En su casa siempre estuvo rodeada de arte. Su padre se entregaba a la pintura y había para ello respeto, silencio y distancia hasta cuando decidía que por fin estaba terminada su creación. Y fue por el amor que su padre le profesaba al arte que Ani Mkrtchyan adoptó el aprendizaje del violín como una ironía maravillosa.
Recuerda que un día escuchó en televisión a un intérprete y de inmediato se levantó para apagar el aparato. Pero fue su padre quien le compró el violín y jugando, pues no sabía tocarlo, se lo presentó y le pidió que tomara clases. Y ella lo hizo. El resultado ha sido una profesión virtuosa, misma que la ha llevado ahora a ser el primer violín dentro de la Camerata de Coahuila.
“Desde chiquita me gustaba todo tipo de arte, el baile, los instrumentos, pintura y todo lo demás, en general el arte siempre me ha gustado. Pero recuerdo muy bien que cuando era pequeña, más o menos tenía seis años, o quizá cinco, escuchaba el violín por el televisor, alguien estaba interpretando yo al escuchar el sonido del violín me molesté tanto y fui y apagué el televisor y dije esa es una cosa que jamás voy a hacer en mi vida es ser violinista".
“La verdad yo creo que es una de las ironías de la vida, a veces sucede. Mis papás decidieron lo que era mejor, el violín es algo muy bonito, ellos decidieron que era mejor que yo aprendiera el violín. Recuerdo hasta a mi papá cuando llevaron a casa el instrumento, empezó a sacar sonidos con tanta alegría y todo, tocando, interpretando música pero no sabía, solo las cuerdas libres pero entró completamente en ese personaje y me encantó”.
Aún así, recuerda que siendo niña no quería tocar el instrumento, pero sus papás le insistieron tanto que ella decidió obedecerlos.
El primer año tuvo una maestra que no le inspiró, pero resultó que la profesora se embarazó y tomó una incapacidad, lo que abrió la puerta para el cambio. Y con el segundo maestro, uno de edad avanzada, Ani Mkrtchyan comenzó a entenderse por fin con el violín.
“Él me hizo querer el instrumento con su manera de trabajar y de tratarme logró que yo sí tomara el violín y sigo con él hasta ahora. Yo nací en Armenia. Mi papá y mis hermanos son artistas, escultor y pintor, y mi mamá cantaba en opereta, o sea, actuación y canto, pero con el tiempo ella se dedicó a educar niños, igual enseñaba lo mismo pero era músico”.
Ani recuerda que la amabilidad de su maestro fue algo fundamental para convencerse de que el instrumento era grandioso. Además era un tiempo donde la disciplina formaba el carácter, pero su maestro ejercía una autoridad con sólo una mirada.
“Hasta ahorita cuando yo toco algo importante siempre recuerdo sus ojos tan concentrados que con ellos me decía todo. Aparte tuve suerte al tener dos maestros tan incondicionalmente dedica dos a su trabajo que me sorprendía antes cuando estaba chiquita. No entendía el gran trabajo que ellos hacían pero me podían llamar a casa y cuando iba a estudiar no sabía a qué hora iba a salir, podían ser tres o cuatro horas, no sabía. Mi maestro me pasó con otro profesor que era su amigo, y de la misma manera, me llamaban y tenía que ir, no era no puedo o quiero, solo tenías que ir”.
El trabajo de cada nota
Ani Mkrtchyan le da múltiples valores a la música y afirma que se trabaja por cada nota porque a la par se avanza por cada emoción y cada sonido para tocar el alma de los escuchas porque la música comunica, debe hablar.
Ella, así como muchos músicos trabajan de esta manera, por cada nota, cada respiración, sumergidos en la concentración para entregar una interpretación que se aproxime a la perfección.
El cómo llegó a México y en particular a Torreón, lo resume como otra ironía de la vida pues jamás pensó en este país, pero fue a través de la invitación del director artístico Ramón Shade que su esposo fue contratado y ella también, por recomendación de un músico.
Fue hace 17 años atrás y durante este tiempo ha visto crecer a la orquesta coahuilense con grandes pasos en cuanto al número de integrantes, su calidad interpretativa y el repertorio.
CALE