Y cuando despertamos, Ciprianodonte todavía estaba ahí: saxofón y flauta en ristre, dispuesto a derrumbar los molinos de viento de la intolerancia inventando música y canción, reinventando palabras. El viernes 27 de abril Arturo Cipriano presentará su disco más reciente en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, y lo hará con un acostumbrado huateque funklórico.
A la breve distancia de un soplido, título del disco o, mejor, metáfora de título, celebra más de cuatro décadas en la música, cuando el jazz se revitalizaba con propuestas como las del grupo Talón San Cosme, con quienes ya desarrollaba un trabajo importante, dice Arturo en entrevista. “Después de un viaje a Brasil, regresé a inicios de los 70 y hacíamos improvisación colectiva. Ensayábamos cuatro o cinco horas diarias, incluso los sábados, porque hubo una huelga en la UNAM de más de siete meses y los trabajadores nos dejaban entrar a la entonces Escuela Nacional de Música porque íbamos a estudiar y a jugar futbol. Con ninguna banda estudiamos como con ésta y la propuesta agarró de manera supersólida”.
Por esos años se celebró un festival de música contemporánea, lo que influyó mucho en la banda, sobre todo en su director, Héctor Alcázar, y Talón San Cosme derivó hacia el free jazz. Después vendría su participación en La Nopalera, grupo híbrido entre el rock, el folk y la canción de protesta. “Seguramente el free jazz no tiene un eco en La Nopalera, pero había algunas introducciones que si denotaban esta influencia —menciona Arturo—. Siempre, como un rebote, tanto en proyectos posteriores, como El Mitote, hay fracciones de tiempo en que caminamos hacia eso”.
Para Arturo hay una “urgencia” por hacer un tipo de música que está fuera de los cánones comerciales. “Hace años, en La Nopalera, alguien dijo que la situación del país no era tan dramática. ¡Eso lo dijo hace 40 años! Yo creo que nunca pensamos que llegaríamos a un panorama tan desolador, tan corrupto, tan inconcebible. En este sentido, creo que hago una canción urgente, necesaria, una reflexión muy particular, que a veces coincide con el pensamiento de otros”.
Al hablar de su relación con el jazz, el saxofonista, flautista y compositor indica que en su propuesta “hay obras instrumentales y un campo para la improvisación individual, momentos de free jazz, diferentes rítmicas y canciones. Éstas no solo son una reflexión sobre lo que pasa, sino que también hacen referencia al pulque, al ferrocarril, a la nación indígena...”
Tu música ha tenido un elemento importante de cultura latinoamericana. ¿Eso viene desde La Nopalera?
Sí. La formación del grupo coincide con la llegada de Ángel Parra a México. Yo no tengo noción de haber escuchado canciones con una letra que no hablara del yo-tú y el romanticismo. Cuando llegó Ángel en 1975-76 y comenzó a cantar cosas de Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, Los Olimareños y canciones suyas, todo se transformó: nos dijo, tardíamente, que se podían tratar otros temas.
Háblanos de “A la breve distancia de un soplido”.
La gestación del disco no resultó tan breve —risas—. Participan 39 músicos, desde Jorge Arturo Chamorro, que fue de Talón San Cosme y La Nopalera, y con quien he venido tocando desde 1968. También están varios nopaleros, como Maru Enríquez y Cecilia Toussaint, Guillermo González Philips y la banda actual: Azucena Méndez en las voces, Roberto Morales en el arpa, Keiko Kimura en el piano, Eduardo Velarde Sánchez en la guitarra, Omar Vázquez Castro en el bajo y David Caspeta Gómez en la batería.
Es una labor de tequio, por usar un término al que sueles recurrir.
Sí, es un trabajo colectivo en el que se nota ese sentimiento de colectividad, lo que es la intención. Además hay textos del príncipe Nezahualcóyotl, de Enrique González Rojo Arthur, León de Greiff y otros. Otra vez es un aventurerismo: hay rap, acordes desmelenados, jitanjáforas y mucha loquera.
Tu música es cuestionadora, pero también jubilosa.
Celebramos el estar vivos, el seguir dando lata. Yo cada día celebro. Dice mi madre: “Un día más, un día menos”, y así también lo siento. Siento la algarabía de poder sonar. Hace pocas semanas comencé a escuchar el verdadero lenguaje de esta banda, un lenguaje con dinámicas, eso que no está en las partituras. Es una forma de escuchar respirar a la banda, lo que ha sido sumamente grato. Puedo decir que lo que hago no es jazz en el sentido estricto. Tiene letras que abordan temas de urgencia con un vocabulario musical que sí es jazzístico, pero con una base de ritmos cada vez de mayor número de lugares.