En 2016 llegó el desenlace de la saga El cementerio de los libros olvidados, del escritor español Carlos Ruiz Zafón. La tetratología inició en 2001 con La sombra del viento y continuó con El juego del ángel, El prisonero del juego y culminó 15 años después con El laberinto de los espíritus.
Ruiz Zafón fue considerado como uno de los autores españoles que logró mayor proyección internacional, gracias al éxito de ventas que tuvo con la primera entrega de su saga. El escritor español murió este 19 de junio, a los 55 años. Recuperamos esta entrevista realizada en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en 2016, por la culminación de El cementerio de los libros olvidados.
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—¿Cuáles son los libros que Carlos Ruiz Zafón ha dejado en “El cementerio de los libros olvidados”, y cuáles con los que se ha encontrado?
Intento no dejar muchos y los que dejo, volver a reencontrarme con ellos. La idea del cementerio es una metáfora, no solo para libros olvidados; es una metáfora de la memoria, de la identidad colectiva. Supongo que, como todos los lectores, nos perdemos muchos libros que ni siquiera sabemos que existen. Es una gran pena. A veces descubres libros y autores en los que no habías reparado y te das cuenta de que has dejado pasar un montón de años sin conocerlos. El gran problema es que uno no sabe de los libros que ha dejado en el cementerio de los libros o no ha prestado atención porque hay tantas cosas en la vida que quizá somos poco conscientes de lo que hay afuera.
—¿Cómo se siente Ruiz Zafón después de esta culminación y qué aprendizajes obtuvo?
Satisfecho. Es un proyecto en el que empecé a trabajar hace aproximadamente 16, 17 años. A lo largo de este tiempo estas cuatro novelas me han permitido aprender, experimentar, probar muchas cosas que yo quería hacer en literatura. La literatura y la escritura son sobre todo un oficio y, como todos, se aprenden ejerciendo, más que en la teoría. He evolucionado como persona, como escritor, y ha sido un proceso muy interesante. Al completar este ciclo, me siento con más ganas que nunca de volver al trabajo, de emprender nuevos proyectos, contar nuevas historias. Además, con la libertad de no estar ligado a un universo que hasta que no pude completar tenía que estar al pie del cañón.
—Al inicio de El laberinto de los espíritus, Daniel recuerda cómo su padre lo llevó al cementerio de los libros y en el portal soltó su mano para que emprendiera ese viaje solo. ¿Ahora que usted suelta la mano de todos estos personajes, cómo lo está asimilando, cómo se siente?
Me pasa una cosa muy curiosa: los personajes no me dejan. Recuerdo que hace muchos años en España pasaban el anuncio de un desodorante y decía: “el desodorante que no te abandona”. A mí me pasa eso con los personajes: no me abandonan, aunque yo quisiera que me abandonaran. Se van de vacaciones o se jubilan en mi cerebro, pero se quedan ahí y hacen lo que la gente hace cuando deja de trabajar: se despiertan tarde, se pasean en pantuflas y yo digo, ¿pero no vais a ningún sitio? Y me dicen: “no, no tenemos trabajo, no hay función por la tarde, no hay que ponerse el vestuario” y entonces se quedan conmigo, aunque no ejerzan ya en público, y forman parte de mis recuerdos y mis experiencias. Va aumentando la familia, el asilo de personajes jubilados, y nuevos personajes vendrán y se quedarán en el balneario de mi cerebro y no los voy a echar. Son mis creaturas y yo las acojo.
—Ha dicho que esta saga es un homenaje a la literatura y dentro de ella experimentó con distintos géneros literarios. ¿Consiguió crear su propio género?
No lo sé, lo intenté. Mi ambición era un poco crear un híbrido, poder crear un registro que aunara todos estos géneros tradicionales, que supusiera una reflexión sobre cómo funcionan, deconstruir cada uno, volverlos a armar e intentar ver cuál era su mecanismo. Quise que el lector pudiera experimentar en una misma lectura todos estos géneros que normalmente no conviven. No convive la comedia de costumbres con la novela gótica o social, la psicológica con la policiaca, la historia de amor con la de horror. Son géneros que funcionan por sí solos y por mucho podrá uno tener unas pinceladas de otro, pero normalmente no es así. Una de las ambiciones que tenía era intentar crear una serie de libros que fueran un homenaje a la literatura y a la tradición literaria. Si lo he conseguido o no, no me corresponde a mí decirlo, sino a los lectores que lo han leído.
—¿En algún momento se sintió perdido en este laberinto?
Muchas veces. Forma parte del proceso narrativo. Uno se plantea un desafió y a veces el proceso de la escritura es una lucha con tus propias limitaciones. En la escritura no te puedes agarrar a nada, es una abstracción, es papel, tinta y tu cerebro. Es una lucha continua en la que poco a poco vas avanzado, pero hay momentos que sientes que no estás haciendo las cosas como deberían ser. Es bueno que de vez en cuando tengas esta sensación.
—¿Cómo es la Barcelona de Ruiz Zafón?
Mi Barcelona ha cambiado mucho de cuando yo era niño. En algún momento los escritores sienten la necesidad de volver a casa metafóricamente, de hacer las paces con sus raíces, con el lugar donde crecieron e intentar explicarse a sí mismos la relación que tienen con ese lugar.
—¿Ahora que terminó esta tetralogía volvería a escribir una saga?
No lo creo. Este es un proyecto que ideé hace muchos años, era un desafío, algo que me hacía mucha ilusión, pero no con la idea de que cuando lo acabara iba a hacer algo similar. Voy a intentar hacer cosas diferentes y no repetir los pasos recorridos.
PCL