemana, comer el chucrut endulzado por los sudores de la cocina tropical, bailar el Sábado de Gloria en La Quebrada y sentirse ‘gente conocida’ en el oscuro anonimato vespertino de la Playa de Hornos”.
BSMM