Desde la ilustración de la portada de Historia de historias (Malpaso, 2018), libro que reúne todos los cuentos de Álvaro Uribe (Ciudad de México, 1953), se percibe la gratitud hacia Julio Cortázar. Esto se vuelve evidente al leer "El séptimo arcano", un homenaje al autor de Rayuela y a la capacidad de sorprender con la escritura.
"Personalmente le debo todo a Julio Cortázar; es uno de los grandes maestros del cuento —dice Uribe en entrevistacon MILENIO—. Era 15 años menor que Borges, de manera que cuando empieza a escribir, quien dominaba la literatura en lengua española era el gran Borges. Pero Cortázar hizo algo muy distinto. Aun cuando la mayoría de sus cuentos son fantásticos, se desprende de Borges más que Bioy Casares, por ejemplo, aunque nacieron el mismo año. Cortázar abre una forma de escribir los cuentos, ya no se parece casi nada a Borges. Yo crecí casi rezando por Cortázar".
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El filósofo y ensayista, también autor de novelas como El taller del tiempo, La lotería de San Jorge y Autorretrato de familia con perro, considera que a Cortázar "le debemos una frescura que no es obvio encontrar en Borges. Y no es que Cortázar no corrigiera, corregía mucho, pero hay una forma de permanecer joven, fresco, casi parece espontáneo, como si se le fuera ocurriendo el cuento conforme lo vamos leyendo. Nos hace sentir como que vamos escribiéndolo con él. Dan ganas hasta de llamarle Julio y hablarle de tú. Se siente uno completamente cómplice de él".
Algo similar ocurre con Historia de historias: el lector se vuelve parte de las atmósferas de la escritura. El autor alude lo mismo a Cortázar y a Borges en algunos de los cuentos, que a clásicos como Ovidio o Shakespeare o a pintores como Rembrandt o Da Vinci, sin perder la frescura que bebió de su maestro, su deuda con la fantasía.
—¿Qué debemos entender por fantástico?
Es difícil definir lo fantástico moderno. Los aspectos fantásticos de la literatura están prácticamente desde siempre. Recordemos que en los textos más antiguos, La Ilíada y La Odisea aparecen dioses, hay peleas con cíclopes, pasan aventuras que si sucedieran ahora calificaríamos de fantásticas. Simplemente la Biblia está llena de ángeles y sucesos que no son particularmente realistas. Casi no hay literatura que en su origen no tenga elementos fantásticos, pero hay que trasladar esta característica a la modernidad.
—¿Cuándo se dio el cambio?
Yo quiero suponer, sin afán de ser exhaustivo, que el primero que hace esto, que sale de la literatura meramente gótica, el primero cuya literatura tiene una ambigüedad en lo fantástico, es Edgar Allan Poe. De ahí en adelante muchos lo desarrollan. Recordemos que Cortázar tradujo todos los cuentos de Poe y los aprovechó. Yo diría que la regla de lo fantástico moderno es, precisamente, que haya una ambigüedad, que si uno lee el texto de determinada manera, si encuentra una explicación que es sobrenatural, que es metafísica, también puede haber una explicación realista, también puede deberse a una mala percepción o una mala interpretación o a que faltan datos...
—¿Cuál es el papel del lector?
Mis cuentos, de los que más de tres cuartas partes son fantásticos, tienen esa intención: que sea el lector el que decida que, o bien se le apareció tal o cual personaje, o simplemente no tenemos otra explicación. A mí no me interesa decidir, yo creo que tiene que decidir el lector.
—¿Piensa en sus lectores?
Pienso en ciertos lectores. La diferencia que se da —no sé si a todos los escritores les pasa, supongo que sí— entre empezar a escribir a profesionalizarse un poco, creo que está en pensar en el lector. Hace décadas que no escribo ningún texto en el que no piense que alguien lo puede leer, incluso diarios porque sé que, tarde o temprano, podrían tener algún lector. Inevitablemente pienso en cómo conducir a ese lector, cómo satisfacerlo, cómo otorgarle placer, engañarlo (si se trata de un cuento fantástico). Mientras más ducho, mientras más exigente sea ese lector, mejor, más me ayuda a que el texto quede mejor trabado.
Borges vigila
En su estudio Uribe tiene un atril con una fotografía de Borges, donde, refiere, "ya está viejo, ciego, con su bastón... El Borges que todos conocemos. Y yo me estoy imaginando que lee encima de mi hombro y que no desaprueba una frase. Fui discípulo de Tito Monterroso y también me imagino que está diciendo: 'Bueno, no te quedó tan mal, pásate al siguiente párrafo'. Siempre estoy pensando en esos lectores".
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