Como perros que se niegan a ponerse la correa

Alguna vez te dije que las personas estúpidas vivían de verdades, que fincaban su anhelo en la seguridad de una vida estable. Chipote había muerto, estabas desconsolado.

Se acabó la segunda botella, leo tus palabras, acaricio el saco que me regalaste.
México /

¿Por qué hoy?, antes de enterarme reí tanto, hasta pensé que era otra persona. Compruebo que la vida se cobra esa alegría, robada, prestada, no me pertenece. Caminando por la solitaria calle Cinco de Mayo, a unos pasos de aquí vivía Alonso. Paso frente al Gillow, el perro de la memoria destroza, somos Alonso y yo paseando a Lula, una mañana gloriosa, cruda de tinto, sus ojos hermosos brillaban como dos piedras ocultas en un cofre de madera que nadie será capaz de abrir jamás, ojos que jamás serán de nadie. Doblo en Bolívar, calle que hace un juego de sombras nocturnas, como aquellas noches en las que caminamos borrachos, borrachos de muerte, borrachos de ron. Humberto sostiene mi mano, acaricia mi cabello, te abraza. Lloramos, estamos llorando por sus padres muertos, porque nos duele la vida, estamos llorando por nosotros, un día los tres estaremos muertos mientras alguien bebe un gin tónic en cualquier cantina. Somos, seremos, siempre: abrazados de Florina, la mujer que curó las heridas de todos nosotros. Vamos tambaleándonos, cerró Tío Pepe, ¿adónde vamos?, jamás preguntaba, la casa de alguno de tus amigos, mesas de vino, vasos, hielo, nos acompañaba un hermoso perro fiero, Francisco Valencia alias Chinaski mega-junior, ahora siento la necesidad de abrazarlo, beberme una botella de vodka con él. Lombard Chinaski-junior, tan borracho, un día en el Titán nos acabamos todas las caguamas, tuvieron que ir por más a un depósito cercano, “no debí presentarlos”; no dijiste lo mismo del Negro, Metro Panteones, túnel, me lo presentaste, “te presento a tu alma gemela, es tu versión en hombre”, repliqué: “no creo, veremos”, no era mi versión, tan distintos, una noche amanecimos en el 33, brindando por ti. Un ramo de gardenias, una foto del Negro en Plaza Garibaldi, suéter a rayas, recuerdos de una mañana lluviosa que no volverá.

A La Casa del Filete no llevabas mujeres, al menos eso me hiciste creer.

—No llevo mujeres, haré una excepción.

—No te preocupes, entiendo, jamás llevo hombres al hipódromo.

—¿Por qué?

—Dan mala suerte.

Reíste, cerrando los ojos, echando la cabeza atrás, gesto tan Higinio Ruvalcaba, asegurabas que te reías igual que tu padre, no sé si es verdad y no me importa. Miro las fotos que me enviaste de él, “para que lo pongas junto a la fotografía de tu padre”, primer violinista del cuartero Lenner, desde entonces un violinista y un jugador de baseball están juntos. Alguna vez te dije que las personas estúpidas vivían de verdades, que fincaban su anhelo en la seguridad de una vida estable. Chipote había muerto, estabas desconsolado, el día que ese majestuoso perro salchicha conoció el amor, lo atropellaron, “eso es el amor, el amor es un perro atropellado, Eusebio: el amor es un perro encadenado en la azotea de una vecindad en ruinas, sin escaleras, el amor es un perro ciego que echaron a un ring de pelea”, ese día me pediste diez poemas, “dame diez poemas, publicaré un libro: Tres poetas perros y una perra”, no la acepté, como siempre: borracha en cualquier lugar, lo que escribía no alcanzaba nada, no me interesaba verme publicada, decías que ese gesto era genuino, que los escritores eran como yo, “cucarachas a punto de ser aplastadas, huyen”, se estremece el olvido, maldita sea, no lo acepto.

En aquellos años perros, el amor me abandonó en un barranco, mis amigos también me abandonaron, los abandoné. Descubrí ternura en ti desde el primer día, “eres tan tierno, eres como lavar pecados chupándosela a un cura”. Somos todavía, no acabará, morir en la discreta botella de Peñafiel perfumada de alcohol, como la colonia de día de esos pobres hombres y mujeres cuyo frágil latido es el corazón de los que están vivos, esos que van a trabajar sin esperanza, la untan orgullosos en cuello, pecho, mejillas. Y nosotros, nosotros untábamos alcohol en nuestras entrañas, riéndonos de la muerte. Cerca de La Bombilla, era tu cumpleaños, celebrabas por la mañana en una cantina por ahí cerca, tu favorita, te quedaste mirándome, una mujer de vestido negro y cabello a la cintura, “tan rojo como mi corazón”, decías, las piernas con medias y botas a medio muslo, el vestido todavía lo conservo, jamás volveré a usarlo, “¿Te gusta Bukowski?”, así nos conocimos, era temprano, algo borrachos, bebiendo a las 11:30 de la mañana en aquella cantina. Y no, no me estabas echando la jauría, no me acuesto con mis amigos, eso es de pendejas. Esa mañana o lo que quedaba de ella, hablaste, desde el corazón, como lo hacías con las personas sencillas, con las que te sentías más cómodo, tu mesero aguardaba fiel cualquier instrucción para llenar nuestros vasos, en aquellas épocas desayunaba vodka y silencio, hermosos tiempos como perros echados en la hierba.

