Cuarenta años después de que su tío muriera de sida, Anthony Passeron (Niza, 1983) escarba en los secretos familiares y reconstruye parte de su pasado, pero al mismo tiempo relata los inicios, la lucha contra el virus del sida y el despertar de un monstruo en hospitales franceses y estadunidenses.
Los hijos dormidos (Libros del Asteroide) es la primera novela del autor, donde mezcla la crónica y las memorias con la investigación científica desarrollada en torno al virus. El autor charló con MILENIO.
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¿Cómo decidiste que para contar tu historia familiar tenías que abordar la pandemia del sida?
Cuando decidí contar la historia de la vergüenza y negación de mi abuela sobre mi tío, pensé que la gente no la entendería del todo si no ponía en relieve el contexto de violencia social que se estaba viviendo con la llegada de las drogas y el sida al pueblo. Por eso era importante narrar el contexto global de lo que sucedía con el fin de que el lector comprendiera la violencia íntima que se vivía. En pocas palabras, el libro es fruto del silencio que se guardó en mi familia por años.
¿Fue complicado hurgar en el pasado?
Yo quería relatar la historia de mi familia y mi tío para que no se esfumara, desapareciera, y de alguna manera mostrar que la vida de Désiré era parte de todo lo que sucedía en aquel momento en el mundo. Creo que era la única manera de liberarse de la tristeza y la vergüenza.
Prácticamente son dos novelas en una. ¿lo ves así?
Sí. Con la parte científica fue fácil crear un suspenso con esta progresión científica de los doctores, especialistas, un especie de thriller, la gente quiere seguir leyendo para saber cómo fueron las cosas. Mientras que en la parte familiar, la más personal, es más difícil y va a tomar más tiempo para que el lector se agarre del o los personajes que abordo, por lo que las dos novelas, como les dices, se autoalimentan de cierta forma.
Los hijos dormidos relata, por un lado, la investigación alrededor de un virus del que nadie sabía qué era o de dónde venía. El lector se integra en la carrera por descubrir lo que pasa en laboratorios y hospitales, y es testigo de la soledad que sufrieron los enfermos y sus familias en una época en la que el consumo de heroína aumentó. Por todo esto, el libro recibió importantes reconocimientos, como el Prix Wepler-Fondation La Post y el Prix Première Plume.
¿La parte familiar es una forma de sensibilizar al lector ante lo terrible que fue esa pandemia?
Pienso que sí, porque en realidad lo que quería contar es que el sida no solo contamina cuerpos, el virus destruye todo: el organismo, las relaciones afectivas, sociales, las relacione íntimas y vidas que se detuvieron debido a él. Por eso relato las pruebas, las investigaciones, el cuidado y trato a los enfermos, a veces muy discriminatorio, o lo que sienten algunas personas y muestro el desdén de las autoridades sanitarias ante lo que llamo en el libro “la nueva peste".
¿Hay un espíritu de denuncia en Los hijos dormidos?
Denunciar es algo que tenía en mente a la hora de escribir, pero lo más importante para mí es dejar libre al lector y que él se escandalice o no. Yo busco que tú te hagas las preguntas y sientas la historia alrededor de los descubrimientos, la desinformación y todo lo que sucedió.
¿Exorcizaste algún demonio al hablar de lo que sucedió en tu familia?
Absolutamente. Crecí en una familia que dejó olvidado a mi tío Désiré, ya no quiso hablar mucho de este personaje, y para mí el hecho de escribir el libro y recuperar esta historia también era como un paso de la niñez a la adultez a nivel familiar, era decir: “Soy adulto, tengo 40 años y ya puedo hablar de lo que me dé la gana y mi familia ya me considera un adulto que tiene el derecho de hablar de ella, aunque nadie más hable de lo que sucedió”. En algún momento me dejaron de hablar por contar la historia, pero bueno, tu familia nunca va a estar satisfecha de ti y siempre supe que era un riesgo escribir la novela, pero era un riesgo que debía de tomar y su éxito quiere decir que acerté.