La mañana que nos encontramos en la Riviera Maya, Alondra de la Parra estaba feliz, había cumplido el sueño que comenzó hace muchos años de juntar en México durante unos días a grandes músicos del mundo para escucharlos bajo su dirección.
Y en esa felicidad había algo que la hacía sonreír aún más, que hacía que sus ojos y su cara se iluminaran: el proyecto Armonía Social, por el que niños de toda la península de Yucatán pueden tener acceso a educación musical.
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En este primer Festival Paax-GNP (Paax quiere decir música, en maya) 20 de esos niños participarían no solo escuchando, sino tocando al lado de los maestros de la Orquesta Imposible. El día que hablé con Alondra, no podía de la emoción.
“Armonía Social es nuestro proyecto educativo; ayer después del concierto que estábamos con toda la audiencia bailando con los mismos músicos hasta la 1 de la mañana, felices, había una sensación de armonía brutal. De pronto, ver que todos estamos contentos cuando tantas cosas están pasando constantemente en nuestro país, tantas cosas que nos angustian, me gusta pensar que los artistas podemos darle a la gente un momento en el que todo eso desaparece”.
Ella quiere provocar más que eso. Porque como explica Alondra, la formación del programa implica otros aprendizajes más importantes. Me dijo: “Un niño en una orquesta, Carlos, es un niño que aunque nunca se dedique a las artes ya sabe de disciplina, de respeto, de trabajo en equipo; ya sabe abstraer, ya practicó y desarrolló su lado matemático, es generoso. En fin, son tantos valores que esa persona ya es diferente. Entonces la educación orquestal y la educación musical, te lo juro, tendría que ser parte fundamental de la educación, y no para que se vuelvan necesariamente músicos”.
La Orquesta Imposible, que engalanó el Festival, es el mejor ejemplo: es una agrupación de solistas, que no lo son, porque se sientan a veces en la sección de segundos violines “y es otra persona cuando está sentado ahí –dice emocionada Alondra–, y es igual de virtuoso e igual de importante, pero entiende su rol y cambia completamente esa actitud. Es lo que sabemos hacer los músicos, lo tenemos que saber hacer o no sobrevivimos. Ojalá fuese esa una cualidad que todos los niños mexicanos aprendieran: entender su parte en el equipo”.
El último día del festival, 20 niños de Yucatán, Campeche y Quintana Roo, de entre seis y 17 años, se sentaron al lado de aquellos solistas de todo el mundo y tocaron junto a ellos.
Y sí, la armonía. La felicidad, la de Alondra, la de la orquesta, la de todos.
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