Premiado con el Aguascalientes, Coliseo (2002) fue tal vez su libro más importante, junto a La espada de San Jorge, reconocido con el Carlos Pellicer para Obra Publicada en 1982. En ambos, la ironía y un sarcasmo griegos solidifican la palabra poética del recientemente fallecido Héctor Carreto, engastada en un nuevo modo del epigrama, liberado ya del corset de la métrica y centrándose solo en la materia de la picardía o la anécdota socarrona, sin dejar nunca de dialogar con el lector: “Pero señor, señora o señorita, trate con amor a sus pies: son de piel legítima. Acarícielos, Mercurio se lo agradecerá”.
Ayer murió el poeta, pero queda su obra, empapada de alusiones mitológicas, no solo del propio panteón griego, sino del católico, con esa estructura ideal para labrar una voz al mismo tiempo mexicana (por el doble sentido) y clásica. Tradujo a Saramago y a Pessoa y colaboró en numerosas revistas, como Nexos, la Gaceta del Fondo de Cultura Económica o Casa del Tiempo.
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Su producción no tiene demasiados antecedentes en la poesía mexicana. La obra de Carreto recupera las escenas de la vida cotidiana y les inyecta una galaxia de referencias y alusiones que hacen del poema un ejercicio de transición entre lo antiguo y lo moderno. Como si presintiera que la muerte nunca se anuncia, casi escribió su propia despedida: “Inflexible, la Parca/no me permitió ensamblar el último verso,/broche de tinta negra, lacre, epitafio”.
Igual que el domador de caballos que fue el Héctor homérico, el Héctor mexicano comprobó su talento, también, en el arte de la doma, pero de versos y estrofas, con otros libros memorables: Naturaleza muerta y Habitante de los parques públicos. O su antología personal El poeta regañado por la musa.
Sergio Briceño (Colima, 1970), es Maestro en Literatura Española e Hispanoamericana por la Universidad de Barcelona. Obtuvo el Premio Internacional de Poesía “Jaime Sabines” en 2011. Tiene publicados, entre otros, los libros 'Trance', 'Insurgencia', 'Náqar' y 'Saetas'. Obra suya ha sido traducida al alemán.
PCL