El compositor ecuatoriano Eduardo Florencia (Guayaquil, 1985) dice que su único concierto para piano escrito hasta ahora, que estrenará la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) en el Palacio de Bellas Artes, “para ser honestos, es un concierto mexicano”, porque está dedicado a su intérprete, Argentina Durán.
Destaca la disciplina y apertura de la pianista jalapeña para trabajar repertorio nuevo latinoamericano.
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“Ella es una embajadora de la música mexicana en el mundo. En Latinoamérica no pasa eso muy frecuentemente. Existe un complejo de inferioridad con la música latinoamericana”, expone Florencia.
El viernes 14 de marzo y domingo 16, la veracruzana será la solista en el Concierto para piano, opus 10, de Florencia, quien, debido a los problemas políticos entre México y Ecuador, no pudo viajar a la premier. El 16 de mayo habrá segunda edición en Quito con la Sinfónica Nacional de Ecuador (OSNE).
“Esto de las embajadas complica todo”, dijo el compositor ecuatoriano que nunca ha venido a México, a pesar de que comenta que, además de trabajar con la pianista, sus “amigos del alma son mexicanos”.
El 6 de abril de 2024, el gobierno de México, durante la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, rompió relaciones con Ecuador, debido a que un día antes la policía ecuatoriana asaltó con violencia la embajada de México en Quito por órdenes del mandatario derechista de aquella nación, Daniel Noboa, para detener al exvicepresidente Jorge Glas, refugiado en la legación donde tramitaba su asilo político.
Florencia conoció a Durán como su “excelente alumna de composición y contrapunto” y, a pesar de los problemas de agenda de la pianista, con el tiempo hablaron de componerle una obra, que tuviera “el alto estándar del repertorio consumado para piano y orquesta, pero que fuera muy latinoamericano”.
“Con Argentina hemos trabajado un poco ayudándola a ella en la composición y también en cuanto a ciertas cosas de la interpretación de los estilos de varios compositores en particular, como Johann Sebastian Bach, Johannes Brams, Alexander Scriabin o Sergei Prokofiev. Y hemos tenido una colaboración ininterrumpida”, comenta en entrevista con MILENIO el compositor residente de la OSNE.
De hecho, hace unos cinco años se estrenó ya una primera obra de Eduardo Florencia en México, en Xalapa, Veracruz, de donde es originaria Argentina Durán, y fue Pasillo para violín y piano, opus 40.
También compuso un par de obras para piano dedicadas a México: En la fuente de Nezahualcóyotl, que remite a “Claude Debussy en cuanto al manejo del color, con una evocación transmutada en cuanto al tejido textural” al tema popular “Cielito Lindo”. “Todos cantamos en Latinoamérica el 'Cielito Lindo'”, comenta. La otra pieza es Sueños en Veracruz, compuesta también para Argentina Durán, veracruzana.
Florencia, formado en Ecuador y Rusia, se considera un neorromántico, que apuesta a la música tonal. De hecho, dice que la orquestación del concierto para piano es muy ortodoxa y, “aun centroeuropea”.
Pero, agrega que la gracia de la escritura no está en la orquestación, sino en el uso interválico de ciertas evocaciones propias de la música latinoamericana, más la simbiosis de la gran tradición pianística rusa.
“Decidí escribir un concierto para Argentina Durán. Y ella respondió que sería bueno hacer música nueva, interesante. Hay una tendencia en los compositores actuales a hacer música sumamente disruptiva, contemporánea, en el sentido de que el lenguaje es sumamente atonal y, a veces, ni ellos mismos entienden lo que están escribiendo, porque buscan esta especie de propuesta sui generis, 'innovadora'. Yo soy un poco más conservador; mis influencias están dadas más por Scriabin, (Nicolai) Medtner, (Sergei) Rachmaninov o Prokofiev, bastantes rusas y románticas”, dice el también catedrático.
“Me gusta el lenguaje conservador, tonal, y que al público le guste; o sea, escribir para el público y no generar más ese divorcio que hay entre el compositor y el público, porque ha habido mucho de eso durante los últimos 40 años. Pero, está resurgiendo una especie de neorromanticismo bastante sentido y a la vez bastante racional, que al público le gusta. Esa fue mi propuesta estética. Porque, si bien es cierto lo otro es interesante intelectualmente, a veces encuentro ese lenguaje tan contemporáneo bastante vacío, muy pretencioso”, acota el compositor ecuatoriano sobre el conjunto de su obra general.
Eduardo Florencia, el primer artista en una familia de médicos, abogados y arquitectos, se considera en ese sentido un compositor “neorromántico”, que ha abarcado varios formatos en su catálogo de obras que se han presentado en Rusia, Europa en general, e Israel, más que en su propio país, como lamenta.
