“Un ligero temblor de tierra”; el amor visto por Coixet, Umbral, Lahiri y Lucia Berlin

En la serie Foodie love siempre está presente ese precipicio del pasado, el dolor que arrastra, provoca ceguera y miedo al futuro. No importa si el placer, la felicidad, el éxtasis, se han instalado en una tarde de domingo pos coito.

El amor es una construcción social, le dijo la doctora en Psicología por la UNAM, Tania Rocha, a mi colega Hugo Maguey. | Amazon
Daniel Francisco
Ciudad de México /

Un algoritmo une a un matemático con una lectora de manuscritos. Una aplicación decide que el sujeto hastiado de sus congresos encaja (hace match) con la mujer atrapada por sus cicatrices amorosas. Primero aparecen el asombro, la zozobra y la esperanza de la nueva compañía. Luego la emoción, las coincidencias y los nuevos nudos que se construyen. Eso es el amor, al menos para Isabel Coixet en su serie Foodie Love.

Como en sus películas Mapa de los sonidos de Tokio y Nadie quiere la noche, hay un fuerza que separa a los que se pierden en esos laberintos emocionales. 

En Foodie love siempre está presente ese precipicio del pasado, el dolor que arrastra, provoca ceguera y miedo al futuro. No importa si el placer, la felicidad, el éxtasis, se han instalado en una tarde de domingo pos coito. En los recuerdos de ella siempre aparecerá ese antiguo amante japonés con su larga cabellera, corriendo en el campo, con un fondo amarillo y el llanto mudo.

Son los amantes que se destruyen, como escribiera Francisco Umbral en su novela Si hubiéramos sabido que el amor era eso: “Aún no sabían si iban a luchar juntos o a luchar uno contra el otro. Aún no sabían si iban a salvarse juntos o a exterminarse mutuamente, en su tozuda respuesta a la vida”.

El amor es una construcción social, le dijo la doctora en Psicología por la UNAM, Tania Rocha, a mi colega Hugo Maguey, en una entrevista para Gaceta UNAM.

 “Desde hace un tiempo asumimos que existe libre albedrío en el amor, y lo idealizamos como un aspecto que es positivo, que nos rescata, que es lo mejor que nos puede pasar, que se vuelve un fin en sí mismo. Pero si lo vemos de una manera más sobria, hay que poner en contexto los múltiples cambios en distintos niveles, que se viven sobre todo en las relaciones de pareja y que pese a este supuesto, el modelo que predomina, es el del amor romántico, un amor idealizado, que esconde en sí mismo no sólo reglas y parámetros rígidos, atravesados por relaciones de poder y roles de género, sino que además reproduce en muchos sentidos lógicas sexistas, heteronormadas y de violencia”.

Jhumpa Lahiri en su libro Donde me encuentro, recuerda la pregunta que, de manera frecuente, recibe el que va sólo al cine, al teatro o a los restaurantes:

“—¿Siempre una sola entrada?— me pregunta el empleado.

—Sí

¿Cómo me sentiré a las 20.30 del 16 de mayo del año que viene? Imposible saberlo. Prosigo con la esperanza de regresar aquí, de tener la entrada en la mano, de llevar un bonito vestido, de sentarme en una butaca cómoda”.

Lahiri, Premio Pulitzer, describe también, a una de sus parejas, un tipo que sólo expresaba lamentos:

“Cuando salía con él no hacía más que escucharlo; intentaba resolverle todos los problemas, por pequeños que fuesen. Cada dolor de espalda, cada crisis existencial”.

Y pese a soportarlo un día descubrió el engaño, la traición. La otra mujer tocó a su puerta:

“Nos sentamos, nos pusimos a hablar. Sacamos las agendas, comparamos punto por punto el recorrido de nuestras relaciones paralelas: vacaciones, momentos memorables, lumbagos, gripes. Fue una conversación larga, desgarradora. Un intercambio meticuloso de información y datos que desentrañaron un misterio, sacando a la luz una pesadilla en la que participaba sin saberlo. Éramos dos supervivientes, y así, acabamos sintiéndonos cómplices. Cada palabra suya, cada revelación me lastimaba; sin embargo, mientras mi vida se hacía añicos, me sentía aliviada”.

Lucia Berlin en Manual para mujeres de la limpieza relata ese tránsito de lo sublime a lo mundano. Narra la historia de una maestra estadunidense que, después de pasar unos días en Zihuatanejo, conoce a un buzo con el cual vive una experiencia amorosa que concluye de manera abrupta, con la entrega de un cheque. La noche juntos se disipa con una petición material. Una vez entregado el dinero para que él pague lo que debe de su lancha ella emprende el regreso: “Siempre que Eloise rememorara la escena en el futuro no sería como suele recordarse a una persona o un acto sexual, sino más bien un fenómeno de la naturaleza, un ligero temblor de tierra, una ráfaga de viento en un día de verano”.

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