David Toscana luce relajado, cómodo y feliz en esa habitación llena de libros que renta en la colonia Santa María la Ribera cuando viaja a Ciudad de México, a pesar de que la noche previa a la entrevista fue de celebración. Acababa de recibir en el Palacio de Bellas Artes el premio Xavier Villaurrutia 2018 por su novela Olegaroy; su festejo en un restaurante del centro se juntó con el de su amigo Jorge Volpi, quien venía de presentar Una novela criminal, recién ganadora del Alfaguara 2018. Dos libros sobre la justicia en México que cuestionan "verdades históricas", la suya, picaresca; la de Volpi, de no ficción.
Olegaroy, su nuevo personaje cuyo nombre sale de una anécdota personal, es un insomne, parodia de Don Quijote transformado en Sancho Panza, hombre sencillo que cuestiona las cosas de manera sencilla, pero otros convierten sus ideas en congresos de filosofía, literatura, historia o ciencia. Está inspirado en Los destinos del buen soldado Švejk (Acantilado), del checo Jaroslav Hašek, que también motivó a Toscana para crear al gordo Comodoro de El ejército iluminado (Tusquets, 2006).
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La novela, que había pasado sin pena ni gloria en México, admite Toscana (Monterrey, 1961), se gestó a partir de los intentos de escribir otros dos libros: uno, sobre el accidente de aviación del 4 de mayo de 1949 en que se estrelló el Fiat del Gran Torino, el equipo de fútbol de Turín, que también influye en el "pensamiento filosófico" de Olegaroy y que determina el año en que ocurre la historia. Otro, una vida de Jesús, pero convertido en mujer (como la parodia de la Pasión que hace con el personaje de Barbarela de Santa María del Circo), a partir del cual surge este personaje entre filósofo y pícaro.
Toscana vive en España y dice que allá prefiere no leer noticias sobre México, pero durante la entrevista sobre Olegaroy (Alfaguara, 2017) anticipa que votará por Andrés Manuel López Obrador en la elección presidencial; admite, no obstante, que sólo sabrá si se equivocó hasta después del 1 de julio.
Usted reiteradamente habla de la verdad en 'Olegaroy'; hay una frase muy contundente sobre ello: "Mi enciclopedia del dolor no busca la delicadeza sino la verdad". ¿Cómo llega a esa conclusión?
La verdad es esta palabra que tienen encima siempre los filósofos y que difícilmente llegan a ella, pero ésa es la búsqueda. Y la novela de alguna manera propone que no se encuentra la verdad, ni siquiera las verdades más elementales, en este caso la del crimen de una mujer. Más allá de las dudas filosóficas, muchas veces podemos concluir que encontramos la verdad, al asesino, los motivos de un asesinato... Yo lo pongo ahí no como una aventura policíaca sino como una aventura filosófica, donde el crimen de una mujer te lleva a una serie de preguntas, desde luego filosóficas, pero, por supuesto, también de por qué la mató... Metes todo este espectro de búsqueda y al final ¿cuál es la verdad', pues no la sabremos.
Al leer su novela recordé la frase del ex procurador Jesús Murillo Karam, sobre la "verdad histórica" en el caso de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa. ¿Hay una vinculación de su novela con esto que está pasando en México?
Sí, por supuesto que hay un paralelismo entre este mundo, repito, donde no encontramos la verdad. Y, como te digo, no sólo son verdades esotéricas, religiosas, filosóficas las que no encontramos, sino que a veces tenemos, en el aparato de justicia, gente que debe estar dedicada a buscar la verdad y también nos cuenta un montón de fantasías. Puedes pensar en Murillo Karam, pero, por ejemplo, el caso más claro de estas verdades inventadas fue aquél del fiscal Pablo Chapa Bezanilla, que sembró un cráneo, supuestamente de Manuel Muñoz Rocha; que había recurrido a una vidente, La Paca. Todo era tan increíble y, sin embargo, se le quería pasar por verdadero. A partir de este Chapa Bezanilla, yo creo que ya se convirtió todo esto en un chiste, la búsqueda de la verdad; un chiste que indigna, no es gracioso. La confianza en las autoridades es nula y las posibilidades de encontrar las verdades generalmente son nulas. Volpi acaba de publicar otra novela que también trata sobre este asunto. Y éstas son verdades con las que quisiéramos contar; a veces podemos vivir toda la vida sin saber si existe el alma o si existe un más allá, pero hay otras verdades que sí quisiéramos conocer y tampoco las conocemos.