“Mi obra para piano solo es importante, porque fui pianista; también, para piano y orquesta, música orquestal y de cámara. Esas son las ramas por las cuales yo me he desenvuelto. Me interesa mucho desde la composición poder conectar con el público para transmitir un poco de mi mundo interior, que abarca esta visión de la soledad existencial y también de un gran lirismo del último periodo romántico”.
El compositor no cree que la música se relacione necesariamente con algo, pero reconoce que a veces es inevitable evocar temas como la literatura, aunque en su caso liga su obra más a las artes plásticas.
“Mi música se relaciona más con las artes plásticas, con las pictóricas, como evocar cierto tipo de imágenes. Me gusta mucho el simbolismo, sobre todo en la pintura. Y me gustaba mucho ese manejo de los colores oscuros y del contraste de las dimensiones. Eso tal vez de alguna manera lo he tratado de plasmar poéticamente en mi música”, añade el compatriota del artista plástico Oswaldo Guayasamín.
Ve influencia en su música orquestal de Brahms y de Jean Sibelius. Y explica, muy nietzscheano, que las temáticas de sus obras van de la mano con lo apolíneo, que para él es tener un montón de ladrillos como motivos musicales con los que comienza a dar orden a una construcción seria con una propuesta estética ordenada y que influya en la macroforma; y, por otro lado, con lo dionisiaco, que Florencia relaciona con el mundo de los sentimientos y las percepciones, que nutre con la soledad y la naturaleza.
—¿El clímax de su obra es este primer concierto para piano y orquesta que dedicó a Durán?
No lo considero un clímax. ¿Es una obra importante? Sí, dentro de mi trabajo. Pero, tal vez la obra es tan joven ahora que hay que hacerla primero difundir. Y en eso tiene que ver más la intérprete que el compositor. Es decir: la obra funciona desde la composición, técnicamente está bien escrita, tal vez sea un poco atrevido que lo diga yo, pero me voy a ceñir a la fenomenología y a los hechos. Pero, el intérprete es quien realmente le daría forma. Si este concierto, dentro de la música latinoamericana, llega a trascender como repertorio canónico, básicamente sería la interpretación de Argentina la que le dé la forma cómo se debe esto tocar. La hermenéutica pianística vendría de allí, no del compositor.
—¿Qué características vio en Argentina Durán para dedicarle su primer concierto para piano?
Espero que sea el único, para ser sinceros. Hay compositores como Edvard Grieg o Scriabin que tienen un solo concierto para piano y es un hito, algo maravilloso per se. Encontré en Argentina esa capacidad de trabajo increíblemente muy disciplinada, y la apertura psicológica para trabajar más repertorio nuevo. Ella es una embajadora de la música mexicana en el mundo. En Latinoamérica no pasa eso muy frecuentemente. Existe un complejo de inferioridad con la música latinoamericana.
“Un amigo director de orquesta en Moscú me comentaba que presentaron música latinoamericana en el teatro Bolshoi, que era puro tiriquitingui, un término que usamos en Ecuador, muy despectivo y muy cómico a la vez. Es decir, que estaban saltando y haciendo tonterías con la música. Y todo el concierto latinoamericano fue exactamente eso. Él me decía: ¿Cómo es posible que la música importante y de largo aliento, que trasciende a lo largo de la historia, que es hecha en Latinoamérica, no se conoce?”
—¿En qué forma el trabajo de Argentina Durán remonta eso?
Ella no tiene ese complejo de esas tonterías psicológicas de “si no es Manuel M. Ponce yo no toco”. No puede ser. Ella sí tiene una visión muy amplia y muy buen criterio, además de, con partitura, decidir si vale o no la pena esforzarse estudiando eso. Yo le agradezco, más bien, esa postura sumamente íntegra y muy centrada para decidir qué vale la pena y qué no y cuál es el propósito de esa música.
—¿Qué características tiene su Concierto para piano y orquesta?
Desde el ámbito técnico-pianístico, es una obra muy desafiante en cuanto a la técnica, con un pianismo muy amplio, hay que dominar el piano para poder tocarlo. Y, en cuanto a lo técnico-orquestal, hay que tener cuidado de que la orquesta no aplaste con su sonoridad al pianista y que ayude a generar un color especial, sobre todo entre la cuerda y la madera. Cuando el piano solista descansa, ahí sí puedes desplegar la orquesta con confianza, dejar que explote si es necesario, pero buscando siempre este equilibrio. Y dejar muy claro a nivel psicológico dentro de la forma musical cuál es el punto alto y cuál el bajo para que el oído entienda que hay una culminación formal en la estructura de la obra.
