Desde caballitos hasta muebles de madera; la artesanía como medio de subsistencia para un cardenchero

De ordeñar vacas de niño y luego como jardinero, hoy Guadalupe Salazar es la voz que da identidad al Canto Cardenche.

Guadalupe Salazar Vázquez, voz que da identidad al Canto Cardenche. (Rolando Riestra)
Editorial Milenio
Torreón, Coahuila. /

De niño ordeñaba vacas, arrió ganado y cantó en las fiestas. Luego se dedicó a la jardinería en la colonia Ampliación Los Ángeles, en Torreón. 

Hoy don Guadalupe Salazar Vázquez, voz que da identidad al Canto Cardenche, ve en la artesanía hecha a mano un medio de subsistencia. Realiza sillas y sillones, así como como nazas y crucifijos de madera que resultan piezas con un sentido absolutamente lagunero.

Nació en diciembre de 1946 en el ejido Emilio Carranza en el municipio de Nazas, Durango, pero su familia se avecindó en Sapioriz luego de que su padre enfermó cuando él tenía doce años; uno de los hermanos de su padre lo movilizó a su ejido para tener más oportunidades de atención médica. Sin embargo, falleció y toda la familia se quedó en el municipio de Lerdo.

“Mi mamá, como mi papá duró tres años enfermo, vendió todo lo que tenían, animales, labor, y aquí cuando vinimos a dar ella traía diez chivitas que hasta se las robaron y se quedó sin nada. Fue como vinimos a Sapioriz y nos posicionamos aquí. Yo tuve muchas salidas para trabajar en algunas partes pero siempre echaba de menos a Sapioriz y volví".

“Anduve en muchas cosas porque en aquel tiempo de que estábamos jóvenes no había maquilas y tenía uno que andar buscando trabajo por fuera. Yo a los trece años fui a dar a Delicias, Chihuahua, me llevó un tío prometiéndole a mi mamá que lo que yo ganara allá se lo iba a mandar porque éramos diez y mi tío se aprovechó porque era encargado de un rancho y me agarró a mí y a un hijo de él de mi misma edad para trabajar”.

Crucifijos de madera, una de las artesanías de Guadalupe Salazar. (Rolando Riestra)

Don Lupe recordó que junto a su primo llegaba a la casa y ya tenían la comida lista. Pero terminando les daban una canasta llena de lonches para que se fueran a vender al centro. Así conoció a secretarias quienes les pagaban para que les cantaran

Pero uno de sus hermanos fue a buscarlo porque su tío no enviaba el dinero. Su primo, dijo, también se enojó y se fue de la casa. Pasó al menos una década para que lo volvieran a ver. Don Lupe no es rencoroso y precisó, al menos ese tío les enseñó a trabajar.

De Lerdo, su familia se movilizó por dos años a Torreón y se puso a trabajar como jardinero. En la vecindad donde vivió conoció a un señor que le enseñó a reparar zapatos. 

Pero volvieron a Sapioriz porque se enamoró y su mamá no aprobaba el romance. Fue así como se aproximó de nuevo al canto al dar serenatas y al amenizar las borracheras de los campesinos. Como un zigzag en el camino agarró también la cuchara de albañilería y recogió capullos de algodón junto con su compadre, don Fidel Elizalde.

Cantar y contar

Con 76 años de edad Don Lupe Salazar comenzó a realizar su artesanía. Acondicionó un pequeño cuartito en su casa y en una esquina colocó una mesa donde se pone a trabajar. De sus manos han surgido pequeñas iglesias de madera, crucifijos, caballitos, nazas e incluso muebles porque refirió, ya no le daban oportunidades laborales por su edad.

“Esto lo empecé ahora cuando ya no me daban trabajo, más que la pura canción, ya estaba aquí sin hacer nada y pensé en hacer algo para no estar de oquis, para no estar pensando en cosas, y además escribía, porque usted sabe de los poemas que tengo más de cien pero hay que seleccionar los que están mejor.

Don Lupe comentó que con los Cardencheros comenzó a cantar en la década de los ochenta, es decir, con “los señores grandes” que veían que faltaba una voz. Así cantó con el papá de don Fidel, el señor Eduardo Elizalde, con don Juan Sánchez y con don Pablo García, no en el grupo sino con ellos porque él cantaba en la pastorela desde chiquillo, con un papel de ranchero.

“Después me dijo don Pablo que los ayudara a cantar con Fidel y de ahí se valían porque cuando le cantábamos a las novias los señores nos decían que cantáramos canción cardenche pero les decíamos: ‘No, tan refeas esas canciones’, no queríamos pero nos acomodamos a finales de los ochenta”.
Nazas fabricadas por Guadalupe. (Rolando Riestra)

Así se integró sin pensar que como intérprete viajaría a París y cantaría en Nueva York en un concierto donde también participó Plácido Domingo. Pero recuerda como algo realmente memorable el haber cantado en las actividades que se desarrollaron dentro del Maratón Caballo Blanco, en Urique, Durango, por lo que tuvieron que viajar en el Tren Chepe por la Sierra Tarahumara, donde los trataron con gran cortesía, invitados por la promotora cultural, Martha Rosales.

Al volver a pensar en el trabajo artesanal, Don Lupe estableció que el pintor Abraham Férnandez es un buen amigo que lo visita con regularidad y le dijo que se pusiera a vender. Él le respondió que eso no le gusta y que ese trabajo lo hace para no estar ocioso. Entonces fue Abraham quien comenzó a publicar en sus redes sociales el trabajo que tenía.

“Aparte de eso, pues yo todos mis muebles los he hecho para mí. Mi cama y mi ropero ahí están. De joven, cuando ya me casé, en ese tiempo no había dónde ganar dinero, pero tenía qué buscarle y como mi padre hacía cosas de eso, porque donde nací si fallecía una persona, me acuerdo que llegaban con un cordoncito y le pedían que les hiciera la caja para el difunto. Le llevaban la medida en un cordón y mi papá se ponía a hacer la caja”.

Entre monturas de caballo y bateas, el niño Guadalupe Salazar aprendió a hacer las artesanías viendo como se hacía el trabajo a distancia porque su papá lo corría, quería que estudiara sin pensar que ese noble oficio lo ayudaría a sostenerse como un adulto mayor independiente.

EGO

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