Una de las tradiciones ancestrales de los pueblos originarios de México consiste en ejecutar rituales dedicados a coquetear con las deidades para pedir buena temporada al inicio del ciclo agrícola. Son tremendamente vistosos y dicen mucho de las filias y creencias de quienes los practican.
Una de esas ceremonias es La Tigrada, en la que hombres vestidos de jaguar —casi siempre con disfraces y máscaras de madera hechos por ellos mismos— pasean por las calles, bailan, beben alcohol y azotan estruendosas cadenas para emular el sonido de los truenos .
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Ese rasgo fue el primero que llamó la atención de la artista mexicana Sofía Echeverri para estructurar Pedir la lluvia, una exposición en el Museo de Arte Carrillo Gil.
“Las festejan para pedir abundancia, que haya lluvia, que se den las cosechas, que no haya inundaciones”, cuenta Sofía en entrevista con MILENIO.
Pero esta fiesta la protagonizan sólo hombres, ¿qué hacen las mujeres?
Mientras que en los rituales para pedir la lluvia la participación de las mujeres se limita a una que otra danza ensayada previamente, siempre con restricciones y parámetros, que por lo general aspiran a encontrar a la más bella, “los hombres danzan libremente”.
Convencida de que “lo que no se nombra no existe”, Sofía confeccionó una realidad alternativa, una “posibilidad de existir”.
“[La gente] me dice que no podrías hacer esta fiesta si las mujeres no estuvieran en la casa haciendo de comer o cuidando a los niños, en la iglesia rezando o cargando al santo patrón de esa festividad”.
“Mi cuestionamiento es la no participación de la mujer en las festividades”
Por eso, las obras que componen Pedir la lluvia buscan “lanzar una imagen de algo que no hemos visto: una mujer con máscara de tigre —por ejemplo—, jugar con el lenguaje y abrir la posibilidad de que la mujer pueda tener este espacio de juego y de libertad”.
“No estoy sugiriendo que las mujeres queramos hacer exactamente lo mismo que los hombres. Ya veremos cómo nosotras festejamos nuestra propia manera de hablar con el más allá, dejar todas nuestras actividades por tres o cinco días, bailar, hacer lo que queramos como los hombres lo hacen”.
A través de pinturas, intervenciones en los muros —“como si expandiera la pintura con la intención de ir más allá de los límites del lienzo”—, cerámicas y máscaras, Sofía Echeverri propone una contradicción necesaria a la tradición, cuyas consecuencias se extienden a prácticamente todos los terrenos de la cotidianidad.
Pedir la lluvia estará exhibida en el Carrillo Gil hasta el 1 de julio.
ASS