—¿Es un concierto para que se luzca la intérprete o para que se luzca el compositor?
No, no pienso mucho en el compositor. Trato de que se luzca la música. Lo otro es básicamente ego.
—¿Cómo se inserta Eduardo Florencia en la tradición musical de Ecuador? Perdone la ignorancia, pero es el primer compositor ecuatoriano que conozco y creo que será el primero que estrene una obra en el Palacio de Bellas Artes e incluso en México.
Yo aún estoy desarrollando mi opus, aunque ya haya desarrollado mi lenguaje. Soy un compositor ecuatoriano no ortodoxo, bastante académico en cuanto a la tradición popular de la música ecuatoriana; sin embargo, tomo una que otra idea propias de la música popular, pero las llevo lejos, busco estar siempre relacionado, por un gusto subjetivo mío, no por ningún complejo estúpido, con la sonata, que me sirve mucho para expresar lo que necesito. O formas grandes, el poema sinfónico, la sinfonía.
“Entiendo que no se conozca en México y en otros países la música ecuatoriana, porque es incipiente el apoyo a la cultura musical en mi país. Todos los que hemos logrado algo en Ecuador, lo hemos hecho afuera y luego se te reconoce aquí, y ese ha sido un poco mi caso, que mi música se ha tocado en Israel, en Corea del Sur, en Finlandia, en Rusia, en Inglaterra, en Brasil, pero después de eso te reconocen acá. Un poco ha sido mi caso, no del todo, porque también ha habido gente con una apertura para tocar mi música acá, pero ese no es el promedio de lo que pasa con los compositores en Ecuador”.
—¿Cómo han influido las políticas culturales y la política en eso?
No existe una escuela de composición, recién se está creando cierto tipo de intención compositiva, en las últimas dos generaciones. Y Ecuador ha estado convulsionado y lleno de situaciones políticas a partir de los últimos 10 años, y todo esto ha alterado el ámbito de la cultura. Un ejemplo es la misma pelea estúpida entre los gobiernos de México y de Ecuador, cuando las personas, como gente, se llevan muy bien. Varios de mis mejores amigos, del alma, son mexicanos, viven en México. Ahí podemos darnos cuenta de que hay un montón de crisis no sólo en el arte, sino en general, en el aspecto cultural.
—¿Cómo ve el futuro de la música, de su música en Ecuador, con ese contexto?
No quiero ponerme en una situación política abierta, porque hay tantas variables y es tan inestable el contexto en sí mismo, no porque tenga ningún problema en decir lo que pienso. Pero, si creo algo es que la derecha nunca ha tenido ningún interés por la cultura en este país. Por ejemplo, los grandes hacendados del siglo XIX se iban a París, al Moulin Rouge, se iban de putas por años, con todo lo que trabajaban los jornaleros. Y volvían a los cinco años y no fueron capaces de traer un Monet, un Gauguin, un Van Gogh, un Matisse, nunca, nunca. Solamente fueron a despilfarrar el dinero.
—¿Cómo fue con los gobiernos de izquierda?
A pesar de todos los errores y las estupideces, porque ha habido por montones, de esta especie de izquierda rara que ha habido en Ecuador, pues la izquierda siempre tuvo más preocupación tanto por la salud, como por educación, como por la cultura. Y así sea con todas sus fallas, por lo menos había el impulso o el ideal de que estas visiones de lo que es una nación y también todo el material intangible del país, pues se pueda preservar a largo plazo. En cambio, como estamos ahora, no hay ningún interés, todo tiene que ser simplemente financiero, y ver cómo manipular en lo posible al contexto social y enemistar al uno con el otro, es algo que hemos estado viviendo.
“Yo no lo estoy diciendo desde ninguna posición política. Lo estoy diciendo como persona fría de a pie, que ve las cosas como son. Es lo que he visto como artista. No hay ningún tipo de apoyo a la cultura. ¿Que qué futuro le veo? Pues no le veo ningún futuro. Que mi música siga sonando en Europa o en Asia. Aquí me han cerrado las puertas. En cambio, con mis amigos en México, 'Oye, necesito este material, ¿será que tú tienes?' 'Toma, toma, yo te mando'. México se ha portado conmigo como si fuera un mexicano más, tanto desde el ámbito humano como desde el ámbito artístico. Hay un par de instituciones que me cerraron las puertas, es absurdo, de verdad vergonzoso. Suena a que estoy hablando mal de mi propio país, pero sólo estoy diciendo y describiendo un hecho, objetivo ”.
PCL