Ariel Florencia Richards (Santiago, 1981) dice que no le abruma el éxito de Inacabada (Alfaguara), su primera novela escrita como mujer, la cual desató furor por la escritora chilena.
En entrevista con MILENIO, la autora habla de la palabra “trans” y todos los significados que representa, de su fama y da claves sobre su libro escrito durante la pandemia en un ejercicio íntimo.
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¿Cómo recibes tanto éxito y elogio?
No me abruma porque no tiene que ver con la escritura, tiene que ver con la vida que está teniendo el libro y de la que yo no tengo control. Cuando fue escrita la novela no fue pensada para que tuviera tanto alcance. De hecho, fue un ejercicio muy íntimo de escritura durante la pandemia. Y todo lo que pasa con estos premios y reconocimientos me sorprende y me alegra, pero creo que la escritura como práctica queda intacta de esto. Entonces no me preocupa, más bien me encanta y me sorprende.
¿Te dio miedo mostrarte de esta manera tan personal?
No, porque sentí que el mundo se estaba acabando. Sentí que la postpandemia era un alargue como en el futbol, y si no lo hacíamos ahora, no sería nunca. Fue una decisión sin miedo y si venía algo terrible, pues ya se estaba terminando el mundo y si se acabaría, que fuera con la verdad dicha.
Pienso que el libro va más allá de una novela sobre la identidad de género, ¿no?
Sin duda, creo que tiene que ver con la dificultad básica de ser hija o hijo de una madre, y en ese sentido es una relación que siempre se debe actualizar. El amor de las madres es incondicional, sabemos que es una de las fuerzas más poderosas que existe en el universo, pero a veces ese amor se pone a prueba, sobre todo cuando las hijas o los hijos destruimos algo que nuestra madre nos dio, como un nombre o como una identidad. Y eso no es propio del tránsito de género, sino que enfrentar a la madre es una cosa que muchas personas hacemos durante nuestras vidas desde el amor, sin ánimo de herir, pero a veces la verdad duele y por eso creo que la novela conecta mucho con los lectores.
¿El tránsito de género es más sencillo ahora?
Quizás la novela conecta más con padres y madres de infancias trans porque ahora las infancias y las adolescencias trans ya saben perfecto lo que quieren. Tienen referente, conocen el término, en el colegio ya está normalizado. Pero en mi generación, yo nací en 1981, todavía es un tema nuevo, no saben ocupar los pronombres y yo tampoco sabía hasta hace muy poco. Los adultos dejamos de hacer esas cosas, dejamos de preguntar, de aprender y por eso muchos padres que están en el proceso de su hije me buscan, conecto con varios, pero no es un manual para salir del clóset, no hagan lo que hizo Juana en la novela.
En la novela, ¿por qué saliste de Chile para contar la historia?
Quería que la protagonista volviera a un lugar donde había sido chico en el mundo. Yo estudié en Nueva York, un espacio muy propicio para experimentar el aislamiento y la soledad, sobre todo si eres migrante, latinoamericana y estudiante, como era yo. Entonces en ese espacio de la soledad, quería que Juana se reencontrara con sus lazos afectivos, con su vinculación maternal y también con su identidad. Es una novela de ficción con cosas personales.
¿Rompiste el silencio con Inacabada?
Sí, total. Yo estoy haciendo un doctorado en arte ahora y estudio artistas que rompen cosas. A mí me gusta la destrucción como un espacio creativo, me parece que aparece algo nuevo cuando las cosas se destruyen, y en mi libro pasa eso.
¿Por qué juegas con obras de arte en la novela?
Las obras que escogí son una metáfora de la construcción de la identidad de género. Son piezas de arte que fueron empezadas y no terminadas, que han sido devaluadas por la historia del arte porque las consideran menores o bocetos. A mí me parecían muy interesantes porque revelaban algo muy auténtico, una especie del esqueleto de la creación de la obra, y me pareció que era muy bello pensar que eso podía ser una metáfora de la construcción de la identidad de género.
“La gran novela trans”, dice Jorge Volpi. ¿Qué opinas de eso?
Yo amo lo que dijo Jorge, lo admiro y eso me ayudó a entrar a España, pero pueden ser dos cosas: la muerte de esta novela, digamos, porque algunos lectores dirán que no les interesa lo trans, que no tiene nada que ver con ellos y no la leerán, pero también puede ser una manera de entender que lo trans es una forma de escritura que excede la identidad de género. A mí me gusta decir que estoy transitando, no que soy una mujer trans, ¿se entiende? Transitando es una acción, “estoy transitando”, y si hay una escritura que es trans no necesariamente es transgénero, es una escritura que está en movimiento, que se pregunta cosas, que incomoda a ciertas u otras. Me gusta mucho el prefijo de lo trans como una activación, no como una etiqueta. Entonces, en ese sentido, sí es la gran novela trans.
¿Qué le dirías a los lectores para que se acerquen a la novela?
Si alguna vez han tenido una dificultad para decir algo que les cueste de sí misma o de sí mismo pueden leerla. Porque esta novela no se trata exclusivamente del proceso de tránsito de género, sino que es sobre el espacio de dificultad que supone querer decir algo que es cierto, pero que va a doler y va a doler a una persona que uno quiere. La palabra tiene el poder de herirte, pero también tiene el poder de ser algo beneficioso, por ejemplo, cuando mi mamá me empezó a tratar en femenino, yo sentí que me sanaba, me veía como una hija y eso fue sanador.
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