La Ciudad de León ya no existe, nadie debería atreverse a volver a los momentos plenos, nadie, estamos más solos que ayer, la noche es más antigüa. El día que Rentería nos “presentó” en esa cantina, nos reímos, nosotros nos conocíamos de años, esa broma la disfrutamos en silencio. La Bombilla, no volveré allá, no debemos volver, en ese lugar alguna vez en una banca de metal verde, hablé con alguien que igual que tú, creía en mi escritura, guardo en mi cabeza aquellos ojos tristes, bellísimos, hablamos de poesía, su padre, cajas selladas con cartas, con fantasmas, ¿de qué más pueden hablar dos solitarios?, “tu cabello es un reino, cuyo rey es la sombra… tu cabeza un bosque vivo, lleno de pájaros dormidos”, es él hablándome de las mujeres que amó.

Cercanos, más cercanos de lo que muchos de nuestros amigos o enemigos pueden suponer, muchas veces me protegiste de personas odiosas, diciéndoles que se alejaran, “ayer vi a… le dije que se aleje de ti porque eres mala compañía, no te merece, tu corazón es una delicada pieza, te suplico que no me lo tomes a mal”, sólo tú lo creías, mi corazón es una pared de hierro, forjada en decepción. En aquellas épocas destruí tantos hombres como me fue posible, los tomaba tan sólo para dejarlos, apenas tiempo para dormir, de bar en bar, también me destruyeron, en compensación, publicaste mi poema en tu columna, tal vez 2003, escribiste para que buscara la revista en los kioscos, decías que me habían dedicado la ilustración. El llanto me impide ver, empujo otro trago de gin, no he parado, ayer Ricardo Lugo y yo nos sentamos en la cantina más sucia de la calle de Allende, la más hermosa, no tuve el valor de emborracharme con él, no pude beber con alguien después de la noticia, releo una y otra vez nuestras nuevas y viejas e interminables cartas, la correspondencia de más de veinte años, nunca creí en mi escritura, tú sí, “tan solo una borracha de buró, no soy escritora, me he sentido sola, me gusta sentirme así”, escondida por semanas en bares, a diferencia del escritor que se enorgullece y presume al verse publicado. Se acabó la segunda botella, leo tus palabras, acaricio el saco que me regalaste, “nada puede ser tan importante para distanciar a dos personas”, alzaste el vaso de vodka con agua mineral, sin jugos, sin cascarita, “eso es de putos”, decías riéndote. Sexto vodka, estaba contándote lo que aquel editor me dijo: “Tu poesía no vende, impublicable”, con esa seguridad del buitre rechazó el borrador, sin entender que todos los perros sucios, abandonados y heridos encontramos poesía en las migajas, un pedazo de periódico, Brahms o Mozart, en las manos de un hombre buscando comida en la basura. Y tú me invitaste unos tragos cuando rechazaron aquellos poemas hace más de 16 años, un 27 de agosto. Lunes, el mejor día para beber, no podrás leerla, “guardia a distancia de la puerta. El frío es duro. Ayer en la madrugada un perro callejero: mi compañía, le conté sobre ti, es el único que entendió. No puedo donar sangre. donarán sangre personas que no beben vino, así son los médicos, putos carniceros de mierda ¿cómo se atreven a meterte sangre sin vino? no saben nada de ti; el otro día pensé sobornar a los guardias, llevar músicos que tocaran en vivo frente a tu cama algo de Mozart, darte a oler vino. Estoy segura que eso te levantaría. Sé que si contara estos pensamientos, algunos dirían señalando con su dedo redentor que: estoy tratando de faltarte al respeto. Te abrazo a calles de distancia bebiendo vodka. Saldrás. Beberemos. Eres tan fuerte, más de lo que puedas pensar”.

* Escritora. Autora de la novela "Señorita Vodka" (Tusquets).

  • Susana Iglesias
  • Escritora. Autora de la novela Señorita Vodka (Tusquets)

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