Está bien: ya capté el mensaje, aunque me tomó tiempo. Para abrir la caja que contenía el regalo que acompañaba el reconocimiento que los compañeros de la fuente de cultura me otorgaron —al igual que a Columba Vértiz, de Proceso, y Carmen Varela, de Notimex— pasé las de Caín (y hasta las de Abel). Venía en una misteriosa caja negra cerrada con tornillos en sus cuatro costados, que no pude abrir hasta dos días después por falta de tiempo, de sueño y de un destornillador en cruz. Finalmente, al desarmarla me topé con un resplandeciente cerebro de bronce. ¡Lo que me faltaba!, me dije al pensar, como El Espantapájaros en El mago de Oz, además de los chistes que los compañeros habrían dicho de saber que la escultura Anatomía de la materia de Rivelino tiene esa forma.
Cada año los compañeros de la fuente organizan este encuentro para entregar estos premios y para brindar por el fin de año, reencontrarse y saber que seguimos en la necia. Agradezco a mis compañeros Leticia Sánchez y Jesús Alejo, organizadores del convivio en el que, por fortuna, nadie resultó herido, estar entre los elegidos. Por los muchos años que he pasado en el periodismo —incluida la fuente de espectáculos, de la que me siento orgulloso, pues fue la que me formó y me llevó a cubrir música—, ya soy harto conocido, rete conocido, pero no había sido reconocido.
Pero, como dije esa noche, el premio es para todos los compañeros que creemos en la necesidad de preservar el periodismo cultural, pues advertimos que, paulatinamente, es menospreciado y relegado a espacios cada vez más reducidos.
No es que uno necesite ser reconocido, pues a buena parte de los compañeros nos mueve un anhelo de servicio; pensamos que el periodismo debe cumplir una función social, tan informativa como formativa. Nosotros mismos nos formamos todos los días al contacto con los creadores, pues el día en que esto no ocurra estaremos perdidos. Hacemos esto porque nos gusta, pero que los compañeros piensen en uno te hace sentir bien. Para usar una frase de mi mamá: me sentí “muy ancho”.
Baile, comida, bebida y discursos, por fortuna breves —los discursos—, resonaron en el patio central del Museo de Arte Popular, que como cada año, contribuye a brindar un espacio más que generoso para el encuentro. Y yo sin saber que cargaba con mi cerebro, con mi caja negra de acá para allá, sopesándola luego por Balderas y Avenida Juárez con mis amigos en busca de un taxi —hacían su diciembre los úberes: 900 pesos a Azcapotzalco, además de que no había unidades—. En Bucareli, temblando de frío y riendo de los chistes fabricados en el momento, porque ya qué nos quedaba, charlamos de todo y de nada casi una hora hasta que llegó el anhelado taxi. Ya la caja estaba tan fría como nuestros cachetes, pero en el interior, seguro las sienes del cerebro palpitaban porque suponían que, por fin, ya estaba a punto de ser adoptado por un humano necesitado. Ya después les cuento cómo nos fue.
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CANAS Y GANAS
Fue reconfortante encontrarse con quienes hemos trabajado desde hace décadas, pero también con algunos que nos han precedido y lo que vienen detrás. Había tantas canas como ganas de hacer que las cosas funcionen mejor. Con o sin premios, tenemos una obligación moral.
¡Brilla cerebro, brilla! O cómo sentirse igual al ‘Espantapájaros’
Música
Nosotros mismos nos formamos todos los días al contacto con los creadores, pues el día en que esto no ocurra estaremos perdidos.
Ciudad de México /
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