En el municipio de Huauchinango, Sierra Norte de Puebla, existe la escultura en bronce denominada El Danzante, la cual trata de rendir un homenaje a los intérpretes de la Danza de los Abanicos, dedicada al Señor Jesucristo en su Santo Entierro, patrono de la población. Esta fue erigida hace cinco años para conmemorar el 155 aniversario de la ciudad.
La Danza de los Abanicos o de los Guardianes de Santo Entierrito se practica en la comunidad desde 1920, cuando Sara y Leonila Reyes la crearon y diseñaron su vestuario, mismo que se distingue por su colorido tocado hecho con papel de china.
Jesús Rodríguez Dávalos, cronista adjunto en el citado municipio, contó que ese monumento se inauguró en la administración de Gabriel Alvarado Lorenzo y explicó que en un inicio se había considerado crear un danzante de los Abanicos, pero al final el autor le hizo unas modificaciones que crearon polémica.
“Le dio movimientos, le cambió un poquito la fisonomía. El pueblo esperaba un danzante fiel a La Danza de los Abanicos, en la que no mueven los brazos y no levantan las piernas, pero ese danzante tiene otra posición, sin embargo, esa fue la idea: que honrara a La Danza de los Abanicos”.
Informó que esta danza es propia del municipio, “y se baila solo para el patrón de Huauchinango”. El día grande de su festejo ocurre el tercer viernes de Cuaresma: “Este año será el 12 de marzo que, además, ese día se celebra el año nuevo azteca en la pirámide de Nopala, localidad perteneciente a Huauchinango”.
Elementos de la imagen y la danza
La creación es del artista poblano Bernardo Luis López Artasánchez, quien empleó la técnica realista impresionista basado en bronce a la cera pérdida. La escultura pesa una tonelada y mide cuatro metros de alto y tres de ancho.
De esta forma, la imagen se instaló frente al santuario del colonial conjunto conventual construido en el siglo XVI por fray Juan Bautista de Moya y la parroquia de Santa María de la Asunción y su gigante cúpula, cuya edificación inició casi a finales de la década de los 40 en el siglo pasado.
La imagen religiosa que alberga ese recinto católico cuenta con una leyenda: “Cuentan que un arriero llegó a pedir posada (a la iglesia y traía consigo) un cajón de grandes dimensiones. Al día siguiente ya no estaba el arriero, ya no apareció, y como pasaron varios días y nadie reclamó esa caja, entonces la abrieron para ver qué era. En su interior encontraron la imagen de Jesús en su Santo Entierro”.
El cronista comentó que aunque la población trató de regresarlo a otro templo, el cajón volvía por arte de magia, por lo que se decidió a quedarse con la imagen y nombrar al santo como patrono de la ciudad. Respecto a la danza, Rodríguez Dávalos indicó que fue instituida por “las señoritas Reyes. El año pasado se le festejó su centésimo aniversario, aunque creo que más bien tiene alrededor de 90 años por las fotografías que hemos visto”.
Detalló que la vestimenta para su ejecución lleva cascabeles en los tobillos, un abanico de papel “y llevan una máscara, un antifaz en la cara, por lo que no reconoce uno a los danzantes, a los guardianes del Santo Entierrito”.
De acuerdo con algunos testimonios, habría sido a petición del sacerdote Ismael García que las hermanas Leonila y Sara Reyes, vecinas en aquel entonces de la calle Guerrero, iniciaron la preparación del vestuario para los danzantes. La indumentaria que usan consiste en una faldilla tableada y estampada con vivos colores, verde amarillo y rojo; pantalón blanco adornado con anchos listones en la parte inferior, fleco y cascabeles.
Se acompaña de una faja de color rojo, anudada con un moño grande del lado derecho; camisa blanca y en la parte superior un pequeño manto a manera de pectoral y una capa que cubre toda la espalda.
Considerado como el accesorio más importante de la indumentaria, en la cabeza los danzantes portan un abanico de papel de china, que abierto luce los colores del arcoíris; éste va sujeto a un tenate simbolizando La danza del petate. El abanico está inspirado en la corona de la danza indígena de Los Quetzales.
El par de mujeres, además del diseño del vestuario, realizaron los arreglos musicales, pues tocaban el piano, montaron una coreografía y los pasos, sin embargo, los sones se ejecutaban antes con violín y guitarra, posteriormente se incorporó la jarana.
Por último, el cronista recordó que a partir del arribo a la localidad del párroco José Gustavo Corona se modificó el nombre: “Señor Jesús en su Santo Entierro”.
Monumento de la Santa Madre Indígena
En la cabecera del municipio de Huauchinango, que en náhuatl significa “en la muralla de los árboles”, se encuentra la escultura dedicada a la Santa Madre Indígena. Se trata de una obra del artista local Raúl Domínguez Lechuga, pintor, escultor y ceramista.
Domínguez Lechuga es autor de algunos murales y de incontables pinturas al óleo, pero en sus figuras de arcilla alcanza niveles de maestría y singularidad. De igual forma, creó todo el arte de Feliz Huauchinango.
En el caso de la representación de la madre indígena de la Sierra Norte, el artista, quien es sordomudo, muestra el amor incondicional de una madre por sus hijos. El colorido monumento muestra a una mujer con el traje tradicional de la región descansando sobre un altar con flores de alcatraz, que son muy conocidas en esa localidad.
La madre de familia, quien arrulla entre sus brazos a su hijo, porta naguas negras de lana tejida en telar de cintura, conocidas, como “titixtle” o “enredo”; y una blusa blanca de manta con tejidos vistosos y coloridos.
Cabe señalar que la dimensión del “titixtle” depende de las posibilidades económicas de la familia, en algunos casos llega a medir de 5 a 10 metros. Los pliegues del “titixtle” en la parte del vientre son los días de la semana y cada día que pasa disminuye uno. Esto se complementa con la blusa de manta de escote cuadrado y bordada con figuras de flores o animales, en colores encendidos.
Las solteras usan en su indumentaria el color rojo y las casadas el negro. Para sujetar las naguas se utiliza una faja ancha de color rojo. Los listones en las trenzas forman parte del colorido típico, así como los grandes aretes. Usan “quechquemetl”, bordado a mano con figuras de flores, conejos, cruces, grecas, pavos, gallos, etc., siempre en colores encendidos. Esta prenda, además de ser una de las más antiguas, contiene algo de místico.
Jesús Rodríguez, cronista adjunto en el citado municipio, recordó que en su terruño “de manera estricta, la raza originaria es lo que llamábamos los mexicanos, que hace 30 años tal vez ya le pusieron el nombre, pomposamente, nahuas”.
Aclaró que además convergían con los otomís, tepehuas y los huastecos “a través de diferentes épocas han ido relacionándose entre unos y otros”. De la imagen de Domínguez Lechuga, informó que se colocó durante la administración de Carlos Martínez Amador, del 2005-2008.
“Él pertenece a una familia muy antigua de artistas. Su tatarabuelo fue quien decoró la casa del general Francisco Cravioto, por ahí de 1855. De ahí viene esa estirpe de artistas”.
Supuso que esta creación está hecha con mortero, “una mezcla de cemento con agua, supongo, porque no lo aseguro, pero es el material que él ocupa en sus esculturas de tamaño grande”.
Calculó que la imagen dedicada a la madre indígena mide un metro y medio, “porque está en cuclillas y encuchanando a su hijo. El término encuchanar es abrazar, tenerlo en los brazos, es un término indígena”.
Por último, rechazó que alcance la tonelada de peso, porque no es maciza, “son esculturas huecas”.
AFM