Fiesta ancestral
El vino es místico y pagano, todas estas contradicciones o ambivalencias que son tan nuestras, me parecen maravillosas. Cuando hay alguna tristeza, como es la muerte de un ser querido, un amigo, nos ponemos muy occidentales, muy serios, y de negro. Mi papá me enseñó a ser no sólo incendiario, sino irreverente; ahí deberíamos de atenernos a lo prehispánico, a lo ancestral y a la cultura de nuestros pueblos, celebrar con una fiesta cuando te lleva la chingada, igual que cuando naces. Les he dicho a mis hijos, a mi familia, cuando me lleve la chingada, hagan una gran pachanga con todo lo que me gustaba; aunque no fumen, regalen puros, beban champagne, tengan excesos y tequila.
Hubo un momento cuando le mentaba la madre a mi papá por haberme metido en esto del arte, ahora se lo agradezco infinitamente. Los momentos de jodidez, de chinga, de caminar las calles de México cargando cuadros, que nos mandaran al carajo en las galerías, tener hambre, sed y que no había para tragar, fueron momentos muy duros. Tienes que demostrar la vocación, la fortaleza, las ganas, la necedad. Trabajar es uno de los pocos placeres que puedes ejercer todos los días, pase lo que pase, porque a veces llego al taller un poco deprimido, trabajo y salgo peor; o puedo salir fortalecido si hago algo interesante, pero lo que más me divierte es hacerlo, pintarlo, gozarlo, embarrarlo y sentirme vivo, y sentir que además lo que estoy haciendo también está vivo y espero que tenga esa transmisión al espectador. Es la situación de doble placer, el placer del vino, como el agua bendita, el agua sagrada y la pintura. El pintar, cada día lo confirmó más, es una cosa terapéutica y de vida, sigo pensando que el arte nos salva, por eso pinto, para que no me lleve la chingada.
Agarrándonos de la historia, del pasado y trayéndolo a nuestros días, desde los placeres, los griegos, los romanos, hasta las mitologías de nuestros días de alguna ebriedad, alguna borrachera, algún delirium del arte, de la vida. Es un Baco, que puede ser un Baco de los tiempos remotos o de cualquier cantinucha mexicana o de cualquier mesa llena de placeres, buenas viandas y, desde luego, el mejor vino posible. La tertulia, la convivencia, es uno de los grandes placeres que cada día se pierde más, y creo que es fundamental. En las grandes celebraciones, siempre tienen que dejarte al día siguiente algo más que la cruda, el recuerdo de una buena plática, y si es sobre arte, mejor. Retomé esa vieja historia de Baco y otro gran placer, no sólo del placer de la carne, sino el placer del saxofón, del instrumento más erótico y sensual que he conocido, por sus formas, por su sonido. En esta mesa es una nueva mitología alrededor del vino, de los placeres, de sentirse vivo y de que la pintura, el embarrar, salpicar logre transmitir al espectador ganas de pintar, de disfrutar la vida, de escuchar la música.