Ya que su especialidad es la ciencia ficción, Steven Spielberg se tomó múltiples licencias cuando filmó Jurassic Park, la película que revolucionó el cine hace 25 años, a partir de una notable novela del ya fallecido Michael Crichton. Entre ellas, acaso la principal es que una parte de la fauna ahí representada pertenece al periodo Cretácico, no al Jurásico, aunque en ese aspecto el cineasta solo retomó el título original de la obra literaria.
Una especie estelar en esa película es el Velociraptor, al que Spielberg dio dimensiones extremas, pues no se ha encontrado fósil de un ejemplar mayor al tamaño de un perro, pero justo en 1993, el año de la exhibición en cines, los científicos bautizaron a un pariente de aquel dinosaurio, hallado en 1975 pero clasificado casi dos décadas después, como Utahraptor.
El visitante al Museo de la Vida Antigua o Prehistórica, a las afueras de Salt Lake City, puede admirar los restos de este depredador que alcanzaba los cinco metros de largo y pareciera prefigurado por el propio Spielberg. Seis años después apareció en sociedad otra especie, el Megaraptor, encontrada en Argentina, que parece haber inspirado uno de los animales manipulados genéticamente para la quinta entrega de la saga cinematográfica, el Indoraptor, con brazos fuertes y largos, garra especial en las patas y una extensión de unos ocho metros.
A juzgar por los avances de la productora y los actores en redes sociales oficiales, Jurassic World: el reino caído (estreno el 22 de junio), esta vez dirigida por el español Juan Antonio Bayona, reúne una serie de estrellas de la saga como el favorito del público, el Tyrannosaurus rex, presente en las cuatro anteriores películas; el gigantesco Mosasaurus, reptil marino que debutó con éxito en la cuarta parte; el Triceratops, esa mole hervíbora de formidable coraza y tres temibles cuernos al frente; el Pteranodon, amo del cielo prehistórico (que apareció al final de la segunda película y fue estelar en tercera y cuarta), y el gigante Brachiosaurus, primera especie que figura en la entrega original con la famosa frase de John Hammond (Richard Attenborough): “¡Bienvenidos a Jurassic Park!”.
En esta quinta entrega figura un nuevo invitado, el Baryonyx, menor en talla aunque emparentado con el Spinosaurus, dinosaurios ambos que la ciencia cataloga como terrestres y acuáticos, y el segundo de hecho es la gran atracción de la tercera película, por ser una especie más grande que el T-Rex, con una enorme aleta dorsal que, se cree, servía para regular su temperatura. Otros que se presentan en sociedad son el Carnotaurus, carnívoro sudamericano con cuernos sobre sus ojos, y el Sinoceratops, un saurópodo en cuatro patas, coraza y cuernos al frente, que protagonizan un duelo a muerte.
En la cuarta parte de la saga se introdujo un elemento desconcertante: un animal modificado genéticamente, con ADN de otras especies, pues a decir del famoso personaje doctor Henry Wu (BD Wong), se requería una atracción más cool, más dientes, más poder. Así que, como si no fuera de por sí ya extraordinario un dinosaurio devuelto a la vida 65 millones de años después de la extinción, el equipo creó en el laboratorio un Indominus rex, un terópodo más grande que un T-rex, más letal, más dinámico, invisible por su camuflaje. Devorado al final de esa entrega por el Mosasaurus, después de una épica batalla con el T-rex y Blue, el raptor consentido del filme, esta nueva especie da pie a la creación de otro Frankenstein prehistórico, el Indoraptor, el villano de la nueva aventura.
Aunque hoy existe en el mundo de la paleontología consenso, que no unanimidad, en que son muchos los dinosaurios que tenían plumas y son los antecesores de las aves actuales, como documenta John Pickrell en su libro Flying Dinosaurs (Columbia University Press, 2014), desde 1861 se sabía que algunas especies, como el Archaeopteryx de Alemania, poseían esa característica. De ahí la propuesta inicial del autor de observar nuestro mundo como uno con millones de dinosaurios de todas formas, tamaños y colores: pájaros, pelícanos, avestruces, cóndores, zopilotes, águilas, halcones, gallinas y cardenales, entre la multitud de especies que habitan el planeta. Un renacimiento, una vuelta a la vida que llaman evolución. Porque pese a la extinción masiva del Cretácico, hace 65 millones de años, “la vida encuentra su camino”, como advirtió desde la primera película el doctor Ian Malcolm (Jeff Goldblum), quien también participa en la segunda y reaparece en la quinta entrega con el encargo de exclamar: “¡Bienvenidos a Jurassic World!”.