Las cuestiones de salud le impidieron bailar de forma profesional, pero su dedicación le tendría otra sorpresa, algo que no lo alejaría totalmente de la danza y los escenarios: la fotografía. Ha colaborado para la Compañía Nacional de Danza de México, el Ballet de Stuttgart, el Ballet de la Ópera Estatal de Berlín, el Royal Ballet de Londres, Ballet de la Ópera Estatal de Viena y el Ballet Nacional de Cuba, entre otros.
Nacido en Durango, Carlos Quezada comenzó en su adolescencia con sus clases de baile como una forma de refugio, y eso se fue convirtiendo en una carrera profesional que iniciaría sin el apoyo de su familia, lo que lo llevaría a irse adentrando en el mundo de la danza, aprendiendo por su cuenta y después abandonaría la preparatoria para trabajar y pagar sus clases.
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“Empecé a hacer jazz, luego hice danza folclórica; el ballet llegó poquito a poco, pero siempre fue como mi refugio de la adolescencia: tener algo qué hacer y que hacía que me volara la cabeza, me volaba la mente, me venían las ideas y me ponía a hacer cosas. Cuando comencé a hacerlo de manera profesional, los estudios, en Monterrey, el proceso también fue complicado a nivel físico, emocional y de salud”, conversa el artista con MILENIO.
Además, en su andar se enfrentó a un “amor-odio” con su carrera, por el sufrimiento físico que llegó a tener. “Lo dejé fue por cuestiones de salud, de las rodillas, porque necesitaba ya una tercera operación. Yo, aunque ya no baile (profesional), sigo bailando en mi casa porque es algo que no te deja”.
Un camino a través de la imagen que lo llevaría también a plasmar el trabajo de la bailarina mexicana Elisa Carrillo, y de su proyecto, Danzatlán, en el que Carlos Quezada ha formado parte desde su primera edición.
¿Cómo llega la fotografía?
Cuando estaba en el proceso de pasar de estudiante a profesional, les tomaba fotos a mis compañeros porque es algo como muy de nosotros; trabajamos mucho tiempo frente a los espejos, nos vemos todo el tiempo, siempre alguien nos está viendo, nos están dirigiendo, y el físico que logramos tener después de mucho trabajo es muy especial. Hay muchas cosas que queremos mostrar, posiciones, formas, y yo lo hacía más todavía.
Me vino el gusto de crear formas con el cuerpo que se veía diferente y que no formaban parte del ballet: composiciones con el cuerpo, lo hacía tomando fotografías de mí; cuando estaba bailando me gustaba tomar fotos y era mi forma de relajarme, ya después lo veía como algo que podía seguir haciendo. En mi última lesión, en 2013, la persona que estaba en dirección en Danza UNAM, donde bailaba, me ofreció que hiciera fotografías para apoyarme también económicamente. Después de eso me buscaron personas que tenían compañías o grupos que empezaban a ver mis fotografías; a partir de ahí me nació el gusto y empecé a hacer fotografías.
¿Recuerdas tus primeras imágenes?
Fue cuando estaba en esa primera prueba de Danza UNAM y pasó todo lo de la lesión: fueron unos meses muy intensos porque todo cambió de la noche a la mañana; varios años después, varias compañías como Delfos o Antares, yo les tomaba fotografías de folclor. Todo lo que he hecho siempre fue autodidacta y lo hacía como podía, porque tampoco tenía dinero ni tiempo para hacerlo. Cuando me lesioné no tenía nada más que hacer y tenía que vivir de algo. Tenía mi cámara y mi conocimiento de danza y dije: esto lo tengo que hacer.
¿Dedicarte a la danza te ayudó a entender el lenguaje fotográfico en la disciplina?
A mí, y a los conozco en el mundo que se dedican a eso, porque es un tipo de fotografía de nicho. Los que trabajamos con compañías, especialmente profesionales, nos llaman a personas que bailamos; hay unos que bailaron profesionalmente, hay unos que nada más estudiaron, otros que fueron coreógrafos, pero todos lo que tenemos cierto nombre en la fotografía somos parte del mundo de la danza; siento que es importante porque tienes que entenderlo. Para que puedas hacer algo tienes que entenderlo desde adentro.
Para la danza clásica hay formas que tienen que ser de esa manera, si no las conoces no sabes si están bien hechas, o conocerlas desde dentro para poder transformarlo; es lo que he logrado hacer con mis trabajos personales, las he transformado. Hago versiones o formas que no existen o que no se habían visto en imágenes, porque al tener ese conocimiento también puedes saber cómo romperlo: decirles a los bailarines que hagan algún movimiento buscando esta forma. Mis fotos se ven así porque conozco; siento que si fuera a tomar fotografías de algo que no sé, serían fatales (ríe).
¿Qué exige este tipo de imágenes?
Aparte de la dificultad técnica de la danza, tomar fotos en las butacas del escenario o tener en una sesión de estudio a un bailarín de frente, o ir detrás de cámaras a un salón de danza: si nunca han tenido ese acercamiento, no saben realmente lo que pasa porque hay muchísimas cosas que suceden con los bailarines; a mi me han abierto la puerta, porque hablamos el mismo lenguaje.
¿Cómo llega la sinergia con Elisa Carrillo?
Fue bien rápido, después de que me dieron el trabajo en Danza UNAM, en la Compañía Nacional de Danza había un fotógrafo que tenía muchos años, Guillermo Galindo; él salió y entré yo. Hubo un boom porque mi trabajo llamaba la atención; en ese momento Elisa estaba en proceso de crear su equipo, y yo tenía muchas ganas e ideas. Con Danza UNAM hicimos una sesión que se necesitaba para promoción; después, cuando vino la gala de 2014, me preguntaron si me interesaba colaborar con Danzatlán. A partir de ahí nos entendimos muy bien y me quedé; me han ayudado muchísimo, sigo viendo cosas, porque yo nunca había ido a Europa para ver otros tipos de danza; me ha cambiado mucho la forma de hacer mis imágenes. Después me apoyaron económicamente para que pudiera ir y fotografiar a la compañía donde estuviera. Al final fue ese apoyo para ver otras cosas que me ayudó a ir desarrollando mi propio estilo en México.
¿Vives en Alemania?
Ahora vivo en Berlín, me acabo de mudar en febrero.
Y además.
Exposición en el Estado de México
En contexto de Danzatlán, el fotógrafo participa con el proyecto “Arte y Movimiento”, un trabajo que están dividido en dos sedes: el Parque de la Ciencia “Fundadores”, en Toluca; y la Sala de conciertos “Elisa Carrillo”, del Centro Cultural Mexiquense Bicentenario, en Texcoco, que estarán hasta agosto.
Son alrededor de 60 imágenes entre ambas exhibiciones, entre las que se pueden ver fotografías del primer Danzatlán y de su proyecto “The male dancer Project”, “que es justo todos los traumas que he vivido cuando era niño en Durango y los transformé para darle ese lugar al hombre dentro de la danza, que es mucho pelear con estigmas que tienen contra nosotros, que ahora no hay tantos, pero sí de donde vengo, del norte del país”.