Este personaje de 'Olegaroy', digamos que parecería disparatado leyéndolo en la novela, pero justamente cuando lo ancla uno con la realidad realmente queda minimizado como disparate.
Pueden ser estos disparates que mencionas, pero muchos disparates te llevan o te pueden llevar a cosas más profundas. De hecho la filosofía siempre ha tratado sobre cosas sencillas que se vuelven complejas, sobre estas preguntas que hacen los niños; y ya si son disparates o no, pues ya depende de cada quien. La novela juega con las dos alternativas. Las ideas de Olegaroy, tampoco voy a suponer que son todas originales, muchas de ellas son las que puede plantear cualquier gente. Él tiene un matrimonio y tiempo después se quiere volver a casar porque no es la misma persona; la idea de si somos una continuidad o si, como dicen otros filósofos, nunca vamos al mismo río dos veces, si somos un constante devenir, ¿en qué momento dejamos de ser nosotros?, son preguntas que se hace mucha gente, si ese personaje al que yo llamo Yo es el mismo al que yo llamaba Yo 20 o 30 años atrás. Parece una simpleza cuando Olegaroy llega y dice "me quiero volver a casar", parece muy simple, pero es una pregunta muy profunda. ¿Qué es eso a lo que llamamos Yo y si tenemos derecho a una continuidad?
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¿Cómo encuentra al narrador de su novela, al que cuenta las repercusiones de Olegaroy sobre los demás?
El narrador viene a ser un personaje más, porque no simplemente está diciendo lo que ocurre sino que empieza a jugar con nosotros, a proponernos ideas descabelladas. Se sale del tiempo de la novela, muchas veces brinca a un futuro que no conocemos, salta con unos juegos inverosímiles a decirnos que el Papa se enteró de lo que dijo Olegaroy. Entonces tenemos que jugar con él. Si alguien se pone muy estricto, podrá decir que esta novela es inverosímil, pero tampoco he creído que la novela deba ser verosímil; la novela tiene que ser seductora, interesante, un montón de cosas que nos atrape la atención, que nos haga reflexionar. Y ese pacto de verosimilitud, a lo mejor lo podemos brincar.
¿Cómo halla a sus personajes? ¿En Monterrey la gente es así?
No (se ríe), salen mayormente de la imaginación, pero sobre todo de una necesidad que tengo de personajes que estén un poco trastornados, desorientados, o que tengan algo de irracional. A veces, para lograr esto, los emborracho; a veces simplemente son así. Pero necesito que vean el mundo de una manera un poco quijotesca, un poco trastornada, un poco deformada, para yo poder hacer mi literatura, para yo poder hacer la crítica de la realidad que quiero y, sobre todo, para que tengan un lenguaje más libre: si no son perfectamente racionales, entonces hablan como se les antoja, y esto es lo que estoy buscando: una libertad a la hora que ellos se expresen.
¿Por qué la crítica de Olegaroy y de usted a lo que uno lee en los periódicos?
Sí, me llama la atención que el periódico de pronto se vuelve algo tan relevante, la gente quiere estar enterada, pero al final de cuentas no te enteras de gran cosa (...) El periódico nos dice que hubo un bombazo acá, un crimen, pero finalmente no vamos obteniendo ninguna información relevante, leemos el periódico, vemos a los candidatos, pero de pronto no sentimos que nos estemos enterando de algo y sin embargo la gente sigue recurriendo a esta información que no te informa. Entonces es una pregunta que siempre estoy haciendo: ¿De qué nos enteramos en los periódicos? Creo que de muy poco.